Radiohead en Chile, nunca la tristeza se sintió tan linda
La banda se reencontró anoche en el Estadio Nacional.
Bárbara Alcántara es Periodista especializada en música. Instagram: chicarollinga
Belleza. Esa es la palabra para describir un concierto que raya en la perfección. Está dicho, Radiohead puede ser música para estados depresivos, tristes y paranoicos; sin embargo y contradictoriamente, dichos estados son capaces de encontrarse con una sublimidad sonora de características delicadas, profundas y redentoras.
Es raro ver a Thom Yorke alegre pero anoche estaba feliz. A pesar de la casi nula interacción con el público, se notaba la dicha por reunirse en el escenario con sus compañeros y Clive Deamer, el percusionista invitado (con un parecido innegable al personaje Heisenberg de la serie Breaking Bad). Desde el polémico concierto de Tel Aviv el 19 de julio del 2017 que no pisaban el mismo plató y eso se notó.
Lo de anoche fue un reencuentro que dejó ver lo mejor de cada una de las partes. Las percusiones de Phil Selway suenan tan perfectas que a ratos parecen bases electrónicas, el segundo plano de Colin Greenwood se contradice con la energía que proyecta en el bajo, la imponente presencia de Ed O’Brian en la guitarra y los coros contiene la genial locura instrumental de Jonny Greenwood que se complementa con la exquisita esquizofrenia corporal e intacta voz de Yorke.
Fueron dos horas y media, veintiséis canciones (sí, veintiséis) que planearon como una hoja otoñal sobre el Estadio Nacional. A pesar del frío y la hora, las cincuenta mil personas pedían más. Falta “House of cards”, “Creep”, “High and dry” vociferaban, ilusionados por un tercer bis o “encore” como le llaman ahora, pero no. No faltó nada. Fue un recorrido por himnos clásicos como “Fake Plastic Trees”, pasando por la sensible dulzura de “All I need”, hasta la sensualidad melancólica de “Reckoner”.
Las piezas fueron hiladas como un guión cinematográfico apoyado por visuales proyectadas en tres pantallas, una ovalada ubicada tras el escenario y dos laterales que podrían haber sido de mayor tamaño, especialmente para un recinto multitudinario. ¿El contenido? diferentes planos de los instrumentos y de los músicos que se fundían entre sí, junto con efectos sicodélicos y colores fuertes que se mimetizaban con las varas LED ubicadas bajo el telón central.
Sí, puede ser que el camino elegido por la banda el último tiempo no sea el de la masividad y tampoco tenga la finalidad de complacer a los seguidores de su primera etapa, pero esa mutación y búsqueda constante los lleva a concebir shows inigualables y purificadores. Nunca la tristeza se sintió y se vio tan linda.