El tribunal de Pinochet que decide sobre la vida de las mujeres
"Es una humillación particularmente notoria tener que ir a pedir que, luego de toda una tramitación democrática en el Congreso, un grupo de señores que representan un orden constitucional añejo, y muchas veces contrario con lo que se decide democráticamente, deban decidir si es que una mujer puede o no ser dueña de su cuerpo".
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
Todos quieren ir a comparecer frente al Tribunal Constitucional. Transversalmente, desde izquierda a derecha corrieron esta semana para contar por qué les parecía que era constitucional o no la ley de despenalización de aborto en tres causales impulsada por esta administración. Si bien no parece extraño que Chile Vamos lo haga con sus distintos representantes, lo que se ve curioso es que desde el progresismo se haya decidido darle tal legitimidad a la Constitución de Pinochet.
Es cierto, estamos entrampados y probablemente lo estaremos por mucho tiempo más. Pero no deja de sentirse como derrota, nuevamente, que los fantasmas del dictador y Jaime Guzmán deban seguir decidiendo acerca de lo que sucede o no en Chile y sus ciudadanos. Porque, aunque se le quiera dar otra connotación en los medios, la “constitucionalidad” que tanto se alega por estos días no es más que una delicada manera de encontrar, en un texto dictatorial legitimado en democracia, si es que hay alguna manera de interpretar los recovecos constitucionales para que un proyecto resulte favorable a las ideas progresistas.
No quiero sonar pesimista, pero es bastante triste. Una vez más no se pudo hacer lo que se esperaba. Parece que decidimos, por el contrario, quedarnos sentados en los cómodos pasillos institucionales de una democracia con tufillo reaccionario .Ya que, en vez de impulsar con fuerza un proceso constitucional que tuviera realmente una protección hacia el futuro, lo cierto es que el gobierno de Michelle Bachelet se quedó refugiado en su miedo a que la otra vereda siguiera pensando que se estaba haciendo una revolución. Y todos quienes decían con fuerza querer construir un texto más balanceado que el actual, no hicieron nada al respecto. Prefirieron callar y hacer como si el debate constitucional fuera casi una anécdota.
Es cierto: construir una nueva Constitución requiere de bastante tiempo, por lo que negarse a participar de instancias institucionales como las actuales sería poco serio. Sin embargo, es una humillación particularmente notoria tener que ir a pedir que, luego de toda una tramitación democrática en el Congreso, un grupo de señores que representan un orden constitucional añejo, y muchas veces contrario con lo que se decide democráticamente, deban decidir si es que una mujer puede o no ser dueña de su cuerpo.
¿Está mal que exista un Tribunal Constitucional? Claro que no. Lo que parece bastante inaceptable a estas alturas es que siga existiendo uno con estas lógicas. Pero más aún, que haya una izquierda decidida a fundamentar si es que uno de sus proyectos está de acuerdo con una Constitución que hasta hace poco encontró “constitucional” prohibir y hasta perseguir muchas de sus ideas. Por lo mismo, es relevante preguntarse cuál es el horizonte a seguir para que no sigamos perdiendo batallas ideológicas y culturales de esta manera .Porque, lamentablemente, no le importa a muchos. Por el contrario, lo más importante es tratar de validar una ley ante una institucionalidad autoritaria que sigue perpetuando lógicas que se quieren cambiar en el discurso, pero que, mientras no se haga algo concreto, en realidad sólo pueden ser beneficiosas para nuestra nula intención de actuar y preguntarnos qué es lo mejor hacia el futuro.
En la izquierda tenemos miedo a preguntarnos qué es lo que puede pasar si es que nos oponemos realmente a esta Constitución. Y, por desgracia, momentos como estos muestran que nuestras ganas de cambiarla no son más que temerosos gritos ante lo que pareciera que aún no queremos hacer.