Jueves negro, diciembre caliente
El último gobierno de Piñera tuvo un antes y un después al jueves 4 de agosto de 2011, cuando miles de estudiantes hicieron temblar en las calles la hegemonía de su relato. De la misma forma, ayer, más de 300 mil personas coparon las calles de Buenos Aires para protestar contra un severo ajuste previsional e hicieron retroceder al gobierno de Mauricio Macri que, hasta ahora, parecía una aplanadora política.
Carlos Fuentealba Varela es Periodista y militante de Revolución Democrática.
Buenos Aires ayer fue caos, catarsis y griterío. El alma inquieta de gorrión sentimental, tan palpable entre los porteños, le abrió paso a la emergencia de un grito gutural y contenido, que pujaba hace meses por asomar sobre la brillante superficie social. La votación de una reforma previsional, cocinada a la rápida, fue el acicate definitivo para el despertar de un sentimiento que parecía ya archivado entre los anaqueles de otros tiempos. Ya de tantas muestras de buena fe, el pueblo argentino empezaba a mirarse en el espejo de la candidez y se desconocía a sí mismo.
Y no hablamos de indolencia ni anestesia. Porque cuando el gobierno quiso aprobar una ley para reducir penas a los criminales de la dictadura, el pueblo respondió con gallardía; el sentimiento fue de civismo. Y cuando el gobierno se quiso hacer el desentendido tras la desaparición de Santiago Maldonado, el pueblo respondió con responsabilidad; el sentimiento fue de solidaridad. Pero hoy, que el gobierno quiso meterle la mano en el bolsillo a los jubilados y precarizar la existencia de buena parte de la población, el pueblo respondió con audacia y el sentimiento fue de rabia.
Grandes masas de trabajadores entendieron que en esta pulseada- preparada a sazón de la Organización Mundial del Comercio- lo que estaba en juego era la subsistencia de los mayores y buena parte del futuro. La ecuación es simple: Argentina tiene estándares laborales que están lejos a los que priman en los países desarrollados, pero que aún así resultan demasiado sofisticados en comparación a los de sus vecinos regionales, y ahora que la economía transita aceleradamente hacia la apertura comercial, la inversión extranjera le exige ajustar este factor. Esto significa reducir pensiones y jubilaciones e inaugurar un nuevo régimen laboral que coerciona a los trabajadores a extender su vida laboral en la vejez.
Cercado por incesantes protestas, el parlamento suspendió la votación del proyecto. Urgido por mostrar una “mejor oferta” a los inversionistas extranjeros que están en el país, el gobierno amagó con encausar el trámite por la vía de un Decreto de Necesidad Urgente (DNU), pero los sindicatos advirtieron: si hay DNU, habrá paro nacional. Macri, que sabe que la paz social es su principal capital político, sacó el pie del acelerador y se replegó.
Seguramente en los próximos días intente aprobar la enmienda con otra estrategia o quizás espere a un momento más propicio para lograrlo. Lo cierto es que- tal como los equipos de fútbol que cortan una racha- el gobierno ayer pinchó, fue doblegado por la movilización popular y perdió el absoluto control de la agenda que había detentado durante los últimos meses.
¿Podrá la oposición capitalizar este momento de duda? El territorio está abierto.
De que se aproximan tiempos difíciles, no hay dudas. El pesimismo nunca es novedad. Pero ayer la ciudad respiró una iracunda ráfaga justiciera que bien podría emparentarse con el arribo de una nueva esperanza… y esos también pueden ser buenos aires.