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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Evolución de la calidad de la vivienda social

"Aunque hemos mejorado el desempeño térmico de la vivienda, tanto por la normativa térmica de 2006 como la certificación energética de 2012, aún quedan desafíos asociados a las infiltraciones, el ahorro hídrico y la energía total del ciclo de vida de la vivienda".

Por Carlos Aguirre
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Carlos Aguirre es Director de la Escuela de Construcción Universidad de Las Américas.

La vivienda social es, sin lugar a dudas, uno de los temas más recurrentes en política pública, desde que la población se concentró más en las ciudades que en el campo, es decir, desde las grandes migraciones campo-ciudad propias del desarrollismo de mediados de siglo pasado.  La política de vivienda social ha pasado por varios periodos donde los énfasis han sido diferentes. Creación de barrios, expansión urbana, consolidación de barrios, cobertura y disminución de los déficits habitacionales, cuantitativo en número de viviendas y cualitativo en estándar constructivo de las viviendas.

En ese último punto, parece necesario detenerse y contar una historia más profunda: la percepción de calidad es una brecha de satisfacción entre un hogar y las prestaciones de su vivienda. Esta satisfacción tiene al menos tres componentes: constructivos, de prestaciones o desempeño, y las condiciones del barrio o la estándar de vida urbana. Así, para hablar de calidad de la vivienda social es necesario remitirse a estos componentes, ya que cada uno de ellos ha tenido una evolución distinta.

El primero de ellos, el constructivo, es el que se ha mejorado significativamente en el último periodo, sobre todo después de los escándalos públicos con algunos conjuntos, cuyo estándar de construcción estaba por debajo de las expectativas. Desde entonces se han definido estándares más estrictos de superficies y programas, mejoras sustantivas en el seguimiento y control de los proyectos y, por último, una definición más explícita de materiales a ser utilizados. Actualmente contamos con mejores viviendas que hace 20 años, con estándares mejor definidos y controles de calidad de procesos y productos, más estrictos. En ese sentido, tanto las normativas especificas han mejorado sus estándares, hoy con superficies mínimas de las viviendas, soluciones constructivas de envolventes (muros, cielos y pisos) inscritas en el registro de soluciones constructivas, más pertinentes y acordes al clima local de la vivienda, además de los avances en la certificación de materiales y procesos, al asumir las normativas referentes a la calidad y mejora continua. Con ello, el avance normativo de los últimos años ha sido importante, con el consecuente efecto en la calidad constructiva de las viviendas sociales.

El segundo componente, el del desempeño, hay aún temas pendientes. Aunque hemos mejorado el desempeño térmico de la vivienda, tanto por la normativa térmica de 2006 como la certificación energética (calefacción, enfriamiento, iluminación y agua caliente sanitaria) de 2012, aún quedan desafíos asociados a las infiltraciones, el ahorro hídrico y la energía total del ciclo de vida de la vivienda. Estos puntos son relevantes a la hora de definir una política pública, al asociarse a los beneficios sociales globales que esta inversión debe garantizar.

Por último, y mi juicio el más deficitario, es el componente asociado a las condiciones del barrio o estándares de vida urbana. Esto corresponde al acceso a los servicios que otorga la ciudad para la vivienda, comercio, trabajo, salud, educación, etc. En sí, el precio de los suelos y su escasez en zonas urbanas consolidadas presenta el principal desafío de las políticas actuales y presentes. Iniciativas de integración como las que se han generado desde el DS 19, son quizás una de las mejores formas de apostar por mejorar este componente. Esta integración permitiría que exista un acceso más fluido a estos servicios.

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