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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Piñera, el culpable que nadie se atreve a culpar

"Piñera no distinguió entre ser empresario y Presidente. Al contrario: lo usó como una poderosa mezcla con la que podría sacar réditos por varios lados".

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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

Es algo que se siente en el aire. Una sensación que todos han experimentado en estos años. Es como si todos supiéramos una verdad que los principales medios no dicen por razones políticas, ya que el hombre en cuestión es la única carta para que sus ideas vuelvan a La Moneda.

Muchos sabemos que Piñera gobernó y negoció al mismo tiempo. Eso del fideicomiso ciego muy pocos lo creímos, pero hicimos como si hubiera sucedido incluso cuando curiosamente vimos cómo su fortuna creció en los años en los que fue presidente. Hicimos como si fuéramos un país normal en el que la legalidad era respetada y no solamente formara parte de una excusa de las elites para sacarse de encima las preguntas difíciles.

Por esto es que, aunque digamos sorprendernos, lo concreto es que la información entregada esta mañana acerca de las inversiones que habría hecho el ex mandatario en una pesquera peruana, durante el juicio en La Haya, no nos llama poderosamente la atención, ya que ratifica algo que ya sabíamos: Piñera no distinguió entre ser empresario y Presidente. Al contrario: lo usó como una poderosa mezcla con la que podría sacar réditos por varios lados.

Sebastián Piñera siempre ha sido el mismo, lo que pasa es que nosotros tenemos una memoria frágil y a veces tendemos a olvidarnos a propósito de la preferencia del líder de Chile Vamos por el mercado por sobre las normativas legales. Siempre lo hizo así, su fortuna es imposible si es que no consideramos ese factor, ya que su acumulación de dinero no se debe precisamente a esa supuesta inteligencia que en los noventa se comentaba en los pasillos del duopolio de la transición, sino más bien a la más pueril pillería.

¿Qué conclusiones podemos sacar de esto? No lo tengo muy claro. Pero sí es muy nítido que el problema de nuestra política no es el que hemos diagnosticado hace semanas, que consiste en acusarla de existir. Sino que su falencia es todo lo contrario: dejó de funcionar y se subyugó ante el empresariado. Comenzamos a creer que las virtudes de estaban fuera del ejercicio político, y nos olvidamos de que la democracia sin este “arte de gobernar” se entrega de manera fácil a las lógicas crueles de un mercado que no perdona y, en cambio, funciona de acuerdo a las descontroladas ansias de poder de personas como Piñera.

¿Qué hicimos mal? Bueno, lo mismo que estamos haciendo hoy: olvidarnos de que una democracia se sostiene sobre la base de reglas claras, cosa que nunca le recordamos al hermano del Negro. Nunca nos detuvimos realmente a darnos cuenta de su problema no era solamente ser un hombre con un pasado ambiguo, sino que lo que más debería preocuparnos es su presente. Porque, admitámoslo, el ex ocupante de La Moneda es el culpable que nadie, por una curiosa razón, se atreve a culpar.

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