Qué le dejó el Mundial a Chile
"En materia futbolística, como en tantas otras esferas de la vida, no basta sólo con contar con personas talentosas para aquello que más luce: es indispensable que en todos los niveles converjan habilidades de distintas características y orígenes".
Pablo Acchiardi Lagos es Presidente Ejecutivo Fundación La Pelota. Ex Vice Presidente de Blanco y Negro. @pacchiardi
Se acabó el Mundial y, como canta Serrat, “vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza, y el señor cura a sus misas”. Con todo, y más allá de los apasionantes análisis futbolísticos, conviene identificar qué nos dejó a la sociedad chilena esta última gran cita deportiva.
Lo primero, a mi entender, es la materialización de una meritocracia a la que no estamos acostumbrados. Porque en el deporte en general (y en el fútbol en particular), hay algo que sigue dándole la pelea a los apellidos, al patrimonio del sujeto de turno y al “¿de qué colegio saliste?”: el talento. Gracias a él, por ejemplo, jugadores como N’Golo Kanté (un francés nacido en España, de origen familiar maliense) pudo pasar de recoger basura en las calles a finales de los 90, a ser campeón del mundo, reconocido en todo el orbe y aclamado por los hinchas… y lo logró en menos tiempo del que demora en transcurrir una sola generación.
¿Cuántas otras áreas de la sociedad ofrecen esa posibilidad de progreso a las personas? ¿Qué hubiera sido de Kanté si su talento residiera, en lugar de los pies, en su capacidad de entender las matemáticas, las letras o simplemente el comercio? ¿Cuántas puertas se le hubieran abierto en ese escenario? O, ¿cuántas, pese a su potencial, se le hubieran cerrado?
Lo segundo, dice relación con la evidencia del relevante aporte que la diversidad significa para grupos humanos de diversa índole. Porque valga recordar que cuando en la misma selección francesa reinaban los conflictos derivados de la intolerancia racial/cultural de unos pocos, el éxito les fue particularmente esquivo. En cambio ahora, en medio de una evolución clara pero aún en desarrollo y con un buen tramo por recorrer, vuelven a levantar el principal trofeo futbolístico del mundo precisamente gracias a los discriminados, tal y como sucedió hace dos décadas atrás cuando liderados por un hijo de argelinos se liberaron del pesado mote de “eterna promesa”.
Lo tercero, y final por ahora, es que esa inclusiva realidad manifestada en la cancha, la FIFA no ha sido capaz de expresarla en las tribunas. Porque convengamos en que resulta dramáticamente llamativo que, desde hace un largo tiempo, en los mundiales la diversidad antes aludida se acaba donde se termina el césped. Desde la primera fila de asientos hasta la última predomina una población particularmente homogénea, cuyo origen sería difícil de intuir de no ser gracias a las camisetas o las caras pintadas. ¿Será que el fútbol es mayoritariamente materia de interés de la población blanca del mundo, con capacidad de recorrer miles de kilómetros en el extranjero durante un mes? La experiencia me lleva a responder que no, que más bien todo lo contrario, que los “Kanté” con talento para algo que no sea el fútbol, con suerte, pueden ver el Mundial por la televisión (y, si estaban en Chile, sólo algunos partidos, porque la televisión abierta transmitió apenas una parte de ellos).
Sería muy raro que estas realidades evidentes no nos dijeran nada en este rincón del mundo. O, peor aún, sería lamentable que hiciéramos oídos sordos a estas lecciones que el fútbol se empeña en mostrarnos. Prefiero pensar que esto es una nueva oportunidad para hacer de la práctica deportiva, en todas sus expresiones posibles, una instancia de inclusión social, donde el valor no reside en el origen territorial, familiar, social o en la identidad de género de las personas (ahí está el caso de Iva Olivari, manager de la selección croata), sino más bien en lo que cada uno es, en lo que cada uno puede ser y en las oportunidades reales que tenemos y brindamos para desplegar las capacidades que tenemos. Porque en materia futbolística, como en tantas otras esferas de la vida, no basta sólo con contar con personas talentosas para aquello que más luce: es indispensable que en todos los niveles converjan habilidades de distintas características y orígenes, sin las cuales el éxito estará condenado a ser sólo una simple expresión de miope voluntarismo.