Cuidado con el feminismo neoliberal
"Sería bueno que pensáramos si preferimos preocuparnos de temas universales o quedarnos en particularidades como si estas modificaran algo".
Francisco Méndez es Columnista.
La toma en la Universidad Católica ha significado un nuevo gran paso en esta llamada “ola feminista” que acecha cierto orden institucionalizado. Mujeres tomándose una institución como esta, que en el último tiempo ha sido el símbolo de la mezcla entre el conservadurismo y la supremacía de lo privado sobre lo público, ha sido bastante importante para dejarnos en claro a muchos que esto es más serio y profundo de lo que creíamos.
Sí, porque una vez que las mujeres salieron a la calle mostrando sus senos y su rebeldía ante cierto orden, ahí recién algunos pudimos ver un cuestionamiento a algo que iba más allá que los lugares comunes que tanto se repiten hoy en día. Pudimos enterarnos de la existencia de cierto feminismo que comprende que acá hay una estructura de mercado que establece ciertos roles sociales.
El gobierno, al creer que el alto precio en planes de isapres que afecta a las mujeres se solucionaría con el aumento a los de los hombres, colaboró con esta comprensión. Recordó que el problema no solamente son las rígidas formas patriarcales, sino también el líquido poder de adaptación de un neoliberalismo que hace suyas las demandas para así no hacerse preguntas sobre las lógicas fundantes del sistema. La curiosa objeción de conciencia institucional, la que gracias a excusas ideológicas de “libertad de mercado” sirvió para hacer como si aceptara el aborto en tres causales sin hacerlo realmente, es de igual forma una muestra de esto. Es decir, cuesta que el modelo logre realmente hacer cambios, ya que siempre se sirve de algo para hacer como si lo hiciera.
Lamentablemente hay quienes no lo entienden. No quieren preguntárselo y, en cambio, se quedan sumergidos en pequeñeces que han adquirido últimamente rango de “tema país”. Un ejemplo es lo que se ha visto en materia de normativas en contra del “acoso callejero”. La mirada de las regulaciones de “piropos” es desde el “yo” antes que desde el “nosotros”; es decir, se ha puesto el foco en la ofensa personal en vez de poner ojo en las lógicas culturales que motivan la relación entre las personas.
¿Realmente así se logra un cambio o se ocultan las relaciones sociales? A mí me parece que pasa más lo segundo. Por eso es tan fácil que la oficialidad se haga cargo del tema. No sucede porque haya una real toma de conciencia de algo en particular, sino porque se sabe que precisamente esas medidas no conllevan un cambio profundo de un paradigma.
Es la cultura del políticamente correcto en todo su esplendor: esconder las relaciones de poder antes que tratar de solucionarlas o de saber cómo funcionan. No enfrentarlas para que así se den por solucionadas sin que siquiera estas se hayan desplegado totalmente. Ocultar el conflicto real que hay tras las relaciones humanas para así ahogarlas con reglas morales que dicen hacer todo sin hacer nada.
Esa es la gran amenaza para el feminismo y las feministas, según creo. La combinación maquiavélica entre el eternamente ofendido y la moral de la “víctima” de abusos comerciales, con la que hoy se mira toda área de la discusión pública, se ha comido al ciudadano y, por ende, ha destruido su capacidad de acción. Ha convertido a luchadores sociales en guardianes de sus individualidades, lo que los ha inmovilizado en sus pequeñas burbujas, aquellas que cuidan diariamente para que no sean rotas y no les entre ni siquiera un poco del aire de afuera.
Sería bueno que pensáramos si preferimos preocuparnos de temas universales o quedarnos en particularidades como si estas modificaran algo. Es bueno reflexionarlo, detenerse sin sacar conclusiones inmediatas, sino una lenta y racionalizada. Falta razón, sobra grito. Por eso, cuidado con el feminismo neoliberal.