Macron: La Francia que vendrá
Es el momento de la esperanza y de la racionalidad lo que el nuevo Presidente representa. Es de esperar que logre lo que los franceses han privilegiado para la Francia que vendrá.
Samuel Fernández I. es Abogado (UC), Magister en Derecho (UCEN), Embajador (r). Profesor de Derecho Internacional Público; Comportamiento Ético y Social del Abogado; y del Magíster en Arbitraje, de la Universidad Central de Chile. Académico de diversas Universidades, y de la Academia Diplomática.
El triunfo de Emmanuel Macron ya es una realidad, y ha sido en concordancia con los pronósticos y encuestas que lo anticiparon. Una elección clarificadora de los nuevos impulsos a la política francesa. Han quedado atrás los riesgos inmediatos de un giro hacia las posiciones extremas, en particular la que representaba Marinne Le Pen. No obstante, el aumento de apoyos al Frente Nacional lo ubican como una fuerza significativa, si logra mantener vivas y proyectar, las posturas contrarias a la Unión Europea, al Euro, la OTAN, las migraciones, y un nacionalismo decidido, entre otros objetivos de su campaña. Temas que no podrá soslayar el nuevo Presidente, a riesgo de que continúen representando un porcentaje considerable de la ciudadanía, y que están presentes para muchos en la Europa de hoy, escéptica y desencantada de una Unión que no logró la perfección ofrecida, a pesar de los sacrificios. Y que también enfrenta un creciente temor a un terrorismo que los ha golpeado demasiadas veces.
Con claridad lo ha expresado el nuevo Presidente, al insistir en su discurso de agradecimiento, que su tarea será enorme. Y sin duda lo será. Francia termina con una administración mayoritariamente rechazada. Con sus partidos tradicionales reducidos al mínimo, por escándalos, mentiras y promesas incumplidas. Una ciudadanía que en buena medida, sobre todo, impidió el triunfo de los extremos, más que apoyó un candidato y su programa claro e inequívoco. Sus líderes políticos tradicionales, que han controlado sin contrapesos toda la Va. República, ahora quedan relegados, por más que estén expectantes de que Macron los incorpore a su Gobierno. No son pocos, como el propio Presidente Hollande, que se atribuyen haberlo creado o descubierto, y reclaman ser sus mentores para seguir participando en un Estado sobredimensionado, poderoso y controlador de una administración que crece y se multiplica con los años. Un país que sigue añorando las glorias idas, pero que hoy no bastan para mostrar un futuro promisorio a una población en constante búsqueda de alguien que la incentive, y supere una modorra, lenta y decadente, para recuperar ese espíritu visionario e insustituible que Francia siempre encarnó.
Son muchos desafíos para un Presidente joven y sustentado por un movimiento, que hasta hace pocos años, parecía sin perspectivas dentro de la tradicional alternancia de los partidos de siempre. Los problemas no han desaparecido con su amplia victoria electoral, y las exigencias de solución seguramente se multiplicarán. Precisamente porque hay un nuevo futuro y un fervor que despertará a Francia de su letargo interno, lo que se pondrá aprueba en las elecciones parlamentarias de junio venidero. De ellas depende la gobernabilidad que requiere. Igualmente, deberá confrontar su menguada importancia internacional. No en vano Macron tendrá que convivir con graves situaciones mundiales, y con mandatarios personalistas y voluntariosos, como los de Estados Unidos, Rusia o China, más un Brexit británico lleno de entusiasmo y otros nacionalismos, que siguen condicionando la Unión Europea. La misma que hoy encuentra en Macron un apoyo y un renovado impulso, de inapreciable valor.
Es el momento de la esperanza y de la racionalidad lo que el nuevo Presidente representa. Es de esperar que logre lo que los franceses han privilegiado para la Francia que vendrá.