El trauma ideológico de Roberto Ampuero
"Por esto es que inventa una izquierda conveniente para su discurso. Intenta dibujarla de acuerdo a lo que él necesita mentalmente para seguir formando parte de la derecha".
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
Pareciera que lo de Roberto Ampuero no es sólo un cambio de signo político desde la izquierda hacia la derecha. Cuando vemos lo que escribe en su cuenta de Twitter, todo indica que lo que hay detrás de sus dichos contra el progresismo es rabia y, sobre todo, recuerdos traumáticos de lo que él fue cuando enarboló las banderas de la Revolución en Cuba.
Cada vez que se refiere a la izquierda, Ampuero recurre a su mala literatura para tratar de crear un extremismo que en Chile no existe. Lo hace como si hablara desde una herida y no desde una visión política; como si realmente quisiera romper con su pasado antes que intentar contarnos que tiene nuevas ideas. Porque lo suyo no es una cuestión de perspectivas, sino de pasiones mal entendidas.
Es cosa de leerlo. Durante el período electoral quiso inventar apoyos de Nicolás Maduro a Alejandro Guillier, y ahora, basado en letras de Victor Jara de los setenta, quiere identificar a la Nueva Mayoría con el odio de clase. Dice que sus integrantes son resentidos y que desprecian a los rubios, como si la lucha de clases fuera una invención del Partido Comunista y no una realidad con la que se ha nutrido, al negarla, su nuevo sector.
Esto último Ampuero debe saberlo, pero no quiere decirlo. Busca olvidarse de todo lo que pensó y lo que supo en el pasado, porque eso lo hace recordar su historia, su vida y sus errores y aciertos de otros años. Lo lleva a acordarse de ese joven Roberto que ponía la pasión por sobre la racionalidad. Lo que, aunque esté seguro de lo contrario, claramente no ha cambiado.
El ex ministro de Piñera, a diferencia de lo que cree, no maduró. Sólo cambió de dirección su veneración. Ya no le rinde pleitesía a Fidel ni al Che, sino que al Presidente electo y al país que él representa. Se siente cómodo detrás de él debido a sus inagotables ansias de pertenecer a algo, a un grupo, a un equipo seguro.
¿Está mal que Ampuero haya cambiado de ideas? Claro que no. Lo que parece criticable es que de verdad no haya habido un raciocinio real tras sus adhesiones, sino que estas hayan sido motivadas por historias personales que no nos quiere contar. Es decir: trata de disfrazar su inmadurez al enfrentar disyuntivas políticas, para que así sus decisiones se vean como el resultado de largas jornadas de reflexión.
Por esto es que inventa una izquierda conveniente para su discurso. Intenta dibujarla de acuerdo a lo que él necesita mentalmente para seguir formando parte de la derecha. Todos los días revitaliza ese odio que lo convence de que de que tomó la decisión correcta, creando así una realidad nacional que sea coherente con sus traumas ideológicos. Así puede sentirse más seguro y seguir creyendo que, salvo ese “detallito” llamado Pinochet, está en el lado correcto de la historia.
Para Roberto Ampuero la política es una manera de refugiarse y esconderse. Su visión de la discusión de futuro es tan infantil, que para él sus adversarios son personas malas por el sólo hecho de seguir defendiendo lo que él dejó de defender. Pero eso no quiere decirlo a voz alta, ya que podría revelar, ante nuestras atentas miradas, que su problema no es con la izquierda, sino consigo mismo.