El 11 y yo
"Nací en familias a las que el 11-S-73 les significó, a muchos de sus miembros, eventos dramáticos e irreversibles, como también alivio para otros que veían desaparecer las amenazas que traía sobre ellos el gobierno de la UP".
Yasmin Gray es Abogada Universidad del Desarrollo
Pensé mucho antes de escribir esto. Más que nada por el temor a comentarios que acusaran un exceso de personalismo y autorreferencia en estas líneas, además de epítetos de diversa índole de parte de mentes destempladas. Pero después de sopesar que, al fin y al cabo, cualquier acción -y omisión- humana está sujeta a cuestionamientos, decidí seguir adelante.
Nací en familias a las que el 11-S-73 les significó, a muchos de sus miembros, eventos dramáticos e irreversibles, como también alivio para otros que veían desaparecer las amenazas que traía sobre ellos el gobierno de la Unidad Popular. Crecí escuchando cómo el hermano de mi padre, en esa época simpatizante del MIR, había sido detenido después del Golpe y liberado a los pocos días gracias a los contactos que lograron mover mis abuelos en el Ejército.
También el cómo mi tío Michel Nash, primo de mi madre –y cuyo hermano, el mejor amigo de Michel, cayó prisionero en Villa Grimaldi teniendo menos de 18 años- era uno de los tantos detenidos desaparecidos que había dejado la dictadura, pero no fue hasta después de los veinte años que supe de la relevancia y simbolismo que tiene su historia para lo que ha sido la lucha por la obtención de justicia de las víctimas de violaciones a los derechos humanos.
Y al mismo tiempo que crecía, me tocó pasar por el proceso de darme cuenta de que la izquierda, contrario a lo que buscaban hacerme creer muchos de mis cercanos, no era el paradigma de paz, ética y belleza que pintaban. Sobre todo después de haber vivido, en mi infancia y adolescencia, experiencias personales que, al margen de que son difíciles de detallar en una columna sobre política, me significaron un gran punto de quiebre con las ideas principales que defiende el lado izquierdo, en especial en lo relativo a la igualdad y a la solidaridad coactiva.
Y así empezó el período de rebelión, con gritos, portazos, discusiones y penas de por medio. Pero no había posibilidad de que diera vuelta atrás en mi percepción de la realidad, y hoy, salvo algunas variaciones en ideas particulares, tampoco. Partí con el gremialismo, luego salté a las teorías de liberalismo clásico, y de ahí he estado hasta hoy dando el bote más digno que puedo, enfrentando entremedio a un montón de estrechos de mollera que me acusan de traición y desconsideración a mi familia, por un lado, y de hacer apología a terroristas que bien merecido tendrían lo que les pasó, por el otro.
El 11, hoy, es querer que ojalá las cosas hubieran sido distintas. Que el ambiente de violencia y odio que propiciaron integrantes de la extrema izquierda -y que se sigue manifestando cuando profanan la tumba de un senador de derecha asesinado en democracia- no hubiese tenido lugar nunca. Que ojalá el gobierno de Allende hubiera terminado de forma pacífica. Que la Junta Militar que tomó el gobierno post Golpe se hubiera quedado menos tiempo de los diecisiete años que estuvo en el poder.
Que los asesinatos, torturas, exilios y desapariciones forzadas de personas no se hubiesen producido, o al menos, se hubiesen parado a tiempo. Que los responsables de ejecuciones masivas hubieran dicho dónde están los cuerpos de sus víctimas, para que así la tía Ana Sáez, y muchas madres más, hubieran podido dar sepultura digna a los restos de su hijo Michel antes de partir ella de este mundo. Que quienes creen que había – y que hay- vidas de primera y segunda categoría, dependiendo del credo político de estas, no hubieran tenido cabida en el debate público. Pero como todos estos deseos a estas alturas son algo inútiles, solo cabe esperar que saquemos lecciones hacia el futuro de cómo resolver las diferencias ideológicas sin matarnos entre nosotros.