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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Crónica de una mina sin poder

"Me llama la atención que los temas de las presentaciones no varían mucho, en general, giran alrededor de la figura masculina y de los relacionamientos heteronormativos -al menos las que logré asistir".

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Bruna Fonseca de Barros es Periodista y asistente de investigación. Cursó un Magister en Relaciones Internacionales en la PUC Chile. Ha trabajado en la redacción de Infolatam. Twitter: @bru_fbarros

Era un día cualquier cuando recibo una invitación: ser parte del público de un programa de TV. Después de un largo día de trabajo no es exactamente el panorama más deseado, pero como se trataba de: 1. Un stand up comedy hecho por comediantes mujeres 2. Un stand up comedy hecho por comediantes mujeres y que se llama “Minas al Poder”, no podría rechazar. Justamente porque existen pocos espacios para el humor hecho por/para mujeres, embarqué en esta aventura que, sin embargo, así como en la serie de Matt y Ross Duffer, me llevaría al “upside down”, o al mundo invertido. Y como saben los que conocen la serie, una vez allá, uno no vuelve igual.

Al llegar, nos acompañaron a una sala donde ya había otras mujeres que también formarían parte del público. Percibí que no teníamos el dresscode estándar: tacones. “Solo me avisaron que no viniéramos con zapatillas”, justifica mi amiga. Era raro que en Minas al Poder, las minas no tuviesen el poder de elegir qué usar. Me sentí muy poco revolucionaria con mi par de mocasines ocupando el lugar de mis viejas zapatillas.

Después de firmar la autorización de uso de imagen –en otras palabras, de vender el alma al diablo- fuimos al estudio. Muchas de las mujeres presentes ya estaban participando de la grabación hace horas, sin comer nada. Es cuando empiezan a servir pisco sour para “animar” a las chicas. La recomendación es clara: “tomen un poco ahora y otro poco más rato, para que estén prendidas y no dormidas durante el programa”. No era la primera vez que un hombre me ofrecía alcohol para lograr algún objetivo. Viviendo y aprendiendo, pues.

Empieza el programa. Me llama la atención que los temas de las presentaciones no varían mucho, en general, giran alrededor de la figura masculina y de los relacionamientos heteronormativos -al menos las que logré asistir. Una de las comediantes (que me pareció talentosa) nos pide antes de su presentación para reírnos de sus chistes, que tuvieron que ser adaptados porque no se podía decir o hacer referencias a cosas como por ejemplo, “sexo oral”. Me acordé de las veces que pedí a miles de personas que leyesen un texto mío antes de publicarlo. Cerca de nosotras hay un grupo de amigas muy animado, una de las chicas visiblemente borracha, grita mucho, baila y reí (efecto pisco sour logrado). Mi hambre es mayor que mi decepción, but the show must go on.

Hacen una pausa, volvemos a nuestro corralito. En la puerta un productor ignora los pedidos de una chica que quiere buscar sus cosas para irse. La reconozco, habíamos hablado, cuando descubrí que así como ella había otras mujeres sin comer nada, y nosotras, al parecer, seríamos las próximas. Ellos empiezan a discutir, el hombre no la deja pasar, hace ironías, habla al teléfono como si la chiquilla fuera invisible. Y ella era. Y todas éramos.

Siempre tuve dificultad de identificar si estoy sufriendo algún tipo de abuso o asedio. Conversando con mujeres muy inteligentes y empoderadas, descubrí la regla de oro: si te sientes incómoda, algo está mal. Deliberé con mi amiga si nos íbamos. Su compañera de piso, chilena, dio su veredicto: “aquí no me quedo más”. Yo y la holandesa decidimos quedarnos, como se dice en mis tierras, “soy brasileña y no desisto nunca”. Mala decisión.

Después de horas sin comer, unas copas de pisco sour y un tratamiento cuestionable, el mismo hombre que no dejaba la chica recoger sus cosas nos explica que tienen que grabarnos riendo, cantando, bailando. Detalle: sin nadie en el escenario. El director del programa, Alex Hernández, en entrevista para La Tercera afirma, “Vamos a ver qué hombre se atreve a pararse solo frente a 150 mujeres, solo y sin un coordinador de público. Quisimos hacerlo así porque el público percibe la maqueta, se da cuenta de cuando está ‘galleteado’. Y es un doble estrés para las comediantes porque tienen que conseguir risas reales. Es como un examen: si el público no se ríe, no va al aire”. Alex confió en nuestra actuación. Las comediantes no confiaron en ellas mismas.

Después de este teatro de máscaras, entra en escena un vedeto, quien elige una chica que claramente no está muy feliz en participar. Puedo escucharlo decir algo que sospecho que varias mujeres ya hemos escuchado, “tranquila, todo va estar bien”. Si había alguna duda, ahora ya no hay, estamos en el “upside down”- una realidad invertida que es igual a la nuestra, pero sombría, llena de monstruos y de donde pocos logran salir.

Es cuando veo a Manuel José Ossandón. Todavía estoy familiarizándome con la política chilena, pero de verdad ha sido una sorpresa verlo allá. El político cuenta un par de chistes relacionados al asedio que las mujeres sufrimos en el Transantiago (del cual infelizmente ya fui víctima y testigo) y sobre sexo sin consentimiento (o sea, violación) en una historieta en la cual una pareja recién casada establece reglas para el sexo, y al final del cuento, el marido dice que después de una botella de vino no le importa la regla impuesta por “su señora”. Cierro mis ojos. No puedo creer que apareceré en la pantalla riéndome de esto. Me siento culpable. Salgo antes del final, antes de que los monstruos me encuentren. Son casi las 23h y me preguntan porque me voy, bloqueando mi pasaje. Mi amiga, diplomática por naturaleza, explica que ya es tarde y nos saca de allá. Respiro hondo y ella me dice en el metro “siento que fue todo irreal, una pesadilla, algo que nunca existió”. Comparto la sensación. Cuento a una amiga periodista lo que pasó y ella me responde, “Bruna, vivimos en el upside down”.

Sabias palabras.

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