La gran derrota del Chile imaginario de Piñera
"Todo su relato de miedo y destrucción es solamente el terror mental en el que vive una élite y un grupito que se creyó ese cuento. No parece tan claro que Chile quiera volver a los 'acuerdos' castradores de los 90 ni siquiera desde el pinochetismo de Kast".
Francisco Méndez es Columnista.
Hasta hace pocos días atrás Sebastián Piñera y los medios de comunicación nos contaban que Chile era otra cosa de lo que los supuestamente afiebrados movimientos de izquierda nos querían decir. Para él y los suyos, nuestro país estaba hundido en el caos y el ideologismo extremo, por lo que ellos estaban listos para asegurar a sus compatriotas “tiempos mejores”.
Durante toda la campaña, Piñera creía ser un salvador; sus caminatas por las calles del país las hacía como si estuviera recorriendo un país devastado por un extremismo que no tenía comparación con ningún otro momento de nuestra historia. Hablaba de una delincuencia desatada y de una economía que ya no crecía y que estaba estancada de manera terrible.
Los conspicuos opinólogos de la plaza afirmaban que el ex Presidente era el único que fue capaz de “leer” a la clase media. Él sabía que la “independencia” de esta parte importante de Chile estaba siendo masacrada porque no necesitaba de un Estado fuerte que se impusiera sobre sus supuestas libertades, ya que para eso podían conducir su vida gracias al mercado desregulado.
A raíz de este diagnóstico, que parecía acertado ante los ojos del oficialismo mental, es que nos dijeron que el ex Presidente arrasaría. Algunos hasta nos hablaban de que esto terminaría en primera vuelta con la centroizquierda destruida, por lo que muchos fuimos a votar sin mucho entusiasmo. Era casi inevitable que Piñera volviera a ocupar la casa de gobierno debido a que nuestra realidad lo necesitaba.
Sin embargo, hoy todo eso no está muy claro. Si bien el progresismo no ganó, lo cierto es que sus resultados fueron mejores de lo esperado principalmente en una nueva coalición como el Frente Amplio. Pareciera que, a diferencia de lo que muchos dijimos, realmente sí saben hacer política y, por ende, movilizar a cierto sector de la ciudadanía que votó por ellos y su mirada de las reformas que se están haciendo y las que deben venir hacia adelante.
Aunque en la Nueva Mayoría la cosa no es tan alentadora- debido a la debacle de la Democracia Cristiana y el mediocre porcentaje obtenido por un Guillier que representa a partidos tan importantes-, lo concreto es que los resultados tienen que ver más que nada con malas decisiones adentro de las colectividades que con el fracaso de las reformas de Bachelet. Más aún si es que tomamos en cuenta que los triunfos parlamentarios los obtuvieron quienes están más cerca de las ideas de la Presidenta que de un centro alarmista y poco amigo de la verdad.
Es decir, el Chile de cierta facción de la DC y de Piñera no era tan cierto. Al contrario, la realidad y las necesidades de la ciudadanía parecen estar más cerca de un progresismo que está dividido. Ahí pareciera que está ese país que ni el líder de Chile Vamos ni la la momiería de la Democracia Cristiana, que este domingo asesinó a su partido, han entendido. Ése que supuestamente era más complaciente con el sistema de lo que realmente es.
¿Cómo lo hará Piñera? Está complicado. Su campaña tendría que rearmarse completa porque nada de lo que dio por hecho era real. Todo su relato de miedo y destrucción es solamente el terror mental en el que vive una élite y un grupito que se creyó ese cuento. No parece tan claro que Chile quiera volver a los “acuerdos” castradores de los noventa ni siquiera desde el pinochetismo de Kast. Incluso esa derecha está descontenta con él. Por lo tanto esta primera vuelta fue un gran balde de agua fría para aquellos que creen que la realidad está de su lado.
¿Quién ganó realmente? Todo parece indicar que fue Bachelet y diagnóstico del país. Por mucho que en algunos ámbitos su gestión no haya sido demasiado determinante, parece bastante evidente que el Chile que visualizó parece ser más real que el de Piñera. Los chilenos, por muy consumidos que estén por las lógicas del mercado, pareciera que necesitan ciertas certezas que éste no le da. Por muy encantados que estén muchos con sus tarjetas y sus cuotas, lo cierto es que hay cosas que, por primera vez en casi treinta años, se dieron cuenta de que debían ser garantizadas por un Estado que desapareció y actualmente recién está asomando su cabeza.
Pero si no hay una unión real de la izquierda todo ese diagnóstico no triunfará en segunda vuelta. Hoy esas ideas que podríamos llamar progresistas, si es que se organizan, no tienen por qué necesitar a un centro que ya no tienen ningún peso y está más extraviado que la derecha. Por lo tanto, todo parece indicar que el desafío es contestar a la que parece la gran pregunta: ¿cómo y bajo qué acuerdos se continúa con lo ya realizado? Sería bueno saberlo. Pero para eso es necesario estar convencidos de lo que se hizo y convocar a quienes hoy, conocidos los resultados, están esperando ser seducidos.