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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

¿Podemos decidir cuando morir?

¿Quiénes somos para mantener sufriendo a un ser humano sólo por nuestras creencias religiosas?, ¿no debería ser un principio mínimo de empatía y de compasión el que nadie viva en sufrimiento y que se pueda decidir cuando decir: “ya no puedo más”?

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Janet Noseda es Psicóloga. Magister en psicología clínica. Especialista en género y diversidad sexual.

En los últimos meses se conoció un video de una niña que padece una rara enfermedad crónica que vive hace años con dolor extremo y permanente. En el video, la niña hace un llamado a la presidente Bachelet pidiendo eutanasia, siendo que ya no soporta tanto dolor y lleva una vida en cama, sin ningún estándar de calidad de vida ni opción de mejorarse. Esto generó un intenso debate en la ciudadanía. ¿Debería existir la opción de muerte asistida?, ¿podemos intervenir con la vida para ponerle fin?, ¿en qué casos?

El año pasado durante el debate de la ley de aborto terapéutico, las discusiones más acaloradas eran acerca del poder de un ser humano ya nacido (la mujer) de ponerle fin a la vida de otro ser humano que aún no había nacido (feto). Un grupo de la población autodenominado pro vida, se definía como tal argumentando que nadie tenía el poder de poner fin a otra vida pero en este caso hablamos de un feto pasivo, cuyo desarrollo se interrumpe por acción de la mujer, primando los derechos de aquella persona nacida, consciente de suyo. La figura cambia en el caso de la eutanasia, ya que aquel al que se le pone fin a la vida lo hace activamente, deseando precisamente ese fin, en casos en donde no hay posibilidad de sanación, reinserción y donde se ha perdido calidad de vida, viviendo en la tortura permanente del dolor.

Yo estoy a favor del aborto terapéutico y a favor de la eutanasia, siendo que no me baso en concepciones religiosas en mi pensar, tales como “dios solamente puede poner fin a la vida”. Mi pensamiento se debe a un análisis desde los derechos humanos, la empatía y la compasión… compasión por ejemplo ante ese ser pensante, consciente de sí mismo, consciente de los significados de su existencia, consciente del dolor emocional, como es aquella niña que está embarazada producto de incesto, o aquel que sufre de un cáncer sin ninguna posibilidad de sanación y que deberá aguantar vivir con dolor permanente, día y noche.

Contaré algo muy personal y doloroso pero que creo debe ser compartido para entender un poco más acerca de calidad de vida y dolor crónico. Yo padezco de fibromialgia, enfermedad sistémica caracterizada por dolor general en todo el cuerpo. Usé muletas y muchas de las columnas de opinión las escribí con los dedos inmovilizados. Cuando la fibromialgia se activa, las articulaciones duelen como si fueran de carbón al rojo vivo. Incluso el roce de la ropa contra la piel es insoportable. Yo he llorado y gritado de dolor mientras mis padres me ponen hielo en las vértebras de la espalda. Yo sé lo que es vivir con dolor, querer correr pero no poder escapar del sufrimiento, despertarse por las noches con dolor en cada una de las articulaciones de mi cuerpo, no poder pensar porque en lo único que se puede pensar es en el sufrimiento. Por fortuna, mi enfermedad no es constante… se activa y se desactiva constantemente. Aún así, puedo imaginar lo que debe ser tener una sentencia de que morirás, no tener opción a alivio del dolor alguna ni descanso, no tener calidad de vida y vivir el resto de la vida en cama, sufriendo, no pudiendo resistir más. Ese pensamiento es el que me viene a la mente en los casos donde se pide eutanasia y no osaría a levantar un dedo para decirle a esa persona que sólo dios quita la vida y que se aguante. Si existe la ciencia y los avances científicos, ¿Quiénes somos para mantener sufriendo a un ser humano sólo por nuestras creencias religiosas?, ¿no debería ser un principio mínimo de empatía y de compasión el que nadie viva en sufrimiento y que se pueda decidir cuando decir: “ya no puedo más”?

Usted no es nadie pero nadie para decidir por quien sufre dolor insoportable si puede acceder o no a muerte asistida. Sólo esa persona sabe lo que está sufriendo y debe ser ella la que sin culpas ni remordimientos, pueda acceder libremente a terminar con su agonía. Yo creo en el principio de la autonomía y son las personas quienes deben decidir libre e igualitariamente acceder a muerte asistida. LAS PERSONAS. No la iglesia ni terceros que no saben lo que es vivir con dolor.

Pienso que el fundamentalismo religioso nos está haciendo muy mal e irónicamente, nos hace menos humanos, menos buenas personas cuando pensamos sólo en nuestras creencias que hemos adoptado por opción y las ponemos por sobre el sufrimiento de los demás. ¿Cuántas personas no han sido desahuciadas y deben esperar meses, años a que les llegue su momento soportando dolor a niveles que ni siquiera comprendemos? Yo quisiera que nadie pasara por una situación así y que pudiesen irse sin dolor, en tranquilidad, con los cuidados necesarios y la compañía de sus seres amados. Quisiera que nadie estuviese obligado a soportar la tortura del dolor más allá de lo imaginable

Solamente pido empatía. Necesitamos salirnos de nuestras creencias y mirarnos a los ojos, respetar nuestras decisiones y nunca perder de vista que la dignidad humana no debe perderse nunca, como tampoco la autonomía y el derecho a vivir y morir dignamente.

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