Bachelet aún le teme a las lógicas de la transición
"¿Quién puede terminar con estas? Curiosamente Sebastián Piñera. Y la razón es bastante simple: porque es quien lidera la coalición que los impuso".
Francisco Méndez es Columnista.
Es cierto, el gobierno de Michelle Bachelet nos explicó con muchas de sus acciones que había certezas que no eran más que caprichos de una elite. Nos hizo ver lo que muchos suponíamos, al contarnos que sí había cosas que se podían hacer, mostrándonos que donde comienza o termina la realidad son solamente discursos hechos por quienes ganaron y siguen ganando.
Al lograr establecer la gratuidad como un beneficio que otorga el Estado, Bachelet nos demostró que, por muy tímido que haya sido el intento, la hegemonía ideológica no se combate con el “sentido común” o cosas por estilo, sino que con dosis importantes de ideología. Y que, a lo mejor, se habría conseguido mayores avances si es que estas dosis las hubiera aumentado.
Pero no lo hizo. No pudo y, luego de conocer la razón por la que no se cerró la cárcel Punta Peuco, podemos creer que no se atrevió. No quiso romper con demasiadas de las certezas que aún fundamentan lo que entendemos por democracia, porque hacerlo significaba ir más allá en lo que se considera la frontera de lo posible.
¿Por qué digo esto? Porque haber esperado hasta el último minuto para dar una orden que sabía que no podía ser cumplida, es una manera de demostrarlo. ¿Realmente creyó que horas antes de entregar el mando, en un contexto en el que el entonces ministro Jaime Campos ya no podía ser despedido, y por lo mismo tenía un poco de poder, era el momento indicado para hacerlo? Cuesta creerlo. Parece más creíble que, precisamente debido a este contexto, podía fingir que quería terminar con algo con lo que realmente no podía por el terror que aún le tiene a las “seguridades” de la transición.
Eso es por lo menos lo que reflejan sus actitudes en los últimos meses de gobierno. Pareciera que tampoco quiso pedirle la renuncia al general Villalobos, porque hacerlo también era entrar en un mundo en el que no se puede entrar debido a reglas tácitas de convivencia “democrática”. Habría sido entrometerse en lo que el pasado concertacionista había establecido como las bases de la fortaleza del período post pinochetista.
Suena extraño plantear estos miedos en quien ha sido la líder de centroizquierda que más ha avanzado en materia de reformas desde que terminó la dictadura. Pero no es tan increíble pensar que, más allá de las lógicas de mercado que han regido nuestra realidad, o las que rigieron nuestro Congreso con el sistema binominal, hay ciertas lógicas político institucionales que no pueden ser removidas; que no están escritas, pero que se sienten al momento de gobernar, más aún si es que heredas los miedos concertacionistas.
¿Quién puede terminar con estas? Curiosamente Sebastián Piñera. Y la razón es bastante simple:porque es quien lidera la coalición que las impuso. Es decir, los que están hoy en La Moneda son quienes construyeron el relato y pueden deshacerlo en cualquier momento, cuando ya no les convenga sostenerlo. Son los que pusieron la música y pueden apagarla y cerrar la puerta del boliche cuando lo estimen necesario.
Parte de nuestra izquierda, en cambio, todavía es una buena funcionaria que se ha portado muy bien con el adversario. Aún respeta su legado porque considera que es lo que hay que hacer, ya que si no lo hace todo se desmorona. Y eso sucede porque el contendor no es cualquier cosa. Es el dueño de lo real. Cuestión que Bachelet, más aún con todo lo que tuvo vivir después de plantear algunos matices, lo entiende mejor que nadie.