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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Agustín Edwards, el gran culpable

"Debemos mirarlo como lo que es: como el constructor de una idea de lo que era la dictadura, como también de lo que ha sido gran parte de nuestra joven democracia y sus “valores”.

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Francisco Méndez es Columnista.

Muchos reaccionaron ante la muerte del empresario y propietario de El Mercurio, Agustín Edwards. Algunos medios titularon la noticia sin hablar de su participación activa en dictadura, mientras otros lo llamaron el “cómplice pasivo número uno” del régimen cívico militar comandado por Pinochet. Sin embargo, muy pocos se detuvieron en un hecho más puntual: Edwards no sólo fue un cómplice, sino que también fue el que, por medio de las páginas de sus diarios, escribió el relato dictatorial.

Agustín y sus medios fueron tal vez el gran apoyo comunicacional de Pinochet, como también el militar fue el gran brazo de hierro que facilitó que las ideas de Edwards se implementaran de manera rápida y violenta en Chile. Ya que en cada editorial que El Mercurio publicó por esos años, se sentía la satisfacción de su dueño con respecto a lo que se hacía o lo que se dejaba hacer.

Pero si reducimos a Agustín a los años dictatoriales estaríamos equivocados. Una vez comenzada la “cueca democrática”, como le llamaba Lemebel, el empresario fue uno de los defensores, a través de sus medios, de la democracia pactada que surgía por aquellos años. Si bien tenía diferencias con la Concertación por representar al comienzo algo parecido al peligro al que se enfrentaban sus “ideas”, lo concreto es que con los años comenzó a codearse de concertacionistas, los que corrían a los brazos de Edwards en cada comida, en cada cóctel, pero también en cada entrevista que daban en el que alguna vez fue llamado el “Decano” de los matutinos nacionales.

De una manera inteligente Agustín acogió a estos hombres a los que persiguió en décadas anteriores. Los hizo parte del directorio de la Fundación Paz Ciudadana, la que creó luego del secuestro del que fue objeto su hijo, Cristián, y en la que aprovechó de contarnos que sus enemigos ya no estaban en esa izquierda sumisa que ahora sonreía en sus páginas sociales. Sino que ahora el problema era la delincuencia, el moreno, el sujeto que cometía el gran error de vestirse con ropas que él, en un comercial promocionando esta nueva iniciativa, caricaturizaba e identificaba como “el delincuente”.

Por esto es que no podemos mirar a este personaje como algo anecdótico o pasajero en la historia reciente de Chile. Al contrario, debemos mirarlo como lo que es: como el constructor de una idea de lo que era la dictadura, como también de lo que ha sido gran parte de nuestra joven democracia y sus “valores”. Porque, aunque hoy sus medios ya no tienen la fuerza que alguna vez tuvieron, lo cierto es que su idea de lo que es la estabilidad o el caos ha calado hondo en el ejercicio político y empresarial de nuestro país. Ya que su figura no es solamente la de un golpista que pensaba en derrotar a Allende desde antes que este asumiera, sino también la de un heredero de una de las fortunas más antiguas de Chile, la que usó con tal de salvar sus intereses ideológicos y sus negocios. Cosas que no estaban muy distantes una de otra.

Por lo tanto es que pareciera que hay que ser bastante claro antes de caer en todo tipo de caricatura: Agustín Edwards era tal vez el gran culpable de muchas cosas con las que hoy todavía intentamos lidiar. Fue el que durante años aconsejaba a nuestras elite dirigente por medio de las mismas páginas en donde tiempo antes la persiguió y culpabilizó de una ruptura democrática de la que él fue uno de los principales culpables. Esa ruptura que sirvió para que surgiera una respuesta contrerrevolucionaria y reaccionaria que él asumió como su revolución. Como su guerra personal.

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