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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

¿Y en Chile el centro cuándo?

"El populismo ha encontrado la solución a este dilema explotando los miedos, las izquierdas y derechas parecen extraviadas buscando en el pasado. Los centristas deben hablar del futuro y cambiar las teclas: deben transformarla en acción política concreta".

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Sebastián Sichel es Abogado, magister en derecho público, académico de derecho USS. Presidente comité editorial El Dínamo.

El triunfo reciente de Macron en Francia, así como el surgimiento de Ciudadanos en España, el éxito de Justin Trudreau en Canadá y el renacimiento de Matteo Renzi en el Partido Demócrata en Italia, ha significado un resurgimiento de los movimientos y partidos centristas en el mundo que no se veía desde la tercera vía socialdemócrata de los 90’s. Ellos comparten un espacio político que los permite diferenciarse de izquierdas y derechas. Son imposibles de asimilar en el marco de las cosmovisiones que dominaron la política post Guerra Fría.

Ellos comparten ciertos marcos políticos comunes: liberalismo igualitario -o más bien defensa de la libertad con inclusión social-, vocación de mayoría, líder carismático y fricción con el sistema político tradicional.
Todos además han sido exitosos cuando han sabido encarnar una rebelión frente a la pasividad de la política tradicional y el maximalismo del populismo. Su éxito ha estado marcado por la vocación de mayoría, la audacia electoral, un liderazgo carismático y una identidad programática propia.

¿Existe algo similar en Chile desde el centro? Al menos a juzgar por las encuestas de la elección presidencial, no. Como me dijo un amigo: este mundo no tiene por quién votar. Raro, cuando parece que las ideas de este mundo moderado triunfan en la sociedad chilena: la encuesta CEP demuestra hace años que la mayoría de los chilenos se define en lo que se entiende como el espacio de moderación (si 1 es lo más de izquierda y 10 lo más de derecha, el grueso de los chilenos nos ubicamos entre el 4 y el 7), que ninguno cree en fórmulas mágicas que cambien su destino más allá de su propio esfuerzo y que la mayor exigencia actual es que el “poder” (Estado, Empresas, Iglesias, etc.) haga bien su pega.

En sus vidas estos ciudadanos practican los valores de la democracia y participan activamente del mercado. El dilema es qué donde abunda demanda: exigencia de colaboración Estado-Mercado, innovación política, igualdad dignidad en el trato y un mercado y un Estado de mejor calidad; existe un ausencia total de oferta competitiva de centro en política.

¿Por qué no ha madurado un proyecto político exitoso en este espacio en Chile? Algunas pistas: primero, la historia. La experiencia traumática de la dictadura tuvo un efecto colateral: desató miedos de tal magnitud que basta la sola mención de Pinochet o la UP, para evitar la construcción de cualquier proyecto distinto a los que fijaron los límites del binominal.

Y eso implica que cualquier tratativa de salir (La Alianza/ChileVamos, La Concertación/Nueva Mayoría) es rápidamente tildada de pasarse al lado “enemigo”. Ante eso sólo vale el reemplazo (el Frente Amplio por la izquierda, o José Antonio Kast por al derecha), la abducción (Evópoli en ChileVamos o la DC en la NM) y no la innovación (eso sería una traición a los dolores recientes).

Segundo, el camino propio. Si algo ha demostrado la modernidad es que las cosmovisiones ideológicas de los 60’s con partidos que tenían respuesta para todo y cada uno de los problemas de la sociedad, están obsoletas. Primero porque los problemas complejos ya no se resuelven con eslóganes y segundo, porque las viejas derechas e izquierdas descubrieron hace años que la unidad de propósitos hace mayorías más allá de las identidades partidarias propias.

Si hay algo absurdo dentro de la valiente opción que tomó la DC para ir a primera vuelta, es qué lo hizo desde la dinámica del chovinismo: es decir, para sí mismo y sus viejos electores más que para crecer o sumar mayorías junto a otros. El de Evópoli una forma de encauzar votos a un proyecto dónde están condenados a ser minoría. Y el esfuerzo de Ciudadanos, Amplitud y Red Liberal una senda para hacerlo, pero incapaz de convencer al resto. Y eso habla del fracaso del proyecto mayoritario.

Tercero, el exceso de personalismos. ¿Hay alguna duda que la distancia ideológica entre Felipe Kast, Lily Pérez, Mariana Aylwin, Andrés Velasco, Ricardo Lagos o José Joaquín Brunner es mucho más corta que la entre Jacqueline Van Ryselvergue y Felipe Kast, entre Iván Moreira y Luciano Cruz Coke o entre Ricardo Lagos y Alejandro Navarro, o Camila Vallejo y Andrés Velasco?

Se que a muchos les va a dar pudor reconocer este hecho que ante la ciudadanía es evidente. ¿Qué hace que no puedan hacer política juntos? Al parecer cada uno es fruto de su historia y ha tratado de inventar su camino para evitar los riesgos de ser juzgado por sus compañeros del pasado. La liberación es romper con las tradiciones, la audacia es crear un mundo nuevo. Han mirado el futuro por el espejo retrovisor: arman proyectos anclados en los miedos atávicos. Sus líderes son incapaces de trabajar colectivamente. Es decir, aunque crean en un proyecto común, varios creen que ese es viable sólo en la medida que lo encabecen ellos mismos. Envidiable es la actitud del Frente Amplio cuando decide inscribir a RD -y todos trabajan por ello- para llegar a primarias.

Cuarto, la obsesión por la “cosmovisión”: Si algo es evidente es que sólo una minoría de las personas vota por cosmovisiones ideológicas. Por lo mismo, el voto de un “partido” es casi un fenómeno en extinción que acompaña sólo a una generación de veteranos de la batalla política de la guerra fría.

Lo cierto es que el resto del mundo vota o adhiere a determinados candidatos y/o proyectos políticos por los valores que representan o la identidad de sus liderazgos. Eso es el éxito de la democracia moderna: no basta con el simple logo de un partido y la definición de una matriz doctrinaria para emitir el voto. Lo que las ideologías ven como una amenaza, es una tremenda oportunidad: el elector se transforma en dueño de sus propias decisiones y las pasa por el tamiz de sus necesidades/expectativas.

El populismo ha encontrado la solución a este dilema explotando los miedos, las izquierdas y derechas parecen extraviadas buscando en el pasado. Los centristas deben hablar del futuro y cambiar las teclas: deben transformarla en acción política concreta. Esto permite el acercamiento cultural que imposibilitaban las distancias ideológicas: las distintas familias centristas vienen de matrices filosóficas distintas (liberalismo, socialcristianismo, socialdemocracia), pero en la acción política concreta dichas distancias se acortan hasta casi desaparecer: mercado y estado colaboran, el espacio de lo público escapa a lo estatal y entre el individuo y el Estado hay un gran espacio para la vida en sociedad.

¿Cómo hacer un proyecto político de centro exitoso? Rápidamente pasar de la dinámica de la competencia a la colaboración. Y construir desde la audacia.

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