Papa Francisco en Chile, el visitante inoportuno
"Esta visita papal no es muy oportuna. No sólo en términos del factor económico, obligando a una sociedad a financiar con un alto costo una venida pastoral con muy poco apoyo popular; sino que se hizo una lectura incorrecta del momento para plantearla".
Ricardo Baeza es Magister en Antropología y Desarrollo U. de Chile y Psicólogo Organizacional UC. Profesor de la Escuela de Psicología y de Masters de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez. Director del Diplomado de Gestión de Evaluación y Selección de Personas de la UAI.
Llega el papa Francisco a Chile, desatando una no despreciable oleada de reacciones en su contra. Fiel ejemplo del simplismo que suele campear en nuestra sociedad, la reacción de muchos se deberá a situaciones puntuales, como sus dichos sobre la comunidad osornina por sus reclamos contra el obispo Barros, o por las acusaciones que sufrió en Argentina de haber colaborado con la dictadura en la entrega de un par de sacerdotes jesuitas.
Otros por su parte lo defenderán, aduciendo que ha centrado su papado en la defensa de los más pobres, dando cuenta de austeridad en muchas situaciones que sus antecesores no contemplaron, que ha hecho esfuerzos directos en transparentar las finanzas y la administración vaticana, relevar la importancia del cuidado del medio ambiente, e incluso mostrado una apertura notable en temas valóricos y familiares.
Pero no nos engañemos, las reacciones y manifestaciones que viviremos estos días, poco tendrán que ver con la figura de Francisco y, en cambio, mucho estarán vinculadas con un juicio ciudadano al actuar de la iglesia católica en general.
Que distante estamos de la anterior visita de un Papa, allá por 1987, no sólo en términos temporales sino también en términos de contexto. Bajo una dictadura donde el actuar de la iglesia católica chilena, comprometida activamente en la defensa de los abusos de DD.HH. de la mano del cardenal Raúl Silva Henriquez, le hizo ganar un respeto generalizado; elevándola al estatus indiscutible de autoridad moral dentro de nuestra sociedad.
A nadie le importó que Juan Pablo II fuera uno de los pontífices más conservadores que hubiera pasado por el Vaticano en la última época. Parecía irrelevante que con sus acciones en la práctica hubiera desvirtuado casi todos los avances de apertura del Concilio Vaticano II. Y tampoco que, mediante sus decisiones pontificias, hubiera conformado un colegio cardenalicio altamente inclinado al conservadurismo (y posicionando en altas esferas de poder a movimientos de dicha tendencia, como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo, entre otros). Para los chilenos el Papa simbolizaba otra cosa. Era la viva imagen del padre amoroso que encarnaba en sí mismo el actuar protector de una iglesia católica que luchaba contra la dictadura. Y en tal calidad fue recibido, escuchado, ovacionado y querido.
Hoy el contexto es otro. La iglesia católica chilena ha mostrado ser un pésimo ejemplo de cómo administrar la autoridad moral que la sociedad le había conferido. Y en vez de utilizarla para continuar denunciando los abusos hacia los indefensos, la usó para construir una coraza protectora alrededor de su alta jerarquía, una suerte de seres intocables que comenzaron a hacer del abuso una norma de comportamiento.
Algunos abusaron siguiendo sus tendencias sexuales enfermizas, mientras que otros (quizás con mayor culpa, si cabe, al haber actuado sólo usando la razón sin la excusa de una pulsión irrefrenable) abusaron encubriendo esos actos, protegiendo a los abusadores y no a las víctimas. Y al salir a la luz estos hechos, legítimamente ha cundido la rabia, el escándalo, la frustración de una comunidad que ve cómo ha sido traicionada la confianza por parte de quienes precisamente debieran constituir una guía y orientación moral para toda sus fieles.
Y por otra parte, el extremado conservadurismo religioso poca cabida tiene en una sociedad que cada vez tiende más hacia la secularización. Los temas valóricos paulatinamente son entendidos más en términos laicos que dependientes de alguna orientación de credo religioso. Y eso posiciona a la iglesia católica en un camino divergente de la tendencia natural de la sociedad. Divergencias que se manifiestan en muy poca sintonía con la población ante temas críticos como la legislación de despenalización del aborto, el matrimonio homosexual y la identidad de género, entre otros.
Creo que esta visita papal no es muy oportuna. No sólo en términos del factor económico, obligando a una sociedad a financiar con un alto costo una venida pastoral con muy poco apoyo popular; sino que estimo que se hizo una lectura incorrecta del momento para plantearla. Claramente nuestro país no está mayoritariamente sensibilizado de manera positiva a esta visita.
En lo personal me parece que este Papa, con todas las objeciones que pueden hacérsele, ha aportado un aire diferente de progreso a una iglesia católica excesivamente conservadora. Y confío en que pueda sortear los ánimos en contra que inevitablemente se encontrará en nuestro país y, por sobre todo, que sepa usar su habilidad para aprovechar de instalar en esta visita varias temáticas que como país necesitamos con urgencia reforzar: austeridad, ecología, diversidad y, por sobre todo, amor al prójimo para superar el individualismo que nos carcome como sociedad.