El ideológico regreso de José Piñera
"Hoy deberá entrar a la discusión y encontrarse algo a lo que no estaba acostumbrado: un Chile más despierto y menos sumiso que el que conoció y del cual sacó provecho político. Ya no hay dictadura ni tabúes entre los ciudadanos".
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
José Piñera anunció su regreso a Chile con el objeto de “defender el modelo” previsional que creó y que hoy está en cuestionamiento por la ciudadanía. Al parecer, y con mucha desazón, ve que su hijo está en peligro, lo que lo motiva a acudir en su rescate, cosa que suena bastante mejor que lo que realmente viene a hacer: proteger uno de sus sustentos ideológicos más grandes de la revolución sangrienta encabezada por Pinochet, lo que lleva por nombre capitalización individual.
Así es, porque si osáramos, por ejemplo, reducir a Piñera a la imagen de un economista desquiciado que realizó uno de los sistemas previsionales más decepcionantes de la historia, estaríamos analizando lo que sucede de manera somera y superficial. Pero sobre todo relativizaríamos la construcción cultural que hizo posible que por muchos años quienes cotizaban no hayan mostrado sus reclamos por creer que no había otra opción posible.
Acá no estamos frente a una simple sinvergüenzura, sino que nos encontramos enfrentándonos contra parte importante de la creación de realidad en la que hemos vivido durante las últimas décadas. No es casualidad, por lo tanto, que hoy el ex ministro de la dictadura venga en un acto desesperado defender no sólo un mecanismo, sino también una idea de país que está haciendo agua por muchos lados, pero que recién hoy nos atrevemos a poner en jaque.
El acto de regresar a Chile de parte José Piñera es tal vez la acción más claramente ideológica que ha demostrado un sector que constantemente constata la ideologización en todo lugar salvo en el que ellos habitan. Una muestra clara de esta actitud generalizada en la derecha es la manera en que defienden a las AFP, y la forma en que identifican como rabietas dogmáticas y poco acordes con esa realidad a todo el que reclame en contra de ellas.
El hermano mayor de Sebastián, en cambio, agarró y limpió su fúsil doctrinario para regresar en defensa de lo que le avergüenza llamar ideología. No son ropas verde olivo las que luce, pero sí son camisas arremangadas y acompañadas con corbatas caras las que forman parte de su uniforme de lucha. Todo esto para que así mantengamos los ojos cerrados por un tiempo más, ya que le quedan muchos viajes por hacer y varios discursos plagados de frases religiosamente economicistas con las que pretende decirnos que lo que observamos no es cierto.
A lo mejor nunca se imaginó que este momento llegaría. Quizá creyó que el debate cultural ya lo había ganado, por lo que no encontraba necesario volver a Chile a defenderse. ¿Cómo iba a defender algo que ya era tan consensuado entre los chilenos como el aire que respiran? Era absurdo y parte del resultado de la victoria que había logrado de la mano de los bototos militares. Según la visión de Piñera los sistemas no se discuten, sino que se imponen.
Pero hoy deberá entrar a la discusión y encontrarse algo a lo que no estaba acostumbrado: un Chile más despierto y menos sumiso que el que conoció y del cual sacó provecho político. Ya no hay dictadura ni tabúes entre los ciudadanos. Pueden muchas veces tratarse tratarse mal y desde una indignación estéril y poco sensata, pero se tratan, se conversan, se pelean y no se callan. Y, según creo, eso nos hace estar más preparados que antes para un real debate ideológico.