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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Proyecto #8M: El sexismo parte en la educación

"¿Cómo podemos, entonces, pararnos frente al mundo sabiendo que nuestro destino en gran medida se determina en una educación formal que reproduce patrones machistas y establece sin más cómo se debe vivir siendo hombres o mujeres?"

Por Anita Martínez
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Anita Martínez es Militante del Frente de Género de Revolución Democrática.

No es casual que de niña en el colegio rara vez te dieran la palabra, que te trataran de manera condescendiente frente a los compañeros (porque las matemáticas supuestamente le cuestan más a las mujeres), que ocuparas siempre un rol secundario o que no te dejaran terminar las frases de tu argumento. Tampoco es casual que ya adulta te hayan dicho que te contrataron por lo “guapa que eres”, porque eres buena recordando y tomando apuntes, que a diario camines por la calle (y hasta en tu propio trabajo) aceptando como un hecho más de la vida chiflidos y comentarios sobre tu cuerpo o ropa. No lo es que tu trabajo en la casa no sea nunca reconocido y que te acostumbraras a una remuneración precaria o invisible, arrastrando una vejez de miseria. No, no es casual.

Son conductas culturales que se encuentran fuertemente arraigadas en nuestra sociedad, entregadas desde temprana edad en nuestros hogares, pero también producidas y reproducidas en la educación. En estos espacios de formación es donde operan de forma perversa los estereotipos, que oprimen y fundamentan la segregación por género.

Es por esto que en la lucha por una educación pública, gratuita y de calidad el feminismo aporta una mirada fundamental, jamás accesoria. Bajo su enfoque se desnaturalizan estereotipos de género, y se permite que en el espacio público de las aulas se comience a vivir el tipo de comunidad que queremos construir: una que realmente pretenda la emancipación de toda la humanidad.

El proyecto #8M, recientemente impulsado por los diputados Gabriel Boric y Giorgio Jackson, asume seriamente el desafío de acabar con la segregación por sexo, género y orientación sexual. Y entiende que para esto la educación es un pilar fundamental en dicha disputa. Por ello, establece como requisito de calidad la realización de, al menos, un curso con perspectiva de género a quienes estudian carreras de pedagogía, pues la formación de nuestros profesores y profesoras es la base del entramado cultural, pues es en la escuela donde se fomentan las habilidades que somos capaces de desarrollar.

Hoy en día, sin embargo, la forma en que estas habilidades son fomentadas en los niños y niñas responde también a dichos estereotipos. Es una decisión cultural la que distingue y determina, de acuerdo a si eres hombre o mujer, si tienes más o menos aptitud para desarrollarlas. En el aula se van construyendo habilidades según dicha contingencia que terminan en, por ejemplo, que un 68% de la matrícula de las carreras de ingeniería en el año 2016 correspondan a hombres y que, a su vez ocurra lo mismo, pero a la inversa respecto de las mujeres en las carreras de educación, dando cuenta de la “feminización” de carreras.

Detrás de esas cifras y los estudios que demuestran que, generalmente, las mujeres tienen un peor desempeño en las pruebas estandarizadas de matemáticas hay un “currículum oculto” en la educación, que si bien es invisible de manera consciente, se basa en una serie de construcciones de pensamientos, valoraciones y creencias que determinan las prácticas sociales entre hombres y mujeres, y que son constantemente fomentados en el aula.

Un ejemplo de lo anterior es el trato diferenciado que docentes otorgan a niños y niñas, el cual promueve que los aprendizajes se segreguen según el sexo del estudiante impidiendo alcanzar un desarrollo integral como persona. O también en cómo el curriculum obligatorio y los contenidos trabajados en clases invisibilizan el rol protagónico de muchas mujeres en la historia o se mencionan como un dato accesorio del personaje principal, quien es siempre un hombre.

¿Cómo podemos, entonces, pararnos frente al mundo sabiendo que nuestro destino en gran medida se determina en una educación formal que reproduce patrones machistas y establece sin más cómo se debe vivir siendo hombres o mujeres?

La respuesta a esa pregunta no debiera refugiarse en la libertad de enseñanza, como si la perspectiva de género fuera una amenaza. Pues impartir clases con un enfoque feminista permitirá que los conocimientos sean entregados sin naturalizar roles secundarios y subordinados a niñas, únicamente por el hecho de ser tales. Solo así terminaremos de reproducir, desde la escuela, relaciones de dominación que son tierra fértil para diversos tipos de violencia.

El proyecto #8M reconoce que ninguna de estas situaciones es casual y por ello traza una batalla que asume la promesa de lograr una verdadera educación inclusiva: la de construir un Chile capaz de derrotar, ya no sólo al lucro y la mercantilización de nuestras vidas, sino que también a un sistema patriarcal, flamante reproductor de desigualdades, respecto del cual el feminismo podrá ser luz y soporte.

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