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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Reflexividad nivel “meme”

Las manifestaciones han sido (son y serán) un espacio que inevitablemente da cabida a la violencia, que duda cabe. Pero quedémonos con el fondo, con el idealismo de las demandas y reforcemos el espíritu cívico de aquel grupo de estudiantes que de verdad luchan por mejorar la educación en nuestro país.

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Ricardo Baeza es Magister en Antropología y Desarrollo U. de Chile y Psicólogo Organizacional UC. Profesor de la Escuela de Psicología y de Masters de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez. Director del Diplomado de Gestión de Evaluación y Selección de Personas de la UAI.

Los recientes destrozos y robos en los colegios tomados, me parece que obedecen al mismo impulso que los desmanes y violencia de los encapuchados en las marchas. Esto porque el movimiento estudiantil también da cuenta de la realidad disgregada de nuestra sociedad, donde coexisten y conviven grupos de origen y motivaciones muy diversas.

El malestar debido a un mal sistema educacional imperante se manifiesta de múltiples formas, según el impacto negativo que este tenga sobre las personas, el grado de conciencia del que dispongan y también de los recursos y posibilidades a los cuáles cada quien pueda echar mano. Y es por eso que, aunque el elemento común congregante sea ejecutar acciones para canalizar dicha molestia, no todos los involucrados se manifestarán de igual manera.

Hay una organización que convoca y lidera tanto marchas como tomas, quienes por supuesto se alinean a los objetivos del grupo y enmarcan su actuar dentro de parámetros cívicos. Los aúna el sentirse llamados a ser responsables, en tanto colectivo, de aportar su grano de arena en la mejora del sistema educativo.

Pero también existe un grupo de personas en quienes más se muestra la precariedad del sistema, aquellos mal formados valóricamente y que, sintiéndose excluidos y sin más recursos para manifestarse, arremeten canalizando toda su violencia. No caigamos en el error de caricaturizar, de evaluar al voleo. Ni todos los encapuchados y ladrones son infiltrados (como algunos quisieran creer), ni todos los manifestantes están de acuerdo con esas tácticas violentas.

Es muy simple, extremadamente simplista en verdad, caer en la caricatura de los “buenos” y los “malos”. Aunque parezca de perogrullo que no hay nadie tan bueno ni nadie tan malo como para ameritar dichos apelativos, llegado el momento de pronunciarnos y emitir un juicio, parece que como sociedad rara vez superamos la profundidad de un ‘meme’.

En esta era de la globalización y las redes sociales, los memes se han instalado como una forma de comunicar ideas y conceptos a una velocidad fenomenal. Pero esto hace que el poder discursivo sacrifique profundidad a favor de dicha velocidad y alcance. Lo simple, lo escueto parece tener mucho más valor.

Y si bien todos terminamos conociendo, en pocos minutos, ciertas ideas que se difunden como un reguero de pólvora; lo cierto es que no podemos ir más allá de dicha simpleza, quedándonos sólo con la asociación más simple y directa que dicho meme nos gatilla (obviamente en base a nuestras experiencias y predisposiciones emocionales). Y terminamos acostumbrándonos a esta simplicidad memética, renunciando a entrar en mayores complejidades

El riesgo, por supuesto, está en que la realidad es mucho más compleja y dista bastante de parecerse a un simple meme. En especial cuando se trata de fenómenos sociales donde las variables son múltiples y los actores muy diversos. Por lo que caer en la caricaturización del movimiento estudiantil es perder de vista la importancia de este fenómeno.

Nunca un cambio importante en una sociedad se ha dado sin que se manifieste primero como una demanda idealista por parte de sus jóvenes. De ahí la importancia de estar atentos, más allá de la caricatura, respecto de qué nos están diciendo estas nuevas generaciones.

Tal vez la principal virtud de los jóvenes sea precisamente su capacidad de soñar, de expresar sus demandas “irreales” y asumir una actitud de (como decían en Paris el ’68) de “ser realistas y pedir lo imposible”. De hecho, si hubo un pecado en la juventud durante la década del 90, fue justamente haber perdido dicho idealismo utópico, refugiándose en el pragmatismo más pedestre y en hacer demandas “en la medida de lo posible”. Porque ese tipo de juventud, al momento de pasar a adultos, comenzó a tolerar absolutamente todo y nada le discutieron al sistema.

Hubo que esperar que el 2006 se iniciaran las demandas estudiantiles en la calle (una nueva generación, no criada en el miedo de la dictadura) esta vez sí pidiendo lo imposible, para que los adultos despertáramos nuevamente al idealismo perdido y comenzáramos a soñar un nuevo Chile. Dejemos que los jóvenes sean jóvenes, que actúen con rebeldía, que nos marquen el camino de la utopía… para que luego los adultos nos hagamos cargo de negociar y ser razonables.

Porque no nos engañemos, los estudiantes no están solos en este empeño. Son sólo la manifestación más visible de una fuerza social que ya está desatada. Uno verá que son los jóvenes los que marchan y se manifiestan, pero en realidad lo que ocurre es que ellos dan cuenta de un apoyo social que hay detrás. Sin ir más lejos, el movimiento estudiantil del 2006 nunca hubiera alcanzado la magnitud que tuvo de no haber sido apoyado por las familias, con la convicción de que luchaban por lo correcto.

Los jóvenes se movilizan, gatillados desde una utopía habitualmente dirigida, pero la fuerza y el impacto real de su movimiento dependen de cuánto eco real genere en la sociedad. Y en eso es necesario ser un poco más profundos, dejando de lado el simplismo memético que tanto daño nos hace a nuestra capacidad reflexiva.

Las manifestaciones han sido (son y serán) un espacio que inevitablemente da cabida a la violencia, que duda cabe. Pero quedémonos con el fondo, con el idealismo de las demandas y reforcemos el espíritu cívico de aquel grupo de estudiantes que de verdad luchan por mejorar la educación en nuestro país.

Flaco favor nos haríamos como sociedad si, aplicando la lógica simplista del meme, terminamos por estigmatizar el ímpetu de cambio de las nuevas generaciones

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