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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Ricardo Lagos, el nuevo jefe de campaña de Piñera

"La nula diferencia de contenido entre el discurso de Lagos y Piñera habla mucho de por qué a los principales diarios de nuestro país les convenía tanto que la campaña presidencial fuera entre ellos dos".

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Francisco Méndez es Columnista.

Todo era un gran acto de campaña. Parecía como si todos estuvieran esperando a la figura principal, mientras observaban a los demás exponentes- o teloneros- que venían a decirles lo que ellos querían escuchar: Chile está mal y sólo un gobierno de Sebastián Piñera podría solucionar esa crisis que vive en las cabezas de quienes participaban como público del seminario de Moneda Asset llevado a cabo la semana recién pasada.

El primero en intervenir fue el ex presidente Ricardo Lagos. Volvía a pararse frente a un empresariado que le tiene respeto y lo aplaude para así sentirse más progre. Cuando este comenzó a hablar, el silencio era casi como el de una misa dominical, con los poderosos hombres de empresas escribiendo en cuadernillos algunas de las reflexiones de un Lagos que se sentía a sus anchas y que seguramente pensaba, mientras miraba a su público, en el error que significó intentar ser nuevamente presidente y cambiar estas cátedras pomposas, que alimentan maravillosamente el ego, por las deprimentes giras poblacionales. Las lógicas de campaña no le aseguraban tanto poder como sí lo hacían las intervenciones frente a empresarios a los que les encanta que políticos de cierta estatura estén de acuerdo con ellos y les den la razón.

Y claro que Lagos les dio la razón. Habló mucho de futuro y de infraestructura, pero lo que resultó fundamental para ganarse una vez más el aplauso empresarial fue el hecho de enfatizar en que lo principal era el crecimiento. Todo lo demás, como lo dijo con su voz fuerte y de rasgos autoritarios, “es música”. ¿Lo habrá hecho como una venganza política hacia el conglomerado que desechó su candidatura? No se sabe, pero está claro que no era un momento cualquiera, ya que estaba en medio de un soterrado acto de campaña de Sebastián Piñera, compartiendo un conveniente diagnóstico que muchos repiten para llegar a la conclusión de que el único que puede hacer posible un vuelco en este es el candidato presidencial de Chile Vamos.

Luego de la salida triunfal de Lagos, vinieron intervenciones de economistas como Sebastián Edwards, ente otros, en donde se llegaba a la misma conclusión propagandística: Piñera era el único que podría salvar los negocios privados y, como dicen para que suene épico, “enmendar el rumbo de Chile”. Todo esto en un ambiente casi como de congreso ideológico de un partido político, pero, como siempre, disfrazándolo de una junta de empresarios y técnicos que dicen no tener ideas políticas.

Finalmente fue Piñera, el hombre que todos esperaban, quien llegó a cerrar el debate empresarial. Dio un discurso tremendista en el que hablaba de un Chile que solamente vive en las convenientemente alarmistas cabezas de quienes estaban presentes, en donde el terror de la delincuencia y el caos económico son pilares fundamentales para alimentar un relato hegemónico que se pasea por los editoriales de los principales medios del país, dejando en claro que no hay dos visiones que se presenten con la misma fuerza, como debería ser en una sociedad democrática madura. Al contrario: hay una sola que sigue manifestándose como la realidad, ya no sólo por líderes de la derecha, sino también por personeros de la otrora Concertación.

La nula diferencia de contenido entre el discurso de Lagos y Piñera habla mucho de por qué a los principales diarios de nuestro país les convenía tanto que la campaña presidencial fuera entre ellos dos. Si bien Lagos es superior intelectualmente- y le da un valor más profundo al ejercicio democrático que al voraz resultado del “libre mercado”-, lo cierto es que ambos comparten un cariño casi enfermizo por un Chile que instaló lógicas que solamente resultaron convenientes para algunos. Los dos creen que el país noventero era más seguro porque las preguntas no eran tan fuertes como las que se han escuchado por estos años, ya que aseguran que el servicio público sólo puede resultar efectivo en nuestras tierras si es que es ejercido por una moderación que, en el fondo, esconde un extremismo ideológico que da “gobernabilidad”.

Es lamentable. Aunque discutan por Twitter sobre la figura de Rodrigo Valdés, Piñera y Lagos ven con los ojos humedecidos un Chile post dictatorial en el que no había dos opiniones acerca de la economía y el comportamiento institucional y democrático. Le llamaron la “Democracia de los Acuerdos”, pero lo concreto es que la visión acerca de lo que era correcto era sumamente autoritaria, incluso más que hoy, ya que no se existía ninguna voz disonante y fuerte que fuera escuchada con fuerza.

Por esto es que Ricardo Lagos parecía un oculto jefe de campaña de Piñera más que un ex presidente que venía a representar al sector progresista en este seminario. Venía a ratificar, por medio de sus afirmaciones, que lo mejor que podría pasarle a Chile sería un nuevo gobierno de una derecha que, lamentablemente, a estas alturas, no tiene mayor diferencia con sus ideas.

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