El día que conocí a Nicanor Parra
"Registré aquella conversación de algo menos de 2 horas. Pero fue más que eso: registré su voz, su espíritu Parra, su forma tan educada de hablar, sus incansables ganas de enseñar".
Johanna Watson es Publicista, escritora especializada en rock y sus ramas. Investigadora de la historia de la música chilena.
Nicanor Parra es sin duda el poeta chileno que más admiro. Por eso, el año 2016, llegué hasta la puerta de su casa con la única intención de estar ahí, sabiendo que él estaba posiblemente dentro de la morada. No tenía intención de tocar la puerta ni mucho menos llamar con la voz. Me habría sentido terrible siendo inoportuna para él. Pero como la vida a veces da regalos mágicos, ocurrió algo que jamás imaginé. Un regalo que hoy comparto con ustedes:
El año pasado, paseaba con mi pareja por el litoral central, y le conté que un amigo hace unos años lo había visitado en su casa de Las Cruces y que Nicanor le había firmado un libro. Le dije que me conformaba con llegar hasta su dirección, sin golpear ni nada. Me conformaba con poder decir: «estuve fuera de la casa de Nicanor Parra estando con vida».
Llegamos a Las Cruces y entre pregunta y pregunta dimos con su calle. No encontramos su casa por la numeración, la señal fue otra: su clásico Volkswagen plateado descansaba afuera de su residencia que parecía vacía: Las ventanas y puertas estaban cerradas, y el ante jardín mostraba cierto descuido. Desde la calle se podía leer un graffiti hecho por Nicanor en su puerta de entrada, decía «Anti poesía». En su auto, cientos de mensajes para él esperaban ser leídos, sobreviviendo a los vientos, a los días y las noches.
Mientras leía, posaba las palmas de mis manos sobre el Volkswagen. Sentía que al hacerlo, absorbía la energía de Nicanor, su talento y sabiduría impregnaban todos esos objetos que él había tocado alguna vez. Así mismo fue como toqué la entrada de su casa y terminé abrazando unos pilares de piedra que conectaban la calle con su ante jardín.
Me rendí ante la emoción. Lloré. Pero lloré con corazón de escritora, de súbdita, de reconocimiento hacia un genio de las letras, del sarcasmo en su máximo esplendor.
En ese momento no necesitaba nada más, me daba por pagada. Estar ahí recibiendo toda esa energía me bastaba para retornar a Santiago completamente feliz. Pero pasó algo inesperado: se abrió la puerta de la casa, apareció una enfermera por la puerta, y detrás de ella, la silueta de un anciano, que apoyado en una burrita miraba al exterior.
Ella al vernos nos hizo señas y entendimos que nos teníamos que esconder. Así lo hicimos. Caminamos unos pasos y nos taparon las hojas de unos arbustos. Fue así como por primera vez vi a Nicanor Parra, desde lejos y entre las ramas, quien alegaba por algo mientras lo ayudaban a sentarse en una silla.
Luego de un rato, llegaron otras personas buscando la casa, pero no fueron tan sigilosos, por lo que Don Nica, agudo a sus 102 años, se dio cuenta y se lo comentó a su enfermera, que luego de eso nos dijo que podíamos saludarlo, pero desde lejos.
Nos movimos y ahí estaba, curioso por estos curiosos que lo saludábamos con la mano. Rompí el silencio y dije en voz alta ¡Hola! A lo que él respondió entusiasta.
Le dije ¡Gracias! Entonces comenzó con una serie de preguntas mientras nos observaba atento. De a poco se rompía el hielo. Algo susurró a su enfermera. Ella se acercó y nos preguntó si queríamos pasar. Todos respondimos que sí.
Nos abrió la puerta y fui la primera en entrar. Caminé directo a él y cuando estuve a su lado me puse en cuclillas. Sus ojos estaban muy abiertos y expectantes. Tenía puesto un gorro café de lana tejido a mano, una camiseta blanca, muy limpia, y sobre ella un chaleco de lana café que le quedaba bien suelto. En sus faldas tenía un guatero y para abajo no recuerdo, pero recuerdo sus manos frías. Se las tomé con sincera emoción y volví a repetir «gracias». El respondió, «gracias a ti por venir! ¿Cómo te llamas?» Y así lo hizo con todos.
Estábamos medio atontados. Era impresionante estar ante semejante rockstar de la literatura chilena.
Él, mientras tanto, disfrutaba de estas visitas casuales, saludó uno a uno, bromeó, contó historias, recomendó libros, preguntó a todos de dónde éramos, qué hacíamos. Era obvio que estaba contento.
Yo estaba leyendo un libro que escribió un amigo («Tumbao Rebelde» la historia de la banda chilena Ska «Santo Barrio», de Cristóbal González) Nicanor lo vio y lo pidió con urgencia, se lo pasé. Miró la foto de la portada: aparecía un grupo de gente y un riel de trenes. La imagen lo hizo viajar por el tiempo y recordó pasajes de su vida que nos contó. Hojeó el texto, sus manos acariciaban con solemnidad las páginas escritas. Se detenía a mirar las fotos, bromeaba, preguntaba sobre las personas que aparecían y retomaba sus incontables relatos.
Mientras estuvimos ahí quisimos sacarnos una foto con él, o a él, pero era tajante: «no me saquen fotos, si quieren fotos mías búsquenlas en Internet». Nadie se atrevió a darle la contra, y, aunque su enfermera pudo disparar el botón de algún celular (lo que me permitió tener la foto que ahora publico) algo pude hacer en ese momento: saqué mi teléfono, abrí la aplicación para grabar audios, y apreté Rec.
Registré aquella conversación de algo menos de 2 horas. Pero fue más que eso: registré su voz, su espíritu Parra, su forma tan educada de hablar, sus incansables ganas de enseñar.
Escucharlo era un placer y me encantaba la idea de estar frente a un rebelde de 102 años, no sólo por su «anti-poesía» si no que por su espíritu.
Nicanor era libre, era sabio, era lúcido y senil, era un abuelo tierno que esperaba a un nieto que no llegaba, era un poeta consagrado que sabía muy bien qué hizo en la vida, y sabía también que cada uno de nosotros lo admirábamos, y que por eso estábamos ahí.
Divertido y autoritario, con un libro de fotos de su vida que realizó su nieto Tololo, a quien nombró incontables veces, junto a Colombina y Violeta, contó algunos cahuines de la época. Señalaba con el dedo quienes eran gay, diciendo «estos eran matrimonio igualitario», también contaba sobre quienes se creían aristócratas, quién había terminado siendo psicópata, quienes eran amantes y qué señoritas le gustaban a él.
No eran cahuines menores en todo caso, pensando que en las fotos que mostraba aparecían Neruda, y otros intelectuales de la época.
Desclasificó también el origen de sus textos, diciendo por ejemplo que le robaba ideas a sus nietos, utilizando el discurso pueril, o que del libro «Cuentos Africanos» había sacado su manera de escribir y de hablar.
«Yo aprendí muchos trucos ahí, los hacía pasar por cuentos míos, hasta que me pillaron. Tuve que arrancarme para Las Cruces! Y aquí estoy escondido. Me «escuendo» aquí, detrás de esta puerta, y me hago el viejo. Y no pienso estar viejo ustedes ven, estoy entre luche y cochayuyo, como decíamos antes».
Un homenaje a mi querido Nicanor Parra. Agradecida de él por haberme dado la oportunidad de conocerlo y de llevar en mi corazón el recuerdo imborrable de ese mágico día.
Descansa hombre creativo, culto, humorista, terco y amable. Eras y serás el mejor.