Varela y Valente, dos extremistas del neoliberalismo
Frente a estos episodios, muchos se rieron, los encontraron casi ridículos y siguieron lo que algunos medios decían, llamándoles errores y torpezas. Otros, en cambio, se sintieron ofendidos y analizaron las frases de los ministros desde la moral, mostrándose ofendidos y dolidos; pero lo cierto es que analizar desde estas perspectivas estos hechos está mal, porque no miden su dimensión real.
Francisco Méndez es Columnista.
Primero fue Gerardo Varela. El ministro no comprendía por qué los apoderados de establecimientos estatales no recurrían a bingos para solucionar sus problemas de infraestructura. No sabía por qué le pedían a él, como representante del Estado, que se hiciera cargo de lo que, por ley, le correspondía. Por esto es que dio rienda suelta a su curiosa “irreverencia” y emplazó a los padres a hacerse cargo ellos de sus propios problemas, como si los impuestos no fueran una forma de hacerlo.
Cuando se le preguntó por sus dichos, dijo que era un llamado a que se actuara como comunidad y no se dependiera del aparato estatal para todo. Lo que no señaló, tal vez porque no lo entiende, es que el Estado es precisamente la representación de una comunidad- y por lo tanto de una sociedad- que deposita en él la confianza para que realice tareas que el individuo, debido a la magnitud de estas, no puede realizar solo.
Después vino José Ramón Valente. Lo que hizo el titular de Economía fue recomendar, en televisión, que la gente no invirtiera en el país. Lo dijo como si siguiera siendo asesor financiero y no ministro, insistiendo en el punto cuando Tomás Mosciatti, que era quien lo entrevistaba, le repetía la pregunta para asegurarse de que lo que estaba escuchando de la boca de Valente era cierto.
Frente a estos episodios, muchos se rieron, los encontraron casi ridículos y siguieron lo que algunos medios decían, llamándoles errores y torpezas. Otros, en cambio, se sintieron ofendidos y analizaron las frases de los ministros desde la moral, mostrándose ofendidos y dolidos; pero lo cierto es que analizar desde estas perspectivas estos hechos está mal, porque no miden su dimensión real.
¿Por qué? Simple: lo que hemos presenciado esta semana es una postura ideológica bien clara en la que el “sálvese quien pueda” y el “rásquese con sus propias uñas”, son casi una bandera de lucha. Por lo que resulta sumamente relevante tomar en consideración que lo que se presenta ante nuestros ojos es el sinceramiento de una forma de concebir la sociedad que ha intentado, de todas las formas posibles, mantenerse oculta. O, por lo menos, menos evidente.
Y es que Varela y Valente han demostrado que lo radical y lo extremo está en su vereda. Por mucho que este gobierno haya hecho campaña, incansablemente, señalando que la ideología extrema y dañina estaba en la centroizquierda, lo cierto es que sus reformas, medidas con la vara de una democracia liberal, cumplían con todos los requisitos. Pretendían, de manera demasiado tímida, dar certezas que el sistema no da. Esas certezas que Varela encuentra casi una falta de respeto pedírselas a un Estado que ni él ni Valente toman en serio.
¿Es tomar en serio un Estado cuando te desprendes del cargo que ejerces tan fácilmente? ¿Demuestras respeto por un contrato social cuando hablas desde una individualidad antes que desde tu deber de representar una colectividad? Evidentemente, no. Lo único que haces, en cambio, es querer desarmar las mínimas estructuras que van quedando, para así reafirmar tu idea de que cierto caos te da libertad. Y si eso no es ser extremista, no sé qué es.