Pamela Jiles, Mayol y el Frente Amplio: entre derrotas del pasado y una nueva estrategia
"El Frente Amplio debe definir quién quiere ser, si la izquierda identitaria del 5%, orgullosa de sus definiciones y hasta de sus años de marginalidad, que, de algún modo, goza de la derrota".
Tomás Leighton es Consejero Político de Revolución Democrática 2016 y estudiante de sociología, Universidad de Chile
La vicepresidenta del Partido Humanista Pamela Jiles en poco tiempo como candidata a diputada ha apuntado en múltiples direcciones. Partió diciendo que ella representaba el sector más de izquierda del Frente Amplio. Y no pasó una semana cuando planteó seguir con el secreto de la comisión Valech diciéndole a Carmen Hertz, la eterna luchadora por los derechos humanos, que tenía intereses electorales al defender el necesario levantamiento del secreto.
Poco antes, y en otra dirección, había dicho en el programa “0 a la izquierda” que había que hacer un pacto con la Concertación más el Partido Comunista, todos juntos contra la derecha en segunda vuelta. Pero en la reciente entrevista de La Tercera TV dice que Camila Vallejo se manchó las manos, que no se debe confiar en nadie del Parlamento y llama a que “se vayan todos”. Posturas dispares con un denominador común: intentar diferenciarse.
En la misma senda y junto a Alberto Mayol, han hecho un brillante ejercicio de diferenciación mediática para crear un eje de poder al interior del Frente Amplio, que tuvo como expresión concreta la conferencia de prensa de “Bancada Amplia” junto a otros candidatos al parlamento. Se han autoproclamado la izquierda de verdad del Frente Amplio, muy en la línea del discurso instalado por Mayol en las primarias.
Pero dos elementos han quedado de esta estrategia: En primer lugar, que gran parte de sus apariciones públicas le hablan a la izquierda, hablándose a sí mismos, al Frente Amplio o a la Nueva Mayoría. En segundo lugar, que incluso concediendo que han elegido esa estrategia, legítima, para hacer política, la verdad es que su autodefinición de izquierda está aún vacía tanto programática como simbólicamente.
La táctica de criticar al mundo de la centroizquierda y existir sólo en oposición a ella no es nueva, ya fue en su momento utilizada por el Juntos Podemos y otras fuerzas marginales de la política chilena. Tiene sus gracias, toda vez que asumamos como real la decadencia del PS y su transición en la medida de lo posible. Entonces es cierto, tenemos razón cuando alegamos que aquellos traicionaron las transformaciones, y la renovación socialista no fue una renovación intelectual que refrescara nuestras chances sino que significó políticas neoliberales duras. Hasta ahí todo bien.
Pero la política no se trata de tener razón y las limitaciones de ser solo una reacción por la izquierda ya nos han quedado claras. La mera denuncia, el diagnóstico de lo malos que son los adversarios no le sirvió al Juntos Podemos con la Concertación y no le va a servir al Frente Amplio para ganar. Ensimismarse no genera cambios, porque hablarle a la izquierda no es hablarle a Chile.
A su vez, su categorización no hace emerger propuestas más radicales en lo programático ni tampoco una coherencia simbólica en el discurso. En lo programático, esto se ve en la comentada propuesta del sociólogo de expropiar el 20% de las empresas estratégicas para aumentar la fiscalización del Estado, frente a los casos de colusión, financiamiento ilegal de la política, evasión tributaria, etc.
Hizo noticia por traer devuelta el temido término “expropiar” al debate público, pero hay que señalar que actualmente ese tipo de políticas se suelen utilizar en el mundo para lo contrario, que el Estado salve a los Bancos en las crisis económicas inyectando dinero al sector privado al pagar por ese porcentaje de empresas a comprar.
Pocas cosas harían más felices a una empresa privada estratégica (como las trasnacionales de la minería) que recibir de un golpe una inyección de capital de parte del Estado. Además, el poder real de fiscalización de un socio minoritario del 20%, es casi irrelevante. Los últimos en enterarse del financiamiento ilegal de la política de SQM fueron sus socios minoritarios.
