Yo sí creo en el “todos contra Piñera”
"No es Pinochet, es cierto. Pero es lo que su modelo creó. Representa lo que, por años, debía aspirar a ser el ciudadano chileno sin siquiera detenerse a mirar a los que están a su alrededor".
Francisco Méndez es Columnista.
En muchos sectores se habla críticamente del “todos contra Piñera” que se ha instalado últimamente en el progresismo. Desde cierta extremista moderación política dicen que esto es una forma violenta y poco inteligente de afrontar una elección ideológicamente importante. Pero no parecieran tomar en cuenta algo bastante relevante: Sebastián Piñera es una ideología caminante.
Por más que algunos intenten contarnos que estar en contra de algo no es lo suficientemente contundente para lograr un objetivo, me parece que al no tener claro lo que no se quiere, o no saber qué es lo que significa no querer algo, no se puede alimentar de manera maciza el proyecto que ya se tiene pensado. Ya que los antagonismos, aunque la “política de los acuerdos” nos haya querido decir algo distinto, son de suma importancia para nutrir las perspectivas país.
Esto último Piñera lo tiene más claro que nadie. Su discurso basado en una ilusoria “unidad”, que supuestamente pueda llevarnos a volver a hacer “consensos”, no es más que la evidencia de que tanto él como su comando saben perfectamente que una sociedad polarizada piensa, entiende las diferencias ideológicas y, por ende, actúa. Por eso es que ha insistido en eso de la “segunda transición”.
Aunque suene bonito y nos haga enorgullecernos de nuestro espíritu cívico, la democracia no es solamente un conjunto de discursos pasivos y amorosos que nos llevan a instalar a la República como un Dios laico. La democracia también es oponerse, golpear la mesa y, civilizadamente, manifestar qué es lo que parece que no le hace bien al sistema que rige. Por esto es que expresar un rotundo NO hacia algo no es solamente patalear como los indignados que nunca entendieron a qué se oponen (aunque muchos lamentablemente se queden solamente en eso), sino también una oportunidad para fortalecer un pensamiento.
Estar en contra de Piñera no es estar en contra de su persona o de sus “pillerías” que lo han llevado a tribunales. Es estar en contra de una forma de ver Chile y de entender la sociedad y la relación que tiene la economía con las instituciones democráticas. Para el ex presidente los mejores años fueron aquellos en que Chile cayó y no se preguntó nada. Por eso es que su campaña se sostiene sobre la despolitización de la ciudadanía de sus propuestas.
No es Pinochet, es cierto. Pero es lo que su modelo creó. Representa lo que, por años, debía aspirar a ser el ciudadano chileno sin siquiera detenerse a mirar a los que están a su alrededor. Por lo tanto, a quienes creemos circular por la izquierda, eso debería motivarnos para robustecer un programa que derrote democrática y culturalmente esas maneras de relacionarnos.
Pero, ¿somos solamente los que estamos desde este lado los que pensamos así? ¿No fue acaso la primera vuelta de Piñera tratar de crear fallidamente un “todos contra Bachelet” para seguir sosteniendo las ideas que ellos encuentran convenientes para el desarrollo nacional? A mí me parece que sí. Pero más grave aún, ya que vestían sus diferencias ideológicas de una crítica a prolijidades y “formas” cuando el gran desacuerdo que tenían era el fondo. Se nos dijo que estábamos en un caos para así no contarnos que no les gustaba la intención de cambiar ciertos paradigmas.
Es cierto, la centroizquierda tiene claro sus propósitos aunque no sepa alinearse para lograrlos. Cierto también es que el liderazgo de Alejandro Guillier no ha sido capaz de unir tras él un contenido que sí existe y sí puede llevar a profundizar ciertos cambios. Pero eso no nos puede desviar de entender que debemos estar en contra de lo que encarna Piñera no porque no sepamos lo que queremos, sino todo lo contrario: porque lo sabemos perfectamente.