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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Salud mental y Sename: La gran deuda del Estado con la infancia

Las investigaciones muestran que más de un tercio de la población infanto-juvenil en Chile presenta algún trastorno psiquiátrico –sin incluir el malestar psíquico que no necesariamente es un trastorno, pero que requiere de ayuda-; y que la mayoría de los niños y adolescentes con diagnóstico no reciben atención.

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Susana Alvarado es Académica Facultad de Psicología de Universidad Gabriela Mistral.

“No puede haber una revelación más intensa del alma de una sociedad, que la forma en la que trata a sus niños.” La frase de Nelson Mandela no puede ser más gráfica hoy en día, en que los medios de comunicación han hablado más que nunca del sufrimiento de muchos/as niños/as que viven en residencias en donde finalmente no reciben la protección que necesitan y que les debemos.

Es innegable que el alma de Chile esta enferma, y que ello va mucho más allá del tema económico; incluso del político, el cuidado y visibilización de la infancia es una responsabilidad de todos/as. Y ahí tenemos como sociedad una gravísima dificultad, somos profundamente adulto-céntricos; 27 años después de la Convención de Derechos del Niño (CDN) seguimos viéndolos/as como Objetos de Protección y no como Sujetos de Derechos. Y muchos de los reportajes que hemos visto o leído, no hacen mas que replicar esto; hablamos de los/as niños/as, pero no los vemos ni los escuchamos.

Estamos en deuda, y obviamente ésta es mayor con aquellos/as niños/as y adolescentes, que viven en situación de pobreza, y que han sido victimas de graves vulneraciones a sus derechos.

El daño psíquico producto de estas vulneraciones, sumado al dolor que implica el tener que salir de su familia, genera un fuerte necesidad de apoyo psicológico, con alta probabilidad psiquiátrico, y de otras especialidades ligadas a la salud mental.

La CDN obliga a los Estados firmantes a garantizar a todos/as los niños/as y adolescentes el “disfrute del más alto nivel posible de salud” (art 24) y adoptar todas las medidas para favorecer “la recuperación física y psicológica y la reintegración social [posterior] a cualquier forma de abandono, explotación o abuso”, (art. 39). Evidentemente no lo estamos logrando, tenemos severas dificultades en la cobertura en salud mental en todas las edades, incrementándose en la infancia y adolescencia.

Las investigaciones muestran que más de un tercio de la población infanto-juvenil en Chile presenta algún trastorno psiquiátrico –sin incluir el malestar psíquico que no necesariamente es un trastorno, pero que requiere de ayuda-; y que la mayoría de los niños y adolescentes con diagnóstico no reciben atención. (Vicente et al; 2012)

Es claro que necesitamos sanar nuestra alma como país, y para ello tenemos por delante un gran desafío, ¿cómo apoyamos el que nuestros/as niños/as y adolescentes puedan superar las vulneraciones vividas y continuar con su desarrollo? Las respuestas son múltiples, ya que cada dolor es único y requiere de una mirada y atención personalizada, que de cuenta de la particularidad y subjetividad de la persona a quien estamos acompañando.

Sin embargo, hay algunos elementos que me parece importante considerar especialmente desde el mundo Universitario, ya que podemos influir en la formación de los futuros profesionales.

Es acá donde nuestra mirada y ética serán fundamentales para favorecer un cambio social, que nos permita ver a cada niño/a y adolescente como una persona completa. Desde allí, será posible generar políticas públicas que puedan garantizar ambientes que respondan a las necesidades de la infancia, y que realmente sean espacios de protección y cuidado.

Además, podremos contar con profesionales no solo especializados en cuanto a la técnica, sino sobre todo con una mirada infanto-céntrica (es decir centrada en las características y necesidades de la infancia y adolescencia, respetuosa de sus lenguajes, sus tiempos y sus derechos), que les permita ser flexibles, creativos y estar dispuestos a adecuarse a las necesidades de los/as niños/as y adolescentes, y no a esperar que estos se ajusten a lo que el sistema ofrece. También es fundamental favorecer un trabajo interdisciplinario, que permita coordinar a todos los programas que están atendiendo a un/a niño/a, a fin de que se potencien, dejando de lado muchas veces, los egos profesionales del mundo adulto, que nos llevan a una dinámica de apropiación del “paciente”, y una lucha por quien tiene la razón; olvidándonos de que lo central es acompañar a ese/a niño/a o adolescente en su proceso de superación.

Debiésemos entonces como mundo Universitario, sentirnos profundamente interpelados por la realidad, movilizándonos a colaborar desde la formación de todos/as los/as profesionales, en una mayor visibilizacion de la infancia, ya que la preocupación por los niños y niñas es un tema país, que nos compete a todos.

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