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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Evangélicos y el Te Deum: cómo impacta la religión en la política

"El actual vicepresidente, Mike Pence, quien rechaza la teoría de la evolución, ha dicho públicamente que lamenta la historia bíblica de la creación no se enseñe en clases de biología. Betsy DeVos, la secretaria de educación, también evangélica, ha donado millones de dólares a organizaciones que abogan por enseñar la teoría de ‘diseño inteligente’, la idea que un poder superior diseñó el mundo".

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Robert Funk es Cientista político Universidad de Chile.

Los 11 de septiembre siempre serán momentos de reflexión. Algunos recordarán los amigos o familiares caídos. Otros las torres caídas. Pero tanto el 11 chileno como el estadounidense son, en el fondo, advertencias de los efectos nefastos del fundamentalismo. Cuando estamos convencidos que lo que hacemos es justificado por algún libro, por una ideología, o por Dios, se pueden cometer muchos errores y muchos crímenes. Lamentablemente, no hemos aprendido la lección. Hoy, seguimos de manera regular y oficial, rindiéndole homenajes al fundamentalismo.

La bochornosa recepción que recibió la Presidenta Michelle Bachelet en el Te Deum Evangélico fue tan vergonzoso como esperable. El avance de la agenda valórica de la Nueva Mayoría –tal vez su mayor logro– siempre iba a contar con una vociferante oposición por parte de las iglesias evangélicas, cuyas creencias se basan en una interpretación fundamentalista, es decir, literal, de la Biblia.

En Chile, las personas que se identifican como evangélicos están llegando a representar un 20% de la población, lo que ha llevado al sector a transformarse en una poderosa fuente de apoyo político. Es razonable que ellos, como cualquier otro grupo (empresarios, etnias, sindicatos, ONGs, u otros) hagan lobby por los temas que les incumben. Tampoco debiera ser tema el hecho que la religión informe las opiniones políticas de algunos votantes. Es bastante común. Los diez mandamientos fueron tanto una lista de conceptos religiosos como morales y jurídicos. “No matarás” es un precepto legal bastante razonable.

La diferencia radica en la forma en que las creencias políticas son traducidas a lo público. Una lógica de obediencia absoluta a escritos milenarios tendría, indudablemente, una influencia en las formas de digerir información. No hay espacio para el análisis crítico. Las decisiones tomadas en base a la convicción pura, sin evidencia, no pueden ser óptimas. Las políticas públicas elaboradas más por creencia que por ciencia no pueden tener los resultados deseados. Los efectos están a la vista.

En EEUU, donde el porcentaje de la población evangélica es un poco mayor al de Chile, hay efectos a nivel micro (cómo impactan en decisiones políticas) y macro (el rol de la religión en la gobernanza del país). Respecto lo segundo, el fenómeno más preocupante es el de la ‘nulificación’, la idea de que las leyes dictadas por legislaturas o aprobadas en los tribunales, incluyendo la Corte Suprema, deben ser desobedecidas (o nulificadas), si se contradicen con las creencias religiosas. No cualquier creencia, por supuesto, solo la cristiana.

Destacados políticos como el excandidato presidencial Mike Huckabee y el senador Ted Cruz han expresado esta teoría en relación a la decisión de la Corte Suprema que legalizó el matrimonio igualitario. Hoy, bajo el régimen de Donald Trump, el Departamento de Justicia ha optado por defender ante la Corte Suprema a un pastelero que, reivindicando libertad religiosa, se negó a vender una torta de novios a una pareja homosexual. En otras palabras, el Estado está defendiendo no a los derechos constitucionales, sino a creencias religiosas.

Los efectos de la interpretación literal de la Biblia se extienden al trato de las mujeres. Si se cree que el evangelio es la palabra de Dios que debe ser implementada en el mundo moderno, claramente frases como la de Corintio (“Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer”, o Efesio (“Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo”) tienen implicancias reales en el rol de la mujer en la sociedad. Implica un rol restringido, secundario, y subordinado a la voluntad de los hombres.

