Erika Olivera y la prepotencia progresista
"La lucha por visibilizar y combatir las agresiones sexuales contra mujeres y niñas no es patrimonio exclusivo de ningún grupo político y social, por mucho que así quieran hacerlo ver una horda de prepotentes que se creen con autoridad moral sobre todos los demás".
Yasmin Gray es Abogada Universidad del Desarrollo
Después de la justificación que dio para apoyar la campaña presidencial de Sebastián Piñera, -sobre la cual se puede discurrir si es certera o no- a Erika Olivera la llenaron de epítetos y descalificaciones de grueso calibre.
Pero las más llamativas fueron aquellas relativas al cómo, supuestamente, debería encausar sus ideas considerando los abusos sexuales que vivió a manos de su padrastro siendo una niña. “Cómo es posible que una mujer violada esté con quienes se oponen al aborto” “está apoyando a un sector que es intrínsecamente machista y avala la violencia hacia las mujeres.” Y dados esos antecedentes, puede que quizás muchos incluso lleguen al punto de dudar de la veracidad de su historia.
Es increíble el nivel de miseria, estupidez y estrechez de mente que conlleva la polarización política. Porque, para que sepan todos los señores y señoras que esgrimieron juicios como éstos, las razones que llevan a las personas a inclinarse por una u otra opción política rara vez está condicionada a un único hecho o evento en sus vidas. Suele ser una conjunción de muchísimas vivencias, en las que algunas terminan teniendo mayor peso que otras, lo que define el resultado final en materia de opinión. Es por eso que no concebir que una mujer que sufrió una violación o abusos sexuales en su infancia pueda votar por la derecha, es simplemente, además de reducir su existencia a la mera calidad de víctima, quitarle su poder de decisión –de la misma manera que se lo quitó ya su agresor- y de pensar por sí misma, al punto de tratarla casi como inválida mental. Y no sólo eso, también dan a entender una enorme arrogancia moral, según la cual sólo ellos son los buenos que ayudan a los demás, y los adversarios, los malos que siempre hacen daño y que no merecen ser escuchados ni votados.
¿Desde cuándo una mujer violada no puede pensar, al mismo tiempo que sobrelleva su tragedia, que la libertad y la protección a la propiedad privada son fundamentales para el desarrollo óptimo de las sociedades? ¿O ser contraria al aborto en caso de violación, lo cual por cierto no es el caso de Erika, pero sí de muchas mujeres que han vivido dicha experiencia? Es más, ¿tienen todos quienes profesan odio a la derecha por su supuesto machismo y misoginia una conducta intachable en ese sentido, lo que incluye además el denunciar a sus compañeros de ideología que transgreden esos límites, en lugar de encubrirlos? Mi experiencia personal, así como la de muchos conocidos, me ha dicho que la respuesta a este último punto es un no rotundo. La hipocresía y arrogancia, si bien desde luego que no son defectos exclusivos de la izquierda, se notan muchísimo más en ella por el simple hecho de cuán grande es la ostentación que suele hacer de sus valores morales. Y cuando el objeto del afecto de las causas por las cuales la izquierda se abandera –el combate de la violencia contra la mujer o la protección social a los más pobres- no le hace caso, el desprecio que ésta le hace suele ser de una brutalidad y bajeza impresionantes, demostrando con ello que más que el bienestar de las personas, lo que le importa es sumar puntos a su fachada política de bondad.
La lucha por visibilizar y combatir las agresiones sexuales contra mujeres y niñas no es patrimonio exclusivo de ningún grupo político y social, por mucho que así quieran hacerlo ver una horda de prepotentes que se creen con autoridad moral sobre todos los demás. Y no sería de extrañar que, próximamente, se llegue al punto de condicionar la credibilidad de testimonios de víctimas a su color político, haciendo, paradójicamente, lo mismo que la dictadura hizo años atrás con quienes padecieron violaciones a los derechos humanos.