Masacre en Orlando: la culpa de un Occidente que se avergüenza de serlo
Es por esto que la comunidad gay todavía se siente a salvo en lugares que los alejen de nuestra manera de concebirlos. Tienen más claro que nosotros la ambigüedad con la que los tratamos y decimos respetarlos sin mostrar hechos concretos.
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
Era bastante triste ver a hombres y mujeres llorando a sus parejas y amigos a las afueras de la discoteca Pulse, en Orlando. Las imágenes evidenciaban fuertemente que no eran sólo personas aisladas las que se sentían vulnerables por este atentado islámico, sino que también era una comunidad completa que recién, tras décadas de batallas en contra de la persecución de sus propias familias y cercanos, se encontraba en peligro nuevamente.
“Atacaron uno de los pocos lugares seguros para la comunidad”, se leía en las redes sociales. Y es que al parecer así es: la diversidad sexual necesita de esos “lugares seguros” en una sociedad que todavía no ha podido comprometerse con ellos ni asegurarles que no los perseguirán ni golpearán. Ni menos que los dejarán de matar por ser lo que son. Y eso se debe a que nos hemos preocupado más de la libertad de culto que del respeto de estos cultos hacia las personas.
Es cierto, estamos frente a la ofensa constante de parte de un fanatismo descontrolado y que amenaza los cimientos de nuestra convivencia. Pero ello no hace menos real que Occidente, y todos quienes disfrutamos de la cultura occidental, no lo hemos hecho muy bien al momento de defender nuestra cultura. Es decir: no hemos tenido las agallas suficientes para hacer carne la defensa a esa democracia de la que tanto hablamos y utilizamos para atacar pueblos indefensos cuando hay alguna conveniencia económica de por medio.
Insisto: hemos gastado nuestros esfuerzos en tratar de que se respeten las religiones de manera republicana, pero no nos ha interesado ni por un segundo exigirles a éstas el respeto necesario por todos los seres humanos que no viven de acuerdo a sus antojadizos dogmas.
No hemos triunfado en la batalla ideológica entre los principios democráticos y el fanático de toda índole. Y esto sucede porque aún no creemos realmente en lo democrático. Al contrario, lo confundimos con el mercado desregulado, y creemos que las minorías sexuales están más seguras en un régimen en el que sus integrantes son cada vez consumidores más destacados, aunque todavía no se les considere verdaderamente ciudadanos.
Es por esto que la comunidad gay todavía se siente a salvo en lugares que los alejen de nuestra manera de concebirlos. Tienen más claro que nosotros la ambigüedad con la que los tratamos y decimos respetarlos sin mostrar hechos concretos. Porque ellos viven día a día la indiferencia del relato oficial. Ese en el que nosotros, los heterosexuales, nos regodeamos sin mirar hacia el lado.
El fanatismo religioso, de toda especie, no sería tan dañino y violento si es que no estuviéramos tan inseguros de la sociedad que decimos querer construir. Porque si la bonita oratoria diera paso a acciones concretas, lo cierto es que tal vez sabríamos realmente cómo enfrentar a la irracionalidad por medio de reacciones racionales y defensas verdaderas de lo que decimos creer.
Cuando esto suceda, entonces entenderemos cómo desactivar ese nihilismo postmoderno que se esconde tras la máscara de las manifestaciones violentas e irrestrictas de amor hacia símbolos y figuras que poco tienen que ver con lo real. Con lo humano. Ya que, hasta el momento, el respeto por los irrespetuosos no nos ha dado un buen resultado.