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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Que no vuelva Bachelet

Gracias a ella podemos crear una objetividad entre medio de tanta subjetividad esquiva.

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Francisco Méndez es Columnista.

Hay quienes quieren que Bachelet vuelva. Se ha escuchado a más de alguno decir que quizás, por tercera vez, la Mandataria pueda salvar a una coalición casi inexistente. Lo dicen con los ojos brillosos y con una voz que busca la esperanza después de la debacle. Pareciera que no entienden que sin una idea clara, a la que se sume una estrategia contundente para llevarla a cabo, nada es posible.

Es que hay quienes se sienten cansados y temerosos al interior de la Nueva Mayoría. Cansados por estos cuatro años, y temerosos por los cuatro que vienen. No saben por dónde comenzar la reconstrucción, por lo que prefieren cobijarse debajo de un cuadro de la Presidenta para sentirse más seguros y así, obviamente, no pensar en las razones por las que, luego de haber establecido algunas reformas, no pudieron continuar en La Moneda profundizándolas.

Tal vez se debe a que no saben cuál es el objetivo. Nuevamente no ven nada claro que los pueda convocar, por lo que andan esperando que Bachelet, luego de años de meditación, llegue a la conclusión de que ella, por mucho tiempo más, seguirá siendo la gran carta de la centroizquierda. Si bien en la antigua Concertación no quieren verla, cierto también es que hay una masa pseudo progresista, al interior de las filas aún oficialistas, que no quiere soltarla. Pero parece que, a diferencia de lo que piensan, la respuesta ante la crisis sería que no volviera.

¿Por qué lo digo? Porque frente a la comodidad, por lo general, no hay siquiera ganas de repensarse. No existe ansiedad ni ganas de obtener el poder inteligentemente si es que hay seguridades. Por lo que lo más sano sería escapar de ellas como quien intenta arrancar de una plaga.

Las seguridades en política no alimentan la ambición. Y aunque se crea lo opuesto, tras la ambición, en el servicio público particularmente, hay ansias de construir o continuar proyectos más allá de un período electoral; e intenciones de hacer crecer las ideas e instalarlas de manera precisa para entregar el mensaje ideológico correspondiente.

Es que, si bien se piensa lo contrario, no hay nada malo en la ideología. Gracias a ella podemos crear una objetividad entre medio de tanta subjetividad esquiva. ¿No es acaso lo que ha hecho el relato imperante a lo largo de los años? ¿No es la “realidad” sino una construcción hecha a la medida de algunas ideas y concepciones acerca del futuro y, principalmente, el presente? A mí me parece que sí, y que eso es lo que deben hacer todos quienes se sienten emplazados a llevar a cabo un proyecto que establezca y profundice las tímidas, pero sumamente necesarias, iniciativas de este gobierno que se va.

Es de suma importancia que la izquierda piense y no descanse. Como también lo es que los nuevos conglomerados progresistas entiendan que para construir nuevos rumbos, y así enfrentar una lucha de visiones, lo importante no es dejar a ninguna fuerza cercana lejos, sino sentarse a conversar y a edificar lo que viene.

Por ello es que Bachelet no tiene que volver. Si lo hace, todo lo que tuvo oportunidades de rearmarse. Muchos correrán a ponerse tras ella para volver al poder sin ambición real, sino que por las ganas de seguir saboreando el dulce sabor de la oficialidad.

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