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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El fracaso de Guillier

"Lo lamentable es que el trabajo político va muy lejos de sus sueños. Querer crear una coalición potente requiere más que un rostro puro y casto que espera que las voluntades marchen tras él como si fuera un caudillo".

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Francisco Méndez es Columnista.

Una vez conocida la decisión de la Democracia Cristiana de llevar su candidatura a la primera vuelta presidencial, muchos patalearon, mientras otros simplemente condenaron lo resuelto en la Junta Nacional por tratarse del gran tiro de gracia a la Nueva Mayoría.

Lo que muchos no hicieron, en cambio, fue mirar hacia la candidatura de Alejandro Guillier como lo que es: un salvavidas bastante poco fiable que se mantiene a flote según circunstancias externas que hoy no le están siendo favorables. Una muestra clara es la noticia de que, debido a que no será respaldado por una coalición, el candidato deberá o bien afiliarse a uno de los partidos que lo apoya, o simplemente conseguir 33 mil firmas para validar su candidatura. Según comunicó- y con tal de no derrumbar su discurso de “independiente” Guillier decidió la segunda opción. Dejando en claro que nada de esto estaba previsto, y que el poco profesionalismo de la candidatura es realmente vergonzoso.

Porque, ¿no debió tanto él como las colectividades que lo apoyan haber visto esto con anterioridad? ¿No se debió también hacer un trabajo político consistente en la Junta Nacional DC para que este escenario no existiera? Todo pareciera indicar que sí. Pero ni Guillier ni quienes lo respaldan parecen haberse dado por enterados de lo que significa la política real, esa que se aleja de los discursos bonitos y dispersos sobre ciudadanía y derechos y, al contrario, se realiza en los pasillos del poder para lograr apoyos negociando cupos parlamentarios y participación en el programa. Nada de eso ocurrió, lo que suena curioso ya que la forma en que se bajó a Ricardo Lagos nos daba a entender que en el PS había un manejo de esas lógicas que no se nutren de tanta luz como los victoriosos discursos con frases para la galería.

Hoy podemos ver que no hay tanto conocimiento o riesgo de parte de Guillier. Pareciera que sus lindas visiones sobre un Chile más justo y solidario no van de la mano de un real trabajo ni programático ni político que lo sustente. Ya que, cuando se lo ve, todo pareciera decirnos que espera que el caos entre los partidos se arregle de manera mágica, para que así él pueda liderar una uniformidad silenciosa y ser elevado por masas imaginarias que asienten a cada bonita idea que se le ocurra.

Lo lamentable es que el trabajo político va muy lejos de sus sueños. Querer crear una coalición potente requiere más que un rostro puro y casto que espera que las voluntades marchen tras él como si fuera un caudillo. Necesita de una colectividad que sepa trabajar tanto en la creación de un programa como en el manejo de los pasillos. Porque sin esos dos aspectos esta aventura no parece más que un sueño con texto de pesadilla; el derrumbe de una coalición que se propuso hacer algo importante, pero que debido a sus indeterminaciones y autoimpuestas limitaciones no sólo no pudo mantenerse unida, sino que tampoco supo convocar a nuevas fuerzas de izquierda que quisieran seguir el camino.

Alejandro Guillier se planteó como algo cercano a la “nueva política”, pero lo concreto es que su corta carrera ha sido la gran demostración de que no existen tales cualidades estéticas, sino que, al contrario, el servicio público hay que saber ejercerlo con todas sus aristas. Ya que esa es la única manera para que el “arte de gobernar” funcione. De lo contrario, como pasa hoy con el candidato, se fracasa.

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