El Tribunal Constitucional siempre beneficiará a su ideología
"Por eso es que el resultado de lo que resolvió órgano guardián de la Constitución hecha en dictadura y legitimada en democracia no debería sorprendernos".
Francisco Méndez es Columnista.
Era una oportunidad única: había la fuerza política para hacerlo. Pero, como siempre, se optó por no realizar acciones demasiado determinantes, porque, según piensan algunos, podría atentar en contra de la democracia. O de lo que entendemos como lo que supuestamente evita cualquier descalabro antidemocrático.
Sí, porque los fallos del Tribunal Constitucional– tanto el que curiosamente le dio conciencia a instituciones privadas en el tímido proyecto de aborto en tres causales, como el que se rechaza un aspecto fundamental de la reforma educacional como es prohibir el lucro en las universidades- son la demostración más clara de que hay un corazón institucional que sigue funcionando de acuerdo a ciertas lógicas que no están ni cerca de ser erradicadas.
Y esto, aunque suene impopular, no es solamente responsabilidad de la derecha, sino también de una centroizquierda que, una vez más, dejó pasar el tiempo y se refugió en la seguridad que le dieron ciertos cambios sin profundizarlos ni entender la forma en que debían ser perpetuados. Por el contrario, se olvidó de la importancia que requería comenzar un proceso constituyente serio y, en cambio, enviaron un proyecto escrito por dos personas a última hora al Congreso.
¿Cómo es posible que no se haya pensado que, antes de intentar cambiar ciertas lógicas institucionales, lo principal es precisamente modificar el relato de estas? ¿Realmente se creía que, frente a un Tribunal Constitucional que resguarda una Constitución pro lucro y pro ejercicio privado por sobre el público, no se llegaría a estas conclusiones? Cuesta creerlo.
Nuevamente hay un trabajo político que no se hizo. Faltó politizar, conducir a una coalición y hacer lo posible porque todos los sectores progresistas-parlamentarios y extra parlamentarios- fueran en una misma dirección, lo que diera la suficiente energía democrática para poder trabajar en un nuevo texto que fuera discutido con la entonces oposición. Era urgente botar las propagandas fáciles de los medios y el empresariado mediante la inteligencia democrática y la pedagogía. Pero se prefirió hacer un proyecto de cuatro años. No se pensó hacia el futuro y, lo que es peor, no se le tomó el peso a la historia que cargan nuestras instituciones.
¿Es complicado intentar llevar a cabo reformas en Chile? Claramente que sí. El peso ideológico de cierto sector es fuerte. Pero más difícil se torna cuando renuncias a hacer cambios reales que vayan más allá del simple discursito; y más aún si es que tu cabeza sigue pensando distinto de lo que dicen tus lindas palabras frente a una cámara de televisión.
Tal vez Bachelet llegó más politizada y decidida en su segundo gobierno, pero eso no impide que tengamos clarísimo que su inexperiencia política sigue siendo la misma aunque haya pasado dos veces por La Moneda. Debió pensar más allá de su figura, proyectar realmente la coalición y el sello que pretendía darle. Pero no lo hizo. No miró a largo plazo y menos le puso el necesario énfasis a la necesidad de comenzar un proceso que desembocara en un cambio de carta fundamental.
Por eso es que el resultado de lo que resolvió órgano guardián de la Constitución hecha en dictadura y legitimada en democracia no debería sorprendernos. Es imposible obtener otro resultado si es que no se realiza un real esfuerzo por cambiar el que ya se sabe que se obtendrá. Como también lo es esperar justicia cuando el partido está siendo jugado en la cancha y con los árbitros del adversario.
Antes de hacer cambios rápidos, lo principal era construir realmente una fuerza social y política que condujera una conversación constitucional urgente. Sin un terreno propicio y una estructura sólida que fortalezca ideas, nunca se va a hacer nada perdurable. Porque un Tribunal Constitucional con una ideología tan clara, siempre la beneficiará. Y para solucionar aquello, hay que comenzar una conversación real, para que el terreno en el que se discute sea realmente representativo de la sociedad que hemos construido.