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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Sophia y los otros

"Mientras pensemos que todo se reduce a crear hashtags y pedir leyes con nombre, seguiremos viendo cómo muchas otras Sophia mueren ante nuestros ojos, al tiempo que nos seguiremos lavando las manos con discursos altisonantes en redes sociales".

Por Yasmin Gray
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Yasmin Gray es Abogada Universidad del Desarrollo

Veo mi muro de Facebook y mi timeline de Twitter repleto de fotos de una guagua. Se llama Sophia, tiene menos de dos años y hace una semana fue brutalmente ultrajada y asesinada por su padre, el cual ya tenía numerosos antecedentes previos de conductas violentas contra mujeres y niñas.

Quienes comparten las fotos de Sophia lo hacen emitiendo textos larguísimos, que hablan de la bestialidad de su padre y de la desidia de su madre, la que no habría hecho nada por proteger a su hija al momento del ataque, además de intentar posteriormente encubrir al victimario. Quieren que ambos sufran lo indecible por el resto de sus días. Piden para ellos tortura, esterilización, muerte y toda clase de apremios que merecerían en retribución al daño que ellos le causaron a su hija.

Llama la atención el tono de la mayoría de las publicaciones: de moralina absoluta, casi con el tono que ocuparía un rey para hacer caer en desgracia a sus súbditos que osaron desobedecerle. Es inevitable preguntarse cuántas de dichas peroratas, independiente de la verdad que contengan en cuanto a lo dramático, aberrante y cruel del episodio que terminó con la vida de Sophia, surgen desde el deseo de figuración a costa de querer depositar nuestros pecados cotidianos en otros, que son los asesinos y los monstruos, y que nada tienen que ver con nosotros, que jamás violaríamos y/o torturaríamos a una guagua hasta el punto de causarle la muerte, ni nos desentenderíamos de dicho hecho como lo hizo la madre. Como ese supuesto nos hace desde ya mejores personas, tenemos que demostrarlo, y qué más adecuado que esa vitrina perfecta para ello que son las redes sociales, donde todo lo que hacemos o pensamos está a la vista. Rasgar vestiduras en público para que vean que somos ciudadanos ejemplares a los que nos indignan las injusticias, y así se enteren de lo buenos que somos. Y mientras tanto, poco o nada decimos de la violencia cotidiana contra niños y mujeres, esa que se manifiesta en el desprecio solapado a la maternidad y a la infancia vulnerable, la cual es vista como un producto indeseable de la pobreza. Ponemos cara de asco cuando vemos a una adolescente embarazada, si una madre soltera quiere demandar pensión alimenticia nos burlamos tratándola de luchona y aprovechadora y le decimos “mejor hubieses cerrado las piernas”, cuestionamos a las mujeres que denuncian tratos vejatorios preguntándonos qué habrá hecho ella para recibirlo y juzgamos a la vida íntima que deciden llevar. Pero no importa, porque pusimos globos blancos y velitas en las puertas de nuestras casas para que así a nadie le quepa duda que los malos son los otros.

Da igual si el asesino recibe cadena perpetua, es ajusticiado en la cárcel por el resto de los reos o por el Estado –lo que no ocurrirá dada la derogación de la pena de muerte en Chile-, porque mientras pensemos que todo se reduce a crear hashtags y pedir leyes con nombre, seguiremos viendo cómo muchas otras Sophia mueren ante nuestros ojos, al tiempo que nos seguiremos lavando las manos con discursos altisonantes en redes sociales.

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