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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El ideológico regreso de Lucy Ana Avilés

"Ella se dio cuenta de que en un país tan chico como Chile, cualquier pequeña demostración de fuerza económica no deja indiferente a nadie. Y no quiere serle indiferente a la gente, ni volver a ser una mujer adinerada anónima".

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Columnista.

La millonaria Lucy Ana Avilés, que se hizo conocida por traer a Chile el colorido e ineficaz Supertanker, comunicó que volverá a Chile a vivir con su marido, un empresario norteamericano que es integrante de la familia dueña de Walmart. Esto los medios lo han destacado como una gran noticia, casi como si estuviera llegando a nuestras tierras una salvadora, una noble mujer que ya ha anunciado una cantidad importante de obras sociales que, se supone, deben alegrarnos.

Al parecer, Avilés ve en Chile una mejor opción para radicarse y lucirse un rato; mal que mal es Presidente Sebastián Piñera, otro empresario que, al igual que ella y su marido, cree más en la filantropía que en el Estado, aunque sea quien lo encabeza. Por lo que debe sentirse en casa.

No es mala idea si es que lo miramos desde su perspectiva. Ahora podrá pasearse por La Moneda, dar grandes cheques con cámaras rodeándola, y mejorar su aspecto comunicacional. Todo esto para así superar esa vergüenza que, durante el gobierno anterior, le hicieron pasar al recordarle que debía cumplir la ley para traer ese enorme avión que, al final de cuentas, no hizo nada más que cumplir su verdadero objetivo: ser un gran distractor ideológico.

Porque eso fue lo que hizo Avilés con la excusa de querer solucionar un problema: instalar la idea de que la iniciativa privada puede solucionar con más rapidez lo que un Estado, grande y burocrático, no puede. ¿Y qué mejor para lograr mayor efectividad que volver a tener a un empresario de Presidente? ¿No era lógico traer de regreso a quien mira el aparato estatal como una gran empresa? Parte importante de la ciudadanía que vota llegó a la conclusión de que sí, de que lo más sano era creer ese discurso y salir de una especie de espanto que, realmente, no existía. Por lo tanto, Lucy se siente triunfadora y con ganas de volver a buscar lo que le corresponde.

Ella se dio cuenta de que en un país tan chico como Chile, cualquier pequeña demostración de fuerza económica no deja indiferente a nadie. Y no quiere serle indiferente a la gente, ni volver a ser una mujer adinerada anónima. Quiere, en cambio, recordarle que ellos, los con mucho dinero, son la gran ayuda para los desvalidos y los necesitados, siempre y cuando, sean hombres o mujeres, no hagan preguntas demasiado complicadas acerca de las estructuras en las que se sostiene nuestra economía.

Su llegada es una buena oportunidad personal y política. Es sacarle provecho a ese discurso que ha construido nuestro sistema económico; a ese relato en el que la comunidad no existe con tal de lograr objetivos, ya que las formas, las normas y las leyes son más bien obstáculos para lograrlos. Y con una izquierda adormilada y preocupada de sus individualidades, antes que de las estructuras, lo cierto es que no puede haber escenario mejor para jugar con el mercado y sacar provecho de toda situación.

El regreso de Lucy es ideológico aunque ella crea lo contrario. ¿La razón? Simple, porque está convencida de que sus acciones personales pueden ser más importantes que el funcionamiento de instituciones. Cree que su imagen y la de su marido le pueden ahorrar ser lo que realmente es: una ciudadana que debe cumplir con sus impuestos. Nada más. No eres nada más, Lucy. Y eso es más democrático que tus estrategias para hacerte conocida.

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