Marcelo Ríos, el gran producto del poco pensante Chile de los noventa
"Marcelo Ríos es tal vez la creación más reveladora de lo que es el sistema que algunos queremos superar. Es el éxito por el éxito".
Francisco Méndez es Columnista.
Resulta que Marcelo Ríos dijo que votará por Piñera. Ése fue el escándalo. Todos gritaron, lo insultaron y hasta lo acusaron de ignorante por su decisión. Fue como si hubiera gente que esperaba otra cosa de él; como si su figura representara algo distinto al candidato de Chile Vamos. Pero lo cierto es que no. Siempre ha sido el gran símbolo del triunfo de un relato “apolítico” de derecha que por mucho tiempo fue algo tan natural como el aire que respiramos.
El “Chino” es más que un deportista exitoso que logró muchos triunfos en el tenis. Durante los noventa encarnó los “valores” de una juventud díscola pero pasiva; agresiva y contestadora, pero sumamente silenciosa y sumisa ideológicamente. Por más que pareciera rebelde ante los medios, lo cierto es que esa rebeldía era complaciente con un Chile que necesitaba harto ruido estéril que finalmente no incomodara.
Ríos era ídolo para los jóvenes que no votaban y no pensaban en otra cosa que adquirir y ganar. Era el gran talento en ese país en el que los individuos andaban solitarios mientras creían estar rodeados de gente. No es casualidad que en esa época el deporte que jugaba tan bien, en el que no ganaba o perdía nadie más que él, fuera tan popular. Ya que era una acción política sin decirlo ni saberlo. Porque su postura ante la vida era la que nos tiene recién hoy preguntándonos en qué momento nos quedamos dormidos por tanto tiempo.
Con esto no estoy diciendo que sea parte de una conspiración, sino que fue el hombre indicado para el desarrollo de una ideología. Su manera de afrontar situaciones era para algunos la forma en que la juventud en su totalidad debía hacerlo. Puesto que era ese niño malcriado que realmente no representaba ningún peligro para el sistema. El que opinaba sin tener opinión. El líder juvenil que no ejercía ningún liderazgo porque sólo pensarlo le daba cansancio y miedo. Y porque pensar no estaba entre sus prioridades, ya que sus padres nunca se lo plantearon como una opción.
Por esto es que extrañarse que el niño símbolo de la transición vote por un candidato que plantea volver a esas lógicas a través de un nuevo “pacto social”, que busca despolitizar a la ciudadanía por medio de la manoseada “unidad”, es no saber de quién estamos hablando. Es haber creído que Ríos era más que un joven de situación acomodada que jugaba bien al tenis. Es haber esperado de él otra cosa más allá que votar por el candidato de sus papás. Es, en definitiva, seguir creyendo que los referentes de aquellos años tienen algo que hacer hoy en día, cuestión que ha quedado en claro que no.
Marcelo Ríos es tal vez la creación más reveladora de lo que es el sistema que algunos queremos superar. Es el éxito por el éxito. Es el rostro más ejemplar del arte de aburrirse rápido sin saber por qué. Es decir, es el resultado de una década en la que nos olvidamos de preguntarnos cosas y para qué queríamos hacer lo que hacíamos. Pero más importante aún: es la prueba de que la cultura del “no estoy ni ahí” fue la gran obra de esta ideología que dice no serlo.
Si esto no fuera cierto no se explica que su tontera vestida de irreverencia sea tan atractiva para ciertos medios. No resulta entendible que su personalidad sea tomada en cuenta en años en que su “espontaneidad” no parece más que el resultado de un serio problema emocional.