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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El problema de Ricardo Lagos

El PPD oficializó esta semana su apoyo a Ricardo Lagos y es, al parecer, el primer candidato presidencial.

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Diego Tagle es Miembro de Educación para Chile, estudiante de Derecho UC.

Daniel Mansuy en su reciente libro “Nos fuimos quedando en silencio” -al abordar la ruptura del consenso económico en Chile-, se detiene en algo que para el ciudadano común es evidente: la conexión entre lo político y lo económico. En palabras suyas, todo orden económico descansa de modo más o menos consiente en un orden político que le sirve de soporte. Con esto no se quiere decir que lo político y lo económico sean una misma cosa, más bien se intenta hacer ver que la desalineación entre política y economía es perjudicial para ambos órdenes, toda vez que pierden su verdadero sentido. Y no solo eso. Del auténtico político se espera, incluso antes que rectitud y probidad, que crea en una forma de organización sociopolítica, si no bien vendría preguntarse qué lo tiene en la cosa pública: ¿poder?, ¿ego? Como dijo Gonzalo Cordero el lunes 5 en El Líbero, Lagos “ya le tomó el gustito a la palabra Presidente y todos los que la han paladeado dan muestras de intenso y persistente placer”.

En Chile, durante la transición a la democracia, “de modo más o menos consiente” se creyó que tal desalineación era posible. Como lo que dividía a los políticos era el pasado (aquel 11 de septiembre del 73), se pensó que aquella dicotomía no traería problemas. Que no era necesario adecuar las políticas económicas a las denominaciones políticas (o estas últimas a las primeras). En otras palabras, se creyó ingenuamente -o maquiavélicamente- que se podía ser socialista y mantener las políticas de Hernán Büchi sin mayores costos políticos. Si la característica de la UP era ser “la vía al chilena al socialismo”, la Concertación fue una especia de “vía al socialismo a la chilena”: una democracia política con economía de mercado. Todo un cambio.

Es ahí donde radica el fracaso de la Nueva Mayoría. Un conglomerado que agrupa a la Democracia Cristiana y al Partido Comunista cae tarde o temprano por su propio peso. La nueva conformación político-partidista que hace ya rato Chile reclama, jamás será duradera y seria si no considera la directa relación entre la política y la organización socio-económica. Si en varias décadas más hubiese que ponerle cara a esta histórica y prolongada partición, incongruencia, o como quiera llamársela, probablemente sería la de Ricardo Lagos, quien cree que ser de izquierda es pertenecer a un conglomerado antes que una convicción política.

El problema de Ricardo Lagos como candidato presidencial no es el Transantiago, ni el Mop-Gate, ni su manera de abordar el tema mapuche. El problema de Lagos no es de gestión, sino de fondo. El problema del otrora Presidente, es la hoy -para muchos- inaceptable disociación que su persona pretende hacer entre la política y orden económico. Dicotomía con la que señaló en su momento que sería el continuador de la obra de Allende y ahora ser la continuación de una presidenta que gobierna con “El otro modelo” bajo el brazo, siendo que él en su fuero interno -y no tan interno-, cree que el modelo social de mercado ha sido el motor del progreso chileno.

Con esto no he querido decir que Lagos sea un hombre de derecha ni mucho menos. Solo digo que no se puede dejar de considerar que todo conflicto político se da en torno a un eje, que en Chile se ha corrido bastante los últimos años y más vale tenerlo presente. No vaya a ser que por quedarnos en silencio quienes le reconocemos sus virtudes al modelo del desarrollo, validemos el discurso socialista y el poder termine manejado por los ultras.

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