Pero no es solamente en los temas denominados valóricos donde la influencia religiosa impacta en las preferencias políticas.

Un estudio publicado hace dos décadas en el American Journal of Political Science mostró una fuerte correlación entre creencias fundamentalistas y políticas ‘conservadoras’ respecto el medio ambiente. Hoy vemos como, incluso en medio de uno de los peores huracanes en la historia, el gobierno de Donald Trump se niega a aceptar la evidencia científica respecto el impacto de la actividad humana en el calentamiento global. El nuevo director de la Agencia por la Protección del Medioambiente, Scott Pruitt, un evangélico que tiene relaciones cercanas con la industria petrolera en su estado de Oklahoma, señaló que no era el momento de hablar de cambio climático.

Algo parecido ocurre con la teoría de la evolución, respecto la cual un estudio de la empresa Pew identifica que solamente un 62% de los adultos acepta que los humanos han evolucionado en el tiempo. Mientras un 91% de los ateos cree en la evolución, solamente un 21% de cristianos la aceptan. El resultado, según un paper del 2006, es que Estados Unidos es uno de los países con los niveles más altos de rechazo a la evolución, superado por Turquía (mostrando que el fundamentalismo no se limita a un credo en particular).

El actual vicepresidente, Mike Pence, quien rechaza la teoría de la evolución, ha dicho públicamente que lamenta la historia bíblica de la creación no se enseñe en clases de biología. Betsy DeVos, la secretaria de educación, también evangélica, ha donado millones de dólares a organizaciones que abogan por enseñar la teoría de ‘diseño inteligente’, la idea que un poder superior diseñó el mundo.

El riesgo de que actitudes como las anteriores limitarían el desarrollo del conocimiento y la ciencia es evidente y real. En EEUU los evangélicos se encuentran entre los grupos con los niveles más bajos de educación formal. Un estudio publicado en la revista Intelligence incluso encontró que “la inteligencia tuvo una asociación negativa con seis mediciones de religión, la más fuerte siendo el fundamentalismo”.

En América Latina son los sectores más vulnerables que, desde hace décadas, se han acogido con más entusiasmo a las distintas iglesias evangélicas. Como explica Evgenia Fediakova, la composición social de grupos evangélicos resultó en una tensión durante el gobierno de la Unidad Popular, pues si bien los más necesitados se pudieron haber beneficiado de las políticas de la época, el discurso laico de la UP causó rechazo, de manera que el grupo más importante del sector, el Consejo de Pastores, apoyó el golpe militar de 1973.

Uno puede estar de acuerdo o no con las posturas políticas tomadas por miembros de las distintas iglesias evangélicas. Es parte del debate racional de la política. Con personas que interpretan la palabra de Dios, sin embargo, no puede haber debate racional alguno. Es el corazón del problema: la lógica fundamentalista representa un paso gigantesco hacia un tiempo en que la política y la religión no solamente no estaban separadas, sino que una era parte esencial de la otra. No fue por nada que a los reyes se los coronaban en iglesias. Los reyes de Inglaterra tenían, y tienen, el título de “defensores de la fe”.

Llevamos poco más que doscientos años transitando desde el absolutismo a otras formas de gobierno. La política desde la Ilustración se ha centrado, con mayor o menor grado de éxito, en dar vuelta la irracionalidad de ser gobernados por personas que se autoimponen un derecho divino. Cada cierto tiempo, surgen reacciones. Pocos años después de la revolución francesa surge Napoleón. Pocos años después de la emancipación social de los años 20 surge el fascismo. Pocos años después de la rebeldía generacional de los 60 surgen las dictaduras y el neoliberalismo. Y hoy, después de décadas de ampliación democrática y profundización de las libertades individuales vemos el backlash mundial a través de fundamentalismos religiosos, cada vez más aleados con el poder político.

La historia demuestra que a esos esfuerzos hay que resistirlos y combatirlos, no aceptar invitaciones a orar ni alianzas políticas. El absolutismo tiene la particularidad de ser absoluto. Nuestro rechazo también debe serlo.

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