Secciones El Dínamo

cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad
3 de Octubre de 2018

Intrínsecamente desordenadas

"Y no se trata solo de la doctrina de una iglesia en particular, la idea misma de una Ley Natural que pretenda iluminar la ética humana con una moral de pretensiones universales, debería comenzar por entender en profundidad la naturaleza a la que alude".

Por Óscar Marcelo Lazo
Compartir

Óscar Marcelo Lazo es Neurobiólogo y Doctor en Fisiología. Investigador en el UCL Institute of Neurology. @omlazo

Proteínas impredecibles

Un antiguo dogma de la biología molecular decía que la función de las proteínas en los sistemas biológicos está dada por su correcta y estable configuración tridimensional.
Después que una nueva proteína se sintetiza adquiere una cierta estructura como una consecuencia de dos factores, por una parte la solubilidad o insolubilidad de algunos de sus segmentos, por otra gracias a su interacción con otras proteínas denominadas “chaperonas” que facilitan su plegamiento. Según rezaba el dogma, sería esa forma madura, correcta y evolutivamente conservada, la que permitiría su función biológica. Emergió así todo un campo de investigación sobre el nefasto efecto de las proteínas mal plegadas como causa de numerosas enfermedades y se desplegó un gran esfuerzo por descubrir los mecanismos que dan forma a las proteínas maduras y por generar herramientas informáticas para predecirla.

Pero fue precisamente ese esfuerzo el que derribó el dogma. No es que la idea esté completamente equivocada, en efecto la estructura de las proteínas es muy importante para definir algunas de sus funciones y el mal plegamiento de las proteínas constituye una valiosa hipótesis para entender algunas enfermedades. Pero durante los últimos 20 años se ha descubierto que por lo menos el 10% de las aproximadamente 20.000 proteínas de una célula tienen una estructura que se ha denominado “intrínsecamente desordenada”. Se trata de proteínas constituidas íntegramente de una gran variedad de pequeños dominios funcionales unidos por cadenas flexibles que pueden adoptar una increíble diversidad de estructuras tridimensionales, interactuar con infinidad de componentes celulares dependiendo del contexto físico-químico y participar en muchísimas funciones todavía desconocidas. Están muy lejos de tener una conformación única, estable y evolutivamente conservada, y es precisamente eso lo que las hace extraordinariamente importantes. Pero no es que se trate de una familia excepcional de moléculas: se estima que más del 40% de las proteínas tiene al menos una zona intrínsecamente desordenada. Al contrario de lo que el dogma predecía, ese desorden es crucial para la fisiología de la célula y recientemente ha surgido evidencia que indica que fallas en estos segmentos desestructurados son clave para el desarrollo de diversas patologías, incluyendo cáncer y enfermedades neurodegenerativas.

Esta revolución de la biología molecular no es solo interesante desde el punto de vista de quienes estudian la función de las proteínas en una célula, lo es indudablemente también para quien trata de entender a los seres vivos en general, incluyendo las leyes que gobiernan la salud y la conducta humana. Contrariamente a la idea de que somos máquinas elegantemente diseñadas y constituidas por un arreglo de componentes rígidos, la existencia de un número tan importante de proteínas con dominios intrínsecamente desordenados nos recuerda la tremenda importancia de la flexibilidad como base de nuestra capacidad de adaptarnos a un entorno cambiante. Es cierto que la ausencia de reglas estrictas hace menos predecibles los resultados e importa el riesgo de que algo importante simplemente no funcione. Pero si la evolución ha favorecido de manera tan evidente la presencia de estos dispositivos de flexibilidad en todas las escalas de la vida en la Tierra, la verdadera pregunta es qué ventaja y qué ganancia arriesgamos cuando nos sometemos a una sola ley y un solo modelo, sin espacio para la diversidad creativa del azar.

¿Ley Natural?

Si esto es una coincidencia, es una buenísima. Resulta que si usted no se lo pasa como yo googleando sobre biología celular, puede que la búsqueda del concepto de “intrínsecamente desordenado” arroje primero resultados sobre doctrina católica. En efecto, ocurre que esas son exactamente las palabras con que el Catecismo, en su numeral 2357, define a la homosexualidad: “la Tradición ha declarado siempre que ‘los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados’. Son contrarios a la Ley Natural”. ¿Qué significa que una conducta sea, no neutra ni reprochable, sino “desordenada”?, ¿qué estamos diciendo cuando especificamos que ese desorden no es comparado con alguna referencia, sino “intrínseco”?, ¿cómo es que ese desorden resulta contrario a la Ley Natural?

La explicación que la tradición Católica ofrece es que la homosexualidad se aleja de las reglas de la naturaleza, puesto que es una forma de la sexualidad que no conduce a la procreación, y por lo tanto no está ordenada a los fines propios de la naturaleza. No se trataría aquí de que la conducta fuera reprochable por sus consecuencias o por sus circunstancias, sino que lo sería esencial y constitutivamente, de ahí el carácter intrínseco de su desorden. Por supuesto, esta explicación está muy lejos de ser razonablemente satisfactoria. Al centro de la tesis del Catecismo sobre la homosexualidad está la idea, fuertemente utilitarista, de que una sexualidad que no está ordenada a un fin procreativo traiciona las leyes de la naturaleza, supuestamente universales y elegantemente diseñadas. El problema es que la naturaleza no es así. El sexo, el juego, la risa, la sobreabundancia de neuronas en el embrión, la redundancia de funciones biológicas y el uso de las mismas moléculas para distintas cosas, la presencia de proteínas de estructura libre, la abrumadora cantidad de ADN que no tiene una función fija, son precisamente ejemplos incontestables de la gigantesca tendencia de la naturaleza a la gratuidad y la flexibilidad, a la deriva, a la exuberancia.

Precisamente el sexo es una de las maneras como algunas especies de primates aseguran uno de los bienes más preciados para su grupo: confianza. No es una simple expresión de su falta de racionalidad, muy por el contrario, se trata de una estrategia robustamente desarrollada para asegurar una cierta forma de estructura social favorecida por otras actividades igualmente desestructuradas, como el juego. Gracias a esos atributos es que pueden ocurrir cosas tan extraordinarias como la ausencia prácticamente absoluta de violencia letal en la especie Pan paniscus. Y por supuesto, estas conductas son completamente independientes —complementarias si se quiere— a la función reproductiva.

Naturalmente, el Catecismo de la Iglesia Católica no se ha enterado. El numeral 2357 está basado en una declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe con fecha Diciembre