Juan Emilio Cheyre y la perversión social
Se puede argumentar que Juan Emilio Cheyre tenía 25 años cuando sucedió el asesinato de 15 chilenos, sin juicio alguno, enterrados en fosa común en el cementerio de La Serena. Lo que es imposible aceptar es su silencio.
María Teresa Larraín es Periodista.
Juan Emilio Cheyre, ex comandante en Jefe del Ejército (2002-2006), el hombre del “Nunca Jamás”, respetado transversalmente por las autoridades políticas y la opinión pública está hoy en la mira de todos. Su actuar y enjuiciamiento divide y conmueve. Su actuar, si es que tuvo parte en lo que se le acusa, cae en lo que la historia psicosocial del comportamiento se denomina perversión social. O, en la banalidad del mal, como la describió la filósofa y política alemana, Hannah Arendt.
Julio Seoane, catedrático de la Universidad de Valencia, España, señala en su estudio “Las culturas de la Perversión, Evolución y Cambio Social”, “que una de las características de la perversión, es que cuanto más se pretende enterrarla en el pasado más tiende a reaparecer entre los resquicios de nuestra sociedad”. La historiadora y psicoanalista francesa Elizabeth Roudinesco en su libro, “Nuestro Lado Oscuro, una Historia de la Perversión”, indica que “aunque los perversos resulten sublimes cuando se vuelven hacia el arte, la creación o la mística, o abyectos cuando se entregan a sus pulsiones asesinas constituyen una parte de nosotros mismos, una parte de nuestra humanidad. Es el reconocimiento de la doble cara de la perversión y de su integración en el comportamiento humano”.
Hannah Arendt, siendo corresponsal del diario New Yorker, asistió al Juicio en Israel de Adolf Eichmann. Posteriormente, en 1963 escribe en su libro “Eichmann en Jerusalem”, (1963) que el ex teniente coronel nazi, responsable de la muerte de miles de judíos en Polonia, actuó simplemente por deseo de ascender en su carrera profesional y sus actos fueron un resultado del cumplimiento de órdenes de superiores. Era un simple burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias. Para Eichmann todo era realizado con celo y eficiencia, y no había en él un sentimiento de «bien» o «mal» en sus actos… El fue parte de la terrible banalidad del mal, ante la cual las palabras y el pensamiento se sienten impotentes.
En el caso de Juan Emilio Cheyre y de los oficiales militares, como civiles relacionados a la violación de los Derechos Humanos, la perversión social se ha hecho presente a lo largo de estos 43 años.
En su trayectoria militar Cheyre emergió como un oficial ejemplar, de esos que uno admiraba a la luz de su actuar. Nos convenció a todos. Incluso al ex presidente Ricardo Lagos quien lo nombró Comandante en Jefe en 2002.
Se puede argumentar que Juan Emilio Cheyre tenía 25 años cuando sucedió el asesinato de 15 chilenos, sin juicio alguno, enterrados en fosa común en el cementerio de La Serena. Lo que es imposible aceptar es su silencio.
El procesamiento de Cheyre en esta causa fue solicitado a mediados de 2013 por el abogado Cristián Cruz, representante de los familiares de las víctimas, quien sostuvo que el ex comandante en jefe del Ejército tuvo responsabilidad como “ayudante” del regimiento en la muerte de 15 prisioneros, hechos que Cheyre negó. La primera vez que Cheyre apareció mencionado en un proceso por violaciones de Derechos Humanos fue en 2000, cuando el ex oficial y ex agente de la Central Nacional de Inteligencia (CNI) Pedro Rodríguez señaló que participó de los fusilamientos y tortura en el regimiento Arica de La Serena.
El instructor de la causa, juez Mario Carroza, ha señalado que se le investiga como encubridor y cómplice. Quienes justifican al General señalan que su falla ha sido por omisión. Otros, víctimas y testigos, le indican como un torturador. El fallo judicial del ex teniente en 1973 está por verse. Y entonces se sabrá quién miente y quién, no.
Con todo, la ciudadanía asiste una vez más a un acto de perversión social, y de banalidad del mal sin igual. Por cuanto, por encubrir horrores del pasado cometidos por uno o un grupo social, la conciencia se trastoca, encubriéndola con acciones de bien y de buen servicio a la comunidad. Se consigue así el aplauso y también el olvido. Pero es la justicia la última en decir la verdad, si es que.