El espejismo de la igualdad de oportunidades en educación
Nosotros, los estudiantes secundarios, vivimos en un espejismo. En un argumento creado por los mismos de siempre, esos que argumentan que los ciudadanos de la tercera edad con bajas pensiones tienen esa condición porque simplemente “no se esforzaron lo suficiente”, que dicen que los estudiantes que no llegan a la universidad “son flojos”, porque las oportunidades —tienen el descaro de decir— son iguales para todas y todos.
Marcelo Correa es Coordinador Nacional de la Cones y estudiante del Diplomado de Liderazgo y Derechos Estudiantiles de la Cátedra Unesco.
La educación ha estado en la palestra pública estos últimos años. En gran medida nuestras demandas se han visibilizado y marcado agenda de debate en todos los sectores, desde los privilegiados hasta los marginados. Es de esta última apreciación que sacamos algunas interrogantes: ¿Qué concepción de igualdad de oportunidades tenemos en Chile? ¿Es verdaderamente justo? Y en particular: ¿Quién ingresa en mayor medida a la universidad? ¿Quién se mantiene?
La igualdad de oportunidades a la chilena es aquella en donde se apela a una “meritocracia”. Se menciona esto en innumerables ocasiones e irónicamente se utiliza para justificar el sistema, del mismo modo que el padre de las AFP, José Piñera, dijo: “los que tienen bajas pensiones no se esforzaron lo suficiente en su vida”. Acá un argumento que parece sólido pero que no menciona las pérdidas millonarias de las AFP, ni que aquellos jubilados trabajaron más de 8 horas diarias desde los 12 años, como mi abuela. Lo mismo pasa en educación.
Me pregunto si es justo que los secundarios chilotes paguen en promedio 2 mil pesos por día en transporte, mientras que acá en Santiago tenemos TNE, que no es gratuita, por cierto. No hay igualdad entre jóvenes que viven en regiones que los que viven en la capital. No es lo mismo para un chilote viajar varias horas a su liceo y pagar costos excesivos (que podrían servir para útiles o simplemente para comer) que para un santiaguino, que paga $210 pesos de pasaje.
En la educación pública esta tensión se agudiza. Es el colmo que en la educación, que debiese ser el espacio republicano de encuentro entre los distintos, haya competencia por matrícula (y asistencia), producto de nuestro perverso sistema de financiamiento: el “voucher”. Vale decir, se le entrega recursos económicos a los colegios según cuanto asistieron sus estudiantes. Esto provoca una competencia increíble por la matrícula y genera una gran desigualdad, porque no es lo mismo un colegio público (A) de una ciudad pequeña en donde hay 300 estudiantes, con problemas para asistir por sus condiciones geográficas, a uno público (B) en donde hay 2500 estudiantes con más facilidades para asistir. ¿Acaso es culpa de los estudiantes vivir en una ciudad pequeña y no en Santiago? No hay igualdad si el colegio (A) no puede invertir en infraestructura, equipamiento pedagógico y profesores.
La injusticia incluso continúa cuando se da la excepción de que estudiantes pobres de regiones, que estudian en la educación pública, ingresan a una institución de educación superior de calidad. Su ingreso y permanencia, que son casos excepcionales, suele verse truncado: quienes más desertan provienen de los cinco deciles más pobres. ¿La razón? No pueden costear uno de los aranceles más altos del mundo. A eso agreguemos transporte, vivienda y comida. No hay una igualdad real entre alguien que puede costear su educación porque tiene los recursos y alguien que no los tiene. El problema ya no responde al esfuerzo personal.
Demasiados estudiantes pobres, de regiones, que estudian en la educación pública, a pesar de “quemarse las pestañas” para entrar a la universidad, no lo logran por las injusticias estructurales del sistema. Es por estos ejemplos que los secundarios exigimos TNE gratuita a nivel nacional, sistema de financiamiento basal, derecho a la educación garantizado y fin al Estado subsidiario. Somos enfáticos al decir que el próximo presidente tiene que poner fin a este engaño. Quizá ese cambio no lo disfrutemos nosotros, pero sí las generaciones que vienen: los pingüinos del mañana, que pondrán punto final a que esas historias de surgimiento social y económico sean sólo una excepción.