A 45 años del golpe: más democracia, más derechos
"Esa idea, la de democracia, la de ese espacio en que vemos a los demás como iguales, como legítimos, fue avasallada y acribillada el 11 de septiembre de 1973, pero no fue derrotada".
Hoy se cumplen 45 años del Golpe de Estado que derrocó al Gobierno de Salvador Allende Gossens; el compañero Presidente. Yo le llamé y le seguiré llamando el compañero Presidente. Se trata de una comunión ideológica que siento y que sé que sienten miles y miles de personas como yo. Porque lo que fue avasallado, acribillado, arrasado ese día 11 de septiembre de 1973, fue la idea de democracia, la idea del respeto por los derechos de propios y adversarios, la idea de la libertad como base de cualquier modo de hacer política, y es esa idea y ese valor por el que tenemos, quienes vemos a Allende como nuestro compañero, la obligación de conmemorar y seguir hoy: la conquista de derechos con las herramientas que nos da la democracia.
Fue con las herramientas de la democracia que el gobierno popular nacionalizó el cobre, que protegió las riquezas naturales de Chile para los chilenos y chilenas, fue con las herramientas de la democracia que se avanzó como nunca en una reforma agraria que entregó dignidad a los campesinos y que indicaba incipientemente el concepto de territorio para los pueblos indígenas. Fue con la fuerza y con el abuso que nuestros recursos naturales se entregaron a las transnacionales y con esa misma violencia que se entregaron las tierras de la reforma a las forestales con la consiguiente afectación de la riqueza natural y territorial de Chile.
Esa idea, la de democracia, la de ese espacio en que vemos a los demás como iguales, como legítimos, fue avasallada y acribillada el 11 de septiembre de 1973, pero no fue derrotada y no fue derrotada porque fue sembrada en las mentes de millones de personas que nunca abandonaríamos las ideas de igualdad y de justicia que la democracia entraña. Tendrían que habernos matado a todos, tendrían que habernos matado a todas.
A través de mis padres, mapuche hablantes de los territorios cercanos a Osorno, recibí el influjo de este concepto de democracia como propio, también de nosotros los mapuche. Ambos eran allendistas y es que -ahora a cuarenta y cinco años del Golpe de Estado, lo puedo entender bien: no podían haber sido sino allendistas y no podían sino considerar como propio el gobierno de la Unidad Popular. No porque fuera un gobierno perfecto, no porque todos sus militantes fueran ejemplares, no porque todas sus políticas públicas hayan sido las correctas, sino porque por primera vez en Chile empezábamos a conocer de cerca las ideas democráticas, en que los seres humanos y los pueblos podíamos luchar por la igualdad.
Esa semilla de democracia fue sembrada desde mi niñez. Hoy, la historia nos recuerda que el apego a la democracia no es gratuito, que tiene costos, que muchas veces supone tomar el camino largo, que supone llegar a acuerdos, que supone ceder, que exige que en los momentos más críticos mantengamos la política y la democracia como nuestras herramientas. Este es el segundo motivo por el cual llamo y seguiré llamando a Allende el compañero presidente. Porque este apego al diálogo como principal herramienta también es propio de los pueblos que habitamos este territorio antes de que la República de Chile siquiera se llamara así. Los parlamentos promovidos por el pueblo mapuche, en la colonia y después en el siglo XIX, son una evidencia incontestable de su vocación por el diálogo y la política.
Por eso, como mujer mapuche y como socialista, puedo llamar con total confianza compañero al presidente Allende. La historia de su gobierno, las fuerzas políticas y sociales a las que representó, la relación que tuvo con los pueblos indígenas y las políticas públicas que se diseñaron en ese contexto, las relaciones con la oposición y la articulación de distintas estrategias políticas para afrontar los cambios que el gobierno popular impulsó, son ciertamente complejas; pero sabemos algo y en ello radica la tradición a la que pertenezco: ese fue un ejercicio de democracia, fue el intento de hacer realidad las demandas por igualdad y justicia con las herramientas de la democracia. Esa fue una lección no solo para nosotros, sino que para el mundo entero.
Por eso es que este 11 de septiembre es un momento especialmente propicio para recordar esa lección de democracia a cualquier costo. Es una lección compleja para mí, porque mi pueblo es criminalizado y violentado cotidianamente.
Pero no puede ser de otro modo, ninguna solución humana es duradera si se basa en la violencia. El compañero Allende lo sabía y nos dio la lección final con su muerte: más igualdad y más justicia para los pueblos, solo son posibles con más democracia en el seno de esos pueblos.
Creo que además debemos recordar otra lección, una que suele olvidarse -tal como vemos por estos días- cuando la cultura predominante promueve el individualismo y cuando la libertad de la que gozamos nos hace olvidar nuestras responsabilidades con los postergados, con los discriminados, con las miles de tareas que hay pendientes en el país.
El compañero presidente luchó por la dignidad, la justicia y la igualdad de los sectores más desposeídos y discriminados, los indígenas, las mujeres, los niños y niñas, las trabajadoras y trabajadores, campesinos y pobladores. El retroceso que la dictadura significó no solo en persecución y muerte de miles de víctimas, sino que con medidas regresivas, como la contrarreforma agraria, el decreto que pretendió lotear las tierras indígenas y hacer desaparecer la condición indígena de sus dueños, la pérdida de la educación, la salud y la seguridad social como bienes públicos, constituye un desafío de política pública que aún sigue pendiente y que significará mucho trabajo. No podremos avanzar en ninguna de esas tareas sin la unidad de la izquierda que siempre fue promovida por el Presidente Allende
Este 11 de septiembre tenemos buenos motivos para celebrar nuestro acervo y tradición democrática, que no inventamos nosotros, que tomamos de los que estaban antes que nosotros como un regalo construido con la sangre y con la historia de los pueblos. Pero también tenemos buenos motivos para recordar a nuestro presidente mártir y promover la unidad del progresismo como una responsabilidad esencial en la coyuntura que enfrenta al país.
En democracia y unidad, creo, debemos ser radicales y no olvidar nunca las lecciones del compañero presidente.