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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

¿Es el feminismo intrínsecamente violento?

"¿A alguien se le ocurriría pedirle a un niño que ha sido víctima de bullying toda su vida y que, de repente, decide sacar la voz para reclamar, que sea mesurado y calmado?".

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Ricardo Baeza es Magister en Antropología y Desarrollo U. de Chile y Psicólogo Organizacional UC. Profesor de la Escuela de Psicología y de Masters de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez. Director del Diplomado de Gestión de Evaluación y Selección de Personas de la UAI.

A raíz de algunas expresiones altisonantes que hemos visto últimamente en manifestaciones feministas, como aquel cartel “No quiero tu piropo, quiero que te mueras”, no cabe duda que las expresiones motivadas por el feminismo pueden llegar a extremos ciertamente violentos, lo que a opinión de muchos le hace un flaco favor al propio movimiento. Pero ¿podríamos razonablemente esperar algo diferente?

¿A alguien se le ocurriría pedirle a un niño que ha sido víctima de bullying toda su vida y que, de repente, decide sacar la voz para reclamar, que sea mesurado y calmado? ¿O que actúe sin ningún ánimo de ofender a nadie porque si no invalidaría su propio reclamo? ¿Acaso no sería esto otra muestra más de la misma falta de empatía que ha motivado años y años de la mantención de dicho bullying?

No nos quedemos en lo anecdótico, en lo extremo, sino que vayamos al corazón de las demandas. Porque así como no es sensato enjuiciar el sentido de fondo de una manifestación callejera solo en base a los desmanes violentos de los encapuchados al final de ellas, tampoco debiéramos enjuiciar las demandas de este movimiento feminista extrayendo selectivamente solo los casos más teñidos de violencia o de reivindicación revanchista; más aun habiendo lógicamente tanta rabia contenida producto de un ninguneo social extendido por demasiado tiempo.

Pero algunos también creen que, más allá del entendible reclamo visceral, hay algo intrínsecamente violento en el propio feminismo, acuñando incluso términos como el de “feminazi” para referirse a las violentas exponentes del mismo. Para aclarar esto tal vez sirva sumergirse un poco en el sentido de los conceptos.

Para mí el machismo es una palabra que denomina a este ordenamiento social milenario en el que hemos estado insertos y socializados, donde el hombre es tratado como el eje primario, un creador, un productor y detentador de privilegios; mientras que la mujer es tratada como un apoyo secundario, una seguidora, una asistente, un adorno y un objeto sexual cuyo fin es la mera función reproductora. Es decir, el machismo denota algo muy real, muy tangible en la dinámica de interacción social cotidiana de nuestras sociedades.

En cambio el feminismo, para mí, no alude a algo real. Es un concepto eminentemente teórico, desarrollado a lo largo de muchas décadas y que ha ido creciendo y ampliándose por aportes reflexivos de naturaleza extremadamente diversa.
No hay una sociedad que podamos llamar “feminista” propiamente tal, donde podamos ir a observar fenómenos de interacción y decir con claridad “de eso se trata el feminismo”, porque el feminismo es más bien una corriente de pensamiento, una que busca inspirar la evolución social para poder alcanzar la equidad.

Y como es algo teórico, se presta para que existan perspectivas muy diferentes. Y podemos llegar a encontrar personas auto declaradas feministas que no están para nada de acuerdo entre sí sobre cómo y hasta dónde llevar sus demandas, generando un espectro sumamente amplio de formas y posibilidades. Incluso abriendo el espacio para corrientes muy extremas y hasta violentas en su forma de expresión.

Lo malo es que, dada esta natural dispersión conceptual, la percepción que se tenga sobre el feminismo va a estar sumamente teñida de acuerdo a con qué tipo de feministas uno se ha topado en la vida. Y esto claramente juega en contra de la clarificación y posterior aceptación de las demandas, especialmente cuando lo que se busca es poder cambiar la percepción social sobre la relación entre los géneros, es decir, modificar lo que piensa cada persona, no sólo llegar a modificar el marco legal existente.

Pero si vamos más allá de la casuística o la mera apariencia para tratar de descubrir la naturaleza básica de la fuerza que hay detrás de este movimiento generalizado, veremos que sí existe un eje común a todas estas posturas feministas. Existe un núcleo en la línea de la reivindicación de la importancia de la mujer y la lucha contra el machismo, buscando posicionar la equidad de género como condición básica para la convivencia. Y es ese centro el que me parece no sólo válido sino incluso necesario para inspirarnos a movilizar el cambio social; enriqueciendo así nuestro desarrollo con los aportes de todas las personas, independientemente de cual sea su género.

En lo personal concuerdo con ello y me declaro tanto partidario de la equidad de género como de eliminar el machismo en nuestra sociedad. Ahora bien, si eso me convierte de alguna manera en feminista, la verdad es que me tiene sin cuidado

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