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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El clasismo racista de Piñera

"Lo que vimos muchos fue a un Presidente que ve al inmigrante como una amenaza que debe ser interpelada con anticipación para que no cometa atroces actos delincuenciales".

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Columnista.

Sebastián Piñera decidió que su hermano Pablo fuera embajador en Argentina porque, según dijo, era la persona necesaria para el cargo. Con esto trató de negar cualquier acusación de nepotismo en su contra, dando a entender que la trayectoria de “Polo” estaba por sobre cualquier lazo sanguíneo. Obviamente, eso nadie lo creyó. Ni siquiera quienes defienden esta nominación ante las cámaras.

Es lógico que las razones del Mandatario no son esas. Pero no queda tan claro que se puedan reducir solamente al nepotismo, sino que sería más interesante ir más allá y hurgar en un factor sumamente importante para la derecha: la clase. O la “raza”, como les gusta decir a algunos en almuerzos privados. Esto porque pareciera que el jefe de Estado no miró más allá de su círculo, y no dudó en nombrar al ex militante DC, debido a que conoce muy bien su procedencia; fueron criados por los mismos padres y han compartido gran parte de sus vidas. Es decir: es conocido.

Por esto es que lo más probable es que, si la Contraloría aprueba el nombramiento, Pablo no lo sorprenda con alguna salvajada. Y si lo hace, no importa porque es parte de su sangre y, más relevante aún, del paisaje social que ha frecuentado toda su vida.

Piñera prefiere seguir codeándose con quienes frecuentan sus mismas playas, hablan el mismo idioma de clase y no presentan ningún desafío para su tolerancia. En cambio, cuando se trata de lo que considera distinto, prefiere encender todas las alarmas y mantenerse firme. Más aún si es que se trata de la inmigración morena al país. Tal vez si todos los inmigrantes compartieran un color de piel más “pura” y acorde a lo que considera “familiar”, el problema no sería tanto.

Es cosa de escuchar el discurso del Presidente en el Estadio Víctor Jara frente a un grupo de extranjeros que buscan normalizar su situación de ciudadanos chilenos. Ahí no había personas que el mandamás de La Moneda frecuente en los clubes sociales o en las visitas a parientes, sino que hombres y mujeres de piel oscura. Por esto es que les habló como si estuviera dirigiéndose a sus empleados. Les dio la bienvenida a Chile, pero también les recordó que su estadía en el país dependía de su comportamiento y del “aporte” que deben hacer a la sociedad.

Era como si estuviera a la fuerza tratando de solucionar un problema que no le parece para nada agradable, porque les establecía de inmediato normas especiales a personas antes siquiera de saber cómo son, qué harán y cómo se comportarán. Los trató como ciudadanos de segundo orden de inmediato, señalándoles con tono firme que sólo serán parte de estas tierras si es que son lo contrario a lo que él cree que son, haciéndoles saber que nunca serán tratados como los “verdaderos” chilenos. Si es que eso existe.

Aunque intentara que pareciera otra cosa, lo cierto es que eso es lo que se pudo ver en ese acto en el que intentó ser más acogedor de lo que realmente es. Por el contrario de lo que quiso mostrar por las cámaras de televisión, lo que vimos muchos fue a un Presidente que ve al inmigrante como una amenaza que debe ser interpelada con anticipación para que no cometa atroces actos delincuenciales. Pero también que hay un sector en este país que sigue creyendo en las categorías de las personas según el aspecto y el origen, antes de cualquier comportamiento.

¿Por qué ese tono amenazante? ¿Si es que van a ser ciudadanos chilenos acaso no tienen que cometer un delito para que sean juzgados por la justicia que rige en nuestro país y no antes? Lo sensato sería que así fuera, sin embargo la forma en que este gobierno ha tratado este asunto ha sido desproporcionadamente racista.

Aunque parezca exagerado, cada gesto o cada omisión ha resultado ser lo contrario de lo que se pretende mostrar. Sobre todo cuando se parte de la premisa de que “hay que ordenar la casa”, dando a entender que hay gente que la está desordenando, cuando la verdad es que aún ni siquiera la dejamos entrar realmente a esta.

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