La muerte de Joane Florvil es culpa de Chile
"Fallece una madre que estuvo impedida de ver a su pequeña hija durante un mes completo, con el dolor de saberse inocente, sin poder amamantarla en esas semanas de apego crucial".
Karen Denisse Vergara Sánchez es Periodista e investigadora en temáticas de género y violencia
El miércoles 30 de agosto una mujer fue detenida y acusada de abandonar a su hija de 2 meses en la Oficina de Protección de Derechos (ODP) en Lo Prado. Los flashes de las cámaras muestran su rostro bañado en lágrimas, mientras la policía se la lleva esposada hacia la 48va Comisaría de la Familia. Las miradas inquisitivas no se hacen esperar y los más curiosos ya están apostados en ambos lados de la acera, esperando lanzar la primera piedra. Joane Florvil, intenta comunicarse, pero frente a ella hay un muro invisible. Nadie se presenta para intentar mediar en la situación, la presunción de inocencia se diluye. La joven madre es haitiana, nadie logra entenderla.
Los medios no tardaron en esbozar el titular de turno: abandono infantil. La información se comparte como “extra” y nos enfrentamos nuevamente al concepto de “noticia en desarrollo”. Joane solo llora y gesticula en un idioma incomprensible para la gran mayoría de chilenos. Es el comienzo de una pesadilla que no podemos ni debemos olvidar.
El hecho traspasa lo mediático, ya está siendo comentado a la mañana siguiente del 30 de agosto en los matinales. La gente no tarda en opinar: “allá es común que dejen botadas sus guaguas”, “los haitianos nos vienen a quitar la pega”, “hay que reforzar las leyes anti-inmigración”, “mala madre, ojalá se pudra en la cárcel”. Preguntas sin ningún tipo de ética o resguardo son replicadas por los noteros de turno en un festín mediático con la desgracia ajena. Ciegos ante el rol crucial que podrían haber tomado de haber investigado correctamente este caso, sordos ante la familia de la joven clamando justicia.
Hoy Joane está muerta. La versión oficial señala que mientras estaba detenida ese mismo 30 de agosto se habría dado innumerables golpes en la cabeza, ante la imposibilidad de establecer un diálogo con quienes la tenían retenida. La solución de Carabineros fue colocarle un casco para evitar que se siguiera dañando. No sabemos si estaba acompañada, si sufrió brutalidad o maltrato en esas horas que permaneció recluida. Solo se nos informó que fue trasladada a un centro asistencial, donde estuvo hasta el pasado fin de semana, cuando murió por causas que aún se investigan.
Fallece una madre que estuvo impedida de ver a su pequeña hija durante un mes completo, con el dolor de saberse inocente, sin poder amamantarla en esas semanas de apego crucial. Joane era inocente. Y no lo sitúo en el primer párrafo de esta columna, porque da lo mismo a estas alturas. Porque era un ser humano antes que todo, al cual se le negaron sus derechos fundamentales. Una migrante a la cual se le expuso violentamente a través de los medios, bajo epíteto de “mala madre”, el peor término con el que se puede categorizar a una mujer en esta sociedad patriarcal. Porque ser “mala madre” supera al homicida, al violento y al terrorista, ser mala madre es causal de merecer las penas del infierno, y los comentarios bajo las primeras noticias que rondaron el caso lo comprueban, donde muchos le atribuyeron a su color de piel o situación socioeconómica que no merecía perdón ni duda alguna ante las acusaciones.
Hoy los matinales la lloran. Rafael Araneda con ojos tristes menciona su caso y presenta al marido de Joane, que pide desesperadamente volver a hacerse cargo de su hija, separada hace más de un mes de quiénes son sus seres queridos. No sabemos qué pasará con ellos, pero solo podemos sentir vergüenza, de nosotros, de las autoridades, del sistema. Y junto con ello insistir en mejorar el manejo de las instituciones y la prensa debido a la pluriculturalidad que caracteriza a este mundo tan globalizado. Que ninguna otra madre se muera con los pechos llenos de leche tras esperar a su bebé un mes y medio. Que ninguna otra mujer se muera siendo lapidada por una sociedad que no supo entender lo que decía. Que ninguna otra persona se vea impedida de hacerse entender por un atropello a sus derechos humanos fundamentales.