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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Cine: Literatura en imágenes

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Eliseo de Pablos es Director Festival de Cine y Literatura Fesek

Érase una vez una historia. Ese es el comienzo de cualquier proceso creativo. El siguiente paso es determinar el camino para contar o plasmar esa historia. La literatura y el cine son dos de esos caminos que tienen un primer recorrido común, e inclusive estructuras comunes. En ese primer tramo el cine y la literatura están muy unidos, no olvidemos que un guion original no deja de ser una obra literaria.

Si la historia primera toma el camino de la palabra escrita estamos ante una obra literaria que toma la forma de libro y llega al público a través de una lectura donde la persona construye en su mente las imágenes que el escritor va contando. Imágenes y escenarios diferentes para cada lector e inclusive para cada circunstancia en la que el lector se encuentra.

El cine toma el camino de construir imágenes comunes para muchas personas, personalizadas a su vez en las interpretaciones de guionistas y directores. ¿Pero interpretaciones de qué?, ¿de la propia obra tratando de ser fiel al espíritu e intencionalidad del escritor?, ¿creando a partir de esa obra otro producto artístico nuevo que no tiene porque coincidir con la obra literaria inicial?

Estos planteamientos siguen generando una gran polémica, cuando no una gran decepción a la hora de ver en la gran pantalla el resultado cinematográfico. ¿Puristas o creativos? Estas dos grandes clasificaciones siguen generando opiniones encontradas. En muchas ocasiones pasamos de la traición a la sustitución de la historia, cuando no a una novísima historia que ha procurado un nuevo concepto, a través de un nuevo lenguaje.

El cine recrea los mundos y las sociedades los hacen verdaderos a los ojos de los espectadores. Esa es su magia y su fuerza. Estas dos fuerzas narrativas provocan en el espectador sentimientos encontrados, cuando no traiciones a una idea de imágenes preconcebidas en la lectura. Generalmente nos rodea la opinión de “mejor la obra literaria”, porque la sentimos más nuestra, ya que hemos creado nosotros mismos las imágenes que nos inspiran. La película nos ofrece imágenes “de otros” que pueden en ciertos casos coincidir en parte con las nuestras. Eso sería “una buena película”, no obstante, en ocasiones no nos sentimos identificados con esas imágenes al interrelacionar las historias que parten de una misma historia. Nos sentimos defraudados, “una mala película”. Aunque detrás de este planteamiento tan básico existe la capacidad de reconocer un nuevo producto, una nueva historia a partir de una vieja historia, que nos emociona, nos conmueve e inclusive nos hace olvidar la obra literaria.

Y no olvidemos que en ocasiones se produce el fenómeno contrario. Una película de éxito da lugar a una obra literaria. Curiosamente suele pasar el fenómeno inverso a cuando juzgamos la película en reacción a la obra literaria, “mejor la película”.

La asociación de las imágenes de la pantalla a las vividas durante la lectura nos provoca conflictos la mayoría de las ocasiones irreconciliables. Deberíamos aprender a discernir que cine y literatura son dos obras basadas en un tronco común pero muy diferentes. La adaptación de una obra al cine debe suponer la creación de un nuevo lenguaje, el cinematográfico, que debe dar lugar a una nueva manifestación creativa. El cine no deja nunca de ser literatura pensada en imágenes.

El visionado de una película basada en una obra literaria representa el proceso inverso a la lectura. De las imágenes extraemos la historia, la configuramos en una narración personal que se une a nuestras propias emociones. La lectura nos procura una narración que nos permite crear escenarios, representar físicamente a los personajes, modificar las estéticas en función de las frases que vamos leyendo. Son dos procesos diferentes que no deberíamos someter a comparaciones. En ambos casos la valoración personal debe pasar por productos que tengan la capacidad de conmover y emocionar.

La relación entre cine y literatura permanece desde las primeras imágenes de los Lumiere. Una relación intensa, apasionada, cuando no necesaria que ha procurado películas extraordinarias y ha posibilitado infinidad de lecturas. Contar historias a partir de historias forma parte ya de la idiosincrasia del séptimo arte. Ha habido en este siglo largo de cine una atracción inevitable a crear imágenes a partir de las palabras. El espectador se ha convertido en un destinatario común que pasa a ser lector y viceversa.

El festival de cine y literatura, FESEK, no hace sino poner en valor esa simbiosis creativa y recordar una unión posible, necesaria, controvertida, alabada y denostada, que no suele dejar indiferente a nadie. Leer cine es una acción enriquecedora, que nos demandamos en la pretensión de vivir historias a través de imágenes.

Cine o literatura no es el planteamiento adecuado, mejor y más enriquecedor todavía es vivir y disfrutar de cine y literatura.

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