Rodrigo Valdés, el guardián del pacto de la transición
¿No es extraño que el ministro sea el único integrante de esta administración que es aplaudido por editoriales de El Mercurio o La Tercera por intentar detener esta revolución imaginaria que vive solamente en algunas temerosas mentes?
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
Muchos se detuvieron en la noticia del lomito que el ministro Valdés se comió pagando una apuesta por los buenos resultados de Codelco en año recién pasado. Mejor dicho, muchos hablan del lomito, de las monedas que le tiraron al ministro mientras masticaba en un local en el centro de Santiago, pero nadie, o casi nadie, se detuvo en lo que significa esta apuesta y qué hay detrás.
En días en que todo lo que venga del Estado es tan criticado por quienes quieren volver al poder para seguir perpetuando ese sistema que curiosamente han visto en peligro por estos años, la principal empresa estatal del país arroja resultados que van no sólo en contra de toda esa lógica de “lo posible” que nos ha restringido por años a límites ideológicos que dicen vestirse de elementos “técnicos”. Sino también en contra de un Valdés consumido por el relato transicional en el que todo lo estatal es mirado con sospecha.
Porque digámoslo, el ministro debe ser quizá el personero de gobierno que más representa esa llamada “cordura” o “prudencia” que, si es que nos detenemos a mirar más de cerca, no es más que el miedo a pasar sobre ciertos temas, lugares y debates que han estado vetados por el pacto de la transición hasta el día de hoy. Cuestión que muchos notamos, pero muy pocos dicen en voz alta.
¿No es extraño que el ministro sea el único integrante de esta administración que es aplaudido por editoriales de El Mercurio o La Tercera por intentar detener esta revolución imaginaria que vive solamente en algunas temerosas mentes? O para ser más concreto: ¿no es evidente que en cada momento en que el titular de Hacienda trata de defender ciertas medidas, se nota en su rostro la incomodidad por no estar haciendo otra cosa?
Es que pareciera que Valdés, desde que asumió su cargo, se ha propuesto defender ciertas “tradiciones”, para transformarse así en el guardián del pacto transicional en años en que algunos lo ven en peligro. En tiempos en que quienes formaron lo que podríamos llamar nuestra “realidad neoliberal” le temen a los que están dispuestos a cambiar ciertos paradigmas o, en este caso, sólo preguntarse acerca de esos temas que hace años era imposible tocarlos, consultarlos o siquiera intentar hacer una pequeña corrección.
Porque no hay que mentir: este gobierno no está ni cerca de cambiar bases fundamentales de la lógica sistémica en la que estamos inmersos. Apenas está llevando a cabo un tímido intento por hacer pequeñas reformas que han sido consideradas, especialmente por el fundamentalismo de nuestros medios, algo así como la toma del Palacio de Invierno durante la Revolución en Rusia. Esta administración, al contrario, intentó, muchas veces de manera errada, deshacer los pactos que Valdés quiere perpetuar sin una decisión clara, sino que siempre mirando para atrás tratando así de evitar la furia de los padres fundadores.
Entonces, ¿no es acaso el lomito de Valdés una caricaturización algo bastante más importante como es la demostración de que lo estatal sí funciona y sí es fundamental para el funcionamiento de nuestra economía? A mi parecer sí. Según creo hay un debate que es más complejo y que el mandamás de Hacienda, como buen guardián del relato, logra que no sea tan visible.