No es precisamente más radical, y se añade a una serie de propuestas cuya función principal era situarse al extremo de Beatríz Sánchez más que aportar matices fundamentados en la ideología.
Finalmente, las señales discursivas no han trazado una línea coherente, y la etiqueta de izquierda no ha significado más radicalidad. Dice íñigo Errejón en una entrevista, que las etiquetas como “derecha-izquierda” al ser metáforas de un tiempo específico no son el único reflejo de la ideología pues eventualmente se pueden construir identificaciones en torno a diferencias o fronteras igualmente ideológicas e incluso más radicales que “derecha-izquierda”.
En el caso de Jiles y Mayol, no han dotado de sentido su ser de izquierda y ha quedado como un término de diferenciación identitaria más que política. Si, por ejemplo, se plantea que la “Bancada Amplia” existe para resguardar que “no nos desviemos”, pactando con la NM, ¿Por qué entonces proponer un pacto todos contra la derecha en segunda vuelta?
No se pretende en esta columna invalidar la posibilidad de diferencias sino todo lo contrario. Como ha dicho Tomás Moulian recientemente en la revista Qué Pasa: “Se necesitan voces que discutan, que critiquen, porque si no se generan consensos ficticios”. Es decir, hay que diferenciar entre disensos políticos y diferenciación identitaria.
El mejor ejemplo de diferencias políticas reales es lo que ha hecho Izquierda Autónoma al referirse al Plebiscito Programático del Frente Amplio. Mediante una carta han transparentado una posición disidente a construir el programa directamente entre militantes y simpatizantes frenteamplistas, defendiendo la necesidad de haber tomado los programas de los movimientos sociales relacionándonos con ellos. A su vez han cuestionado ciertos problemas políticos que presentaría la votación final en relación con los tecnicismos que ocupa y disensos artificiosos.
Lo cierto es que uno puede compartir la crítica, en el caso de los errores procedimentales del plebiscito, o disentir, en el caso de la pregunta de fondo al comienzo del proceso. Pero es indiscutible que no son diferencias aisladas sino que, como señalan, tienen que ver con concepciones que se enfrentan en el plano ideológico.
Ante las críticas esgrimidas sobre el rol de conducción del Movimiento Autonomista y Revolución Democrática, cabe decir algunas cosas. Puede alegarse la excesiva preponderancia del discurso educacional y es que son organizaciones que provienen desde el movimiento estudiantil, es algo que sin duda hay que asumir con autocrítica.
Pero nadie puede negar los intentos sostenidos por ambos mundos para converger poniendo el programa en el centro, es decir desplazando las etiquetas a segundo plano para ofrecer una alternativa de gobierno basada en propuestas. Se trata de construir la izquierda del siglo veintiuno, que curtida en las luchas del pueblo no pierda el foco de que hablarle a Chile es necesario, porque mientras hablarse sí mismo es hablar solo, hablarle a Chile es la posibilidad de crecer.
El Frente Amplio debe definir quién quiere ser, si la izquierda identitaria del 5%, orgullosa de sus definiciones y hasta de sus años de marginalidad, que, de algún modo, goza de la derrota. O si prefiere ser una identidad mucho menos grandilocuente y definida, que acepta que no tiene la respuesta acabada de alternativa al capitalismo, pero tiene varias claridades sobre el programa antineoliberal.
La primera identidad ha comenzado a configurarse, sus portavoces como Mayol se han querido volver personajes de izquierda clásica pero han ingresado a este mundo hace unos meses nada más. Quieren ser un clásico, un hit dosmilero, quieren parecerse a los defensores de la memoria social salazarista.
La segunda identidad es más rupturista, porque plantea en el centro la vocación de poder sin miedo. Está evidentemente plagada de sus propias contradicciones, incluyendo una relación de amor-odio con el bacheletismo y un cierto mesianismo. Pero cuando logran clarificar el discurso generan una nueva identificación que está cambiando Chile.