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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Trump: el frankestein del sistema neoliberal

Hoy, el laissez-faire atenta contra su mismísimo padre neoliberal y son muchos los republicanos que ven amenazada una ideología que debe asumir que no funciona para la mayoría y que aumenta exponencialmente la desigualdad. La insatisfacción encontró en los populismos como el de Trump, la peor de sus respuestas y fue el establishment que se benefició del sistema o el que se sintió obligado a jugar el juego hasta perder su identidad, el que construyó los puentes que lo tienen en vilo.

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Lucía López es Feminista, Periodista.Conductora de radio y televisión.

Misoginia, racismo, xenofobia, homofobia; ideas que se instalan en aquellos que creen que toda conquista de las últimas décadas como igualdad de género, libertades individuales o globalización, atentan contra el mundo que conocíamos y son las culpables de las diversas crisis que amplifican los medios. Como si las guerras, pobreza, delincuencia o falta de ética fueran exclusividad de los tiempos actuales, el votante Trump no logra filtrar la información que recibe del show de violencia que es la tevé y no razona sobre las ilusiones del pasado ante discursos mentirosos.

Donald llega a la Casa Blanca gracias a un grupo compuesto mayoritariamente por personas a las que el acceso a la educación de calidad les fue limitado y la información global les quedó grande. Gente que no encuentra líderes de opinión en los medios más prestigiosos de Norteamérica.

El votante Trump no lee, ve tele. Ve su canal local. Y la televisión (en general) dejó de educar hace rato. El dinero tras el punto de rating empuja a desvirtuar lo que conocemos por información. Lo que también podemos decir de los centros de formación en países con economías extremadamente liberales, como el nuestro. La educación y la entretención pasaron a ser un negocio. Habitual y tristemente, somos testigos del egreso de verdaderos analfabetos de universidades creadas con muy poco afán educativo y gran espíritu comercial. Instituciones que nuestro sistema permite, que sólo son un negociado y que pueden terminar siendo una estafa, como la misma universidad del magnate que actualmente enfrenta la posibilidad de llegar a juicio por una demanda colectiva entablada el 2010.

Hoy, el laissez-faire atenta contra su mismísimo padre neoliberal y son muchos los republicanos que ven amenazada una ideología que debe asumir que no funciona para la mayoría y que aumenta exponencialmente la desigualdad. La insatisfacción encontró en los populismos como el de Trump, la peor de sus respuestas y fue el establishment que se benefició del sistema o el que se sintió obligado a jugar el juego hasta perder su identidad, el que construyó los puentes que lo tienen en vilo.

La élite había logrado un consenso discursivo sobre el deber ser o más bien, parecer, del individuo y la clase gobernante. Lo políticamente-correcto se encaminaba en una carretera que concentraba el poder mediático y que tenía por un lado a los conservadores y en el otro, a los progresistas. Internet y las redes sociales le pusieron micrófono a todo tipo de ideas por igual, sin advertencia ni ponderación.

Que el espectador no estuviera preparado para distinguir los mensajes es culpa de la conscientemente permitida mala educación. De ella se aprovechan los que están en el poder y se perpetuaban en él gracias a la falta de participación de quienes se sienten completamente distantes de la posibilidad de influir en las decisiones. Esa es la crisis de la “democracia representativa” y que en su paradoja más extrema, permitió que un sistema creado para impedir la llegada al poder de los demagogos, terminara entregándoselo al peor de ellos; uno que con discursos facilistas y mentirosos, que apuntan a las emociones más precarias y bajas del hombre atemorizado, no obtuvo la mayor cantidad de votos pero fue electo Presidente de EEUU.

El grueso del blanco mal educado no fue permeable a las editoriales del New York Times, porque este medio habló en un lenguaje que no estuvieron capacitados para entender. Lo mismo para quienes leen ésta u otras columnas de opinión y que evitan formar parte de las bravatas del popular Facebook. Nosotros conversamos entre nosotros. Nos leemos entre nosotros. Opinamos entre nosotros. ¿Quiénes somos? Los medianamente educados; de alguna u otra manera, los afortunados. Y somos de izquierda o derecha. Da lo mismo, somos los políticamente correctos. Y Estados Unidos se divide hoy entre los que parecían pertenecer a este grupo versus quienes no tendrán límites en poner barreras y levantar todo tipo de muros. La cercanía de Trump con Putin da muestra de la nueva forma en la que debiéramos entender la división del escenario político: los extremos y los moderados. Y en ambos, reconocerás ideas de las otrora izquierda y derecha.

Además de la mala educación, otro pecado neoliberal por el que hoy se arriesga a pagar caro es impulsar el individualismo frente al sentido colectivo. Hacerle creer a la gente que sólo importa cómo vive o se salvará uno y los suyos. Luego, crear la normativa que apoye la idea y exaltarla con publicidad. El resultado, la resistencia a participar de muchos, en especial de las nuevas generaciones de votantes, una de las razones del triunfo de un candidato que logró que los más viejos no sólo demostraran su intención de voto, sino que también, fueran a votar.

Quienes han visto pasar la historia del SXX frente a sus ojos identifican cómo ha cambiado su mundo, para bien o mal, gracias a las luchas ciudadanas. Los jóvenes que se abstuvieron nacieron en un occidente estable. Enrielado. Crecieron en una sociedad que enaltece el consumo como parámetro de éxito. Y salvo las diferencias respecto al cómo conseguir ese poder adquisitivo, el sistema no tiene competencia ni admite cuestionamiento. Así termina ganando la elección un candidato que históricamente ha actuado de forma inmoral pero que ha logrado heredar y hacer crecer el dinero suficiente para obtener el podio. Es decir, no importa cómo ganes; lo importante es ganar. Publicidad pura.

Cuando suceden cosas tan llamativas como la elección de Trump, surge una esperanza en las protestas inéditas realizadas en su país y organizadas por Facebook. Es tan extrema la acción que aparece la reacción. Los jóvenes comienzan a entender lo que significó no participar. Si estos personajes extremos e inesperados se asientan en el poder, será el ámbito de las libertades individuales -ese camino que parecía avanzar tranquilamente por una vía despejada- donde las nuevas generaciones comiencen a sentir el error de la abstención.

Las sociedades se mueven pendularmente. De una crisis extrema, se generan los movimientos que presionan para invertir el rumbo. En nuestro pequeño pedazo de historia, cuando uno de ellos ya no puede gobernar, aparecen los necesarios acuerdos. Pero al paso del tiempo, la política de los acuerdos hace que nuestros líderes y gobernantes olviden sus orígenes transformándose en una sola masa que inspira la idea “da lo mismo quien gane, son todos iguales”. En ese período nos encontramos hoy, en la pérdida de identidad de los grandes grupos políticos que, preocupados de mantener el poder, olvidaron el para qué.

Lo sucedido en Estados Unidos y que hace un rato se contiene en Europa debiera obligar a nuestros líderes a reaccionar pensando en el futuro de nuestro Chile y no en el beneficio de cada coalición. Incluso, el que saca provecho de mantener a la masa mal educada y carente de formación cívica debiera tomar conciencia de los riesgos que corren sus propios intereses económicos. En América Latina, los populismos que han hecho gobierno adquieren color de izquierda pero el discurso de políticas económicas restrictivas y proteccionistas de un ultra derecha como Trump, pone en jaque a los neoliberales.

Estas lecciones debieran ser aprendidas por quienes dominan sobreponiendo sus intereses egoístas. De todas maneras, se viene otra generación de líderes y votantes. Esa que sentirá en carne propia los errores de una elite que ostentaba el poder hasta hoy. Y en esa, tengo puesta mi fe.

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