Fidel Castro y la reaccionaria religiosidad revolucionaria
"Lo más preocupante no pareciera ser lo mencionado, sino la manera en que ciertos militantes eternos reaccionan frente al fallecimiento de Castro. Está bien, el tipo es importante y marca una época y negar lo que intentó hacer sería un error histórico, pero ¿es necesario velarlo como a un santo?".
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
A quienes creemos pensar desde un lugar que se define como “la izquierda”- o el “progresismo”, para caer en una siutiquería políticamente correcta- , y aún no pensábamos existir para el nacimiento de la Revolución, la figura de Fidel Castro no nos es indiferente. Las historias sobre su gesta a comienzos de los sesenta marcó profundamente el pensamiento revolucionario de América Latina, por lo que quienes no vivimos los aires de aquellos tiempo siempre lo miramos con cierto sentimientos encontrados, entre los que resaltan la critica que da la distancia hacia los padres o los tíos parlanchines.
Nunca podríamos desconocer que sus barbas, junto a su lenguaje plagado de afrenta hacia un imperio que estaba hace años asentado en sus tierras, son tal vez los símbolos más significativos de liberación y de esperanza para un sector del pensamiento político que, en las tierras de habla hispana, no había tenido una representación tan clara de la llamada “vía armada al socialismo”. Sin embargo siempre, en mi caso por lo menos, preferí observar las bravatas heroicas con distancia. Quizás porque no creo en el heroísmo. Lo encuentro un concepto de elite.
Por esto es que los trajes verde olivo y el desparpajo peludo de estos “guerreros” de la Revolución son aspectos que, en mi caso que tengo más de treinta años, en algún momento miré con extrañeza y curiosidad. Me parecían extrañas las concepciones, tomando en cuenta los contextos en los que llevaron a cabo su objetivo. Pero sobre todo me llamaba la atención lo que nos contaban y lo que terminó siendo ese supuesto paraíso de lo que la izquierda debería desear por siempre.
Algunos, con los años, y tal vez por nuestro componente liberal, no entendimos muy bien por qué la Revolución seguía siendo tan significativa. Sobre todo porque nunca tuvimos muy claro cuál era realmente el logro tras casi sesenta años. Ya que la realidad era que se había transformado en una isla de resistencia, y no así en una fuerza que hubiera podido ser realmente un referente concreto de una manera de llevar a cabo ciertas implementaciones.
Es cierto, el monstruo con el que se estaba luchando no era inofensivo ni simple de vencer, pero es cierto también que, debido a la manera en que terminó funcionando este importante proceso, a muchos no nos motivó para que finalmente venciera. La estructura vertical del poder, como también la excesiva militarización del régimen, a varios nos hizo dudar de si lo que estaba ahí por tantos años era realmente un gobierno de izquierda o, para ser más claros, el gobierno de izquierda al que queríamos rendir honores.
Los discursos de un Fidel ya alicaído y el traspaso de mando a su hermano como quien regala una nueva camiseta, es francamente bastante poco decoroso aunque insistamos en que el contexto con nuestros países es diferente. Pero tal vez lo que más llama la atención es la paralización social en que se ha quedado un pueblo por, como la llama Slavoj Zizek, “la fidelidad al Acontecimiento Revolucionario”. Pareciera que no hay nada más que continuar, que el camino está hecho y que no hay que repensarse, y eso parece más bien un pensamiento reaccionario que uno realmente de avanzada.
No obstante lo anterior, y al calor de las reacciones, lo más preocupante no pareciera ser lo mencionado, sino la manera en que ciertos militantes eternos reaccionan frente al fallecimiento de Castro. Está bien, el tipo es importante y marca una época y negar lo que intentó hacer sería un error histórico, pero ¿es necesario velarlo como a un santo? ¿Necesita la izquierda tener santos o figuras inmaculadas? O para ser más claro: ¿necesitamos centrarnos más en los personajes para así desviar nuestras miradas de los procesos? Porque pareciera que eso se está haciendo; se está negando que uno de los acontecimientos más importantes de nuestro pensamiento, francamente fracasó. No resultó y terminó siendo una monarquía burocrática que dejó las ideas revolucionarias guardadas en el baúl de los recuerdos. O esperando para ser usadas por medio de una retórica que ya parece caricaturesca a estas alturas.
¿Absolverá la historia a Fidel Castro, como muchos se lo preguntan a raíz de su mítica frase? ¿Será, con el tiempo, la Revolución Cubana un referente importantísimo para seguir pensando la izquierda de aquí al futuro? No se sabe. Pero lo único que parece claro es que hay quienes prefieren quedarse mirando los recuerdos de un pasado que no fue tan bueno como lo recuerdan, antes que mirar hacia adelante y construir algo realmente interesante y convocante. Y para eso siempre sirve la religiosidad revolucionaria, esa que más bien parece, a estas alturas, un triste indicio de falencia intelectual.