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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El problema no son los inmigrantes, sino los patriotas

Por ello urge que logren entender que quienes vienen de afuera no son un problema ni un mal, sino una fuerza de comunión cultural que puede servirnos de ayuda para combatir a un adversario en común: esa elite patriotera que solamente vela por sus intereses.

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

Llegó la moda patriotera a Chile. Para ser exactos, siempre ha estado presente y nunca se ha ido, pero hay oportunidades en las que aparece más abiertamente porque algunos se aprovechan de sus efectos en una ciudadanía que se compra el discurso de que el extranjero es el enemigo. Sobre todo si este no goza de colores claros, sino que más bien es moreno y viene de países a los que miramos con cierto desdén injustificado.

Hoy los voceros de este sentimiento antiinmigrantes son varios personeros de esa derecha que busca reinventarse acudiendo a sus clásicas artimañas comunicacionales centradas en la delincuencia. No les basta ver en el “lanza” juvenil un enemigo de la sociedad que lo creó, sino que ahora también están empecinados en construir un muro de prejuicios sobre extranjeros que nutren la diversidad de visiones, caracteres y sentimientos, en un país que por mucho tiempo fue castrado emocionalmente, y solamente se dedicó a comprar y consumir.

Una demostración es Piñera, quien en su afán de ser el eterno candidato que dice no serlo, señaló que gran parte de las bandas delictuales provienen del extranjero, por lo que las medidas de regulación, como también los encendidos discursos de mano dura que hemos escuchado en estos últimos días, se justificarían debido a un cierto resguardo de una integridad nacional. O para ser un poco más exactos; de un relato que cree cuidar de cierta integridad nacional.

El gran problema de este relato es a los oídos a los que llega. Es decir; lo preocupante es que hay una masa importante en Chile que está indignada y busca razones para encontrar culpables de esa indignación. Y por lo mismo, cualquier simple viento de sospecha hacia quien viene desde afuera es un incentivo para hacer florecer una rabia despolitizada y desprovista de la realidad.

¿Qué hacer al respecto? Pareciera que la respuesta está más lejos de los discursos de buena crianza progresista que lo que creemos. Ya hemos visto los resultados de las elecciones en Estados Unidos, y cómo los argumentos de pluralismo e integración liberal no pudieron convocar al indignado despolitizado que encontró soluciones fáciles y rápidas en un Donald Trump que se aprovechó de las falencias de una izquierda que dejó de serlo.

Por lo tanto, lo más claro pareciera ser que quienes dicen representar a movimientos que están en pro de la justicia social y mayores grados de igualdad, sepan convocar en estos momentos. Es una oportunidad única para fortalecer otro discurso frente al que hemos escuchado por estos días y, aunque suene un poco marxista, hacer entrar en razón respecto a su conciencia de clase a quienes sienten una rabia descontrolada que, si no es bien enfocada, se transforma en un discurso reaccionario. Por ello urge que logren entender que quienes vienen de afuera no son un problema ni un mal, sino una fuerza de comunión cultural que puede servirnos de ayuda para combatir a un adversario en común: esa elite patriotera que solamente vela por sus intereses.

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