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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

La resistencia a llamarlos acosadores sexuales

"¿Quién le da el derecho a un hombre de decirte que se quiere correr encima de tu trasero? ¿Por qué tienen tanto miedo de llamarlos acosadores? ¿Cómo llamamos al sujeto que te gritó en tu trabajo solo porque no quisiste consentir una relación sexual con él".

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Karen Denisse Vergara Sánchez es Periodista e investigadora en temáticas de género y violencia

Nos hemos llenado de icónicas mensajes de Oprah Winfrey, y otras estrellas de Hollywood acompañando la campaña #MeToo. Los testimonios que se iniciaron a mediados de 2017 involucraron a gran cantidad de actrices y artistas mujeres en torno a denuncias de acoso, abuso y violencia sexual que se perpetuaron por años tras los set de reconocidas producciones musicales, teatrales y cinematográficas. La campaña caló hondo a nivel mundial, porque muchas víctimas de la sociedad civil se vieron reflejadas y sintieron empatía por estas mujeres, con las que nunca sintieron que podían tener algo en común, lo que generó un nexo que incluso traspasó la clase socioeconómica, que como ya sabemos es otro indicador potente de desigualdad (que se suma a ser mujer, indígena, latina, lesbiana, etc).

Personalmente, lo encuentro necesario e importantísimo.

En las reuniones de amigas, las conversaciones de micro, en cada espacio, se comenzó a conversar de situaciones violentas que vivimos y que nunca habían trascendido el espacio privado. Con horror y también consuelo, nos dimos cuenta que no éramos las únicas, que no nos pasó por cómo íbamos vestidas, o la hora a la que transitábamos. A muchas nos unió también con familiares a los cuales por primera vez les confesamos ciertas cosas que vivimos. A otras fue el motivo definitivo para alejarse de ciertas relaciones que no eran sanas.

Hace unos días se conoció una carta firmada por más de 100 mujeres de la industria artística francesa, encabezadas por artistas como Catherine Denueve, que se rebelan contra la campaña del #metoo (o #yotambién), y entre la serie de puntos que destacan es que “La violación es un delito. Pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”.

¿Cómo podemos calificar una acción repetitiva que atenta a nuestra integridad? ¿Es el jefe acostumbrado a masajearte los hombros intentando llegar a tus senos solo un seductor incomprendido? ¿Es el tipo que intenta levantarte la falda o tomarle fotos a tu trasero un ejemplo de torpeza a la hora de conquistar?

Vuelvo a insistir ¿quién le da el derecho a un hombre de decirte que se quiere correr encima de tu trasero? ¿Por qué tienen tanto miedo de llamarlos acosadores? ¿Cómo llamamos al sujeto que te gritó en tu trabajo solo porque no quisiste consentir una relación sexual con él? Quiero creer que el error recae, nuevamente en los medios de comunicación y como han expuesto las demandas de las mujeres y de la comunidad feminista. Se presenta como una pelea constante entre dos bandos, lo que ha llevado a la comunidad a pensar que hay sólo un punto de vista correcto, y el resto es puritano, radical o demasiado complaciente (dependiendo de la óptica con la cual se observa).

Porque los medios toman cualquier movimiento y lo disfrazan de mediático cuando genera clics. Es por eso, por ejemplo, que se esperaban más detalles morbosos de lo que ocurrió con las actrices víctimas de hechos de violencia sexual por parte de Harvey Weinstein. La bajada de muchas de las notas que ocuparon los principales portales de noticias en el mundo hacían hincapié en el tipo de testimonio que realizaron las víctimas, haciendo especial énfasis en los detalles como por ejemplo: “tomó mi mano y la llevó a su entrepierna…”, las veces que volvieron a trabajar con el director o las veces que se tomaron una foto junto a él, como dudando del testimonio, como si no existiera un entramado de poder y dominación en una industria carnicera como la hollywoodense.

El morbo en lo que consumimos, fue tratado por Baudrillard como “la trampa del porno”: la industria pornográfica nos cortó el impacto, ya nada nos sorprende. Queremos leer más detalles, traspasar intimidades, ver evidencia. ¡Cuánto daño ha causado la petición de evidencia, sobre todo en casos de violencia sexual reiterada y revelada tras mucho tiempo de acontecidos los hechos! La gente se sienta en su propio tribunal a esperar que la víctima se exponga totalmente, mientras al acusado siempre se le da el beneficio de la duda.

Cuando se dieron cuenta que delante de estos hechos había indicios de un tema mucho más potente, como lo es la intención de las mujeres no-mediáticas de querer cambiar un sistema que que nos vulnera en todo tipo de ámbito, comenzó el afán por crear una contraparte, como si en todos los movimientos tuviésemos que tener un némesis. Es así, como por ejemplo, se ha dado cabida al nefasto movimiento antivacunas: buscando una confrontación supuestamente necesaria, en temas que no deberían tener ni un ápice de discusión. Asimismo parte la idea por buscar la pelea o la discusión entre mujeres que banalizan los “piropos” y las que luchamos en primer lugar, por llamarlo como corresponde: acoso sexual en espacios públicos. Entiendan, no van a conocer a una pareja gritándole al oído que es rica, no van a conseguir cita a la noche cuando están de pie rozando su pene en la cara de una mujer, cuando van en el transporte público.

Retomando el tema de la carta francesa en contra del #metoo: puede ser que sus privilegios no las hayan hecho sentirse vulneradas en su vida, o puede ser también, que muchas de esas violencias las consideraron necesarias para sentirse valientes o con coraje, al punto de naturalizar acciones que no deberían tener cabida en esta sociedad. Así he visto que opera en muchos casos de denuncias de abuso sexual, donde una mujer puede haber sido testigo o conocedora de los hechos, pero que insta constantemente al silencio porque “es mejor no hablar de ciertas cosas”.

Yo no tengo reparos en decir que este movimiento nos reveló a una cantidad de acosadores y potenciales acosadores en cosa de meses. Cada frase que he escuchado intentando reivindicar el acoso callejero, me ha hecho más dura frente a estos temas. Desde las interpelaciones en matinales (siempre volvemos a la televisión matutina como ejemplo de lo peor de nuestra sociedad), hoy, por ejemplo, en Bienvenidos, que tiene un triste record de denuncias ante el CNTV por su parrilla programática, se hablaba que “una mujer con short en la calle no puede quejarse si la acosan”. Volvemos una y otra vez a culpabilizar a la cultura de los chilenos (“la picardía”, como le dicen). Quizás sea cierto. Nuestro mestizaje viene de europeos de la más baja calaña, que se dedicaron a arrasar las tierras abusando de las mujeres indígenas una y otra vez, pidiéndoles que parieran a sus hijos en un sistema desigual que se perpetua hasta nuestros días.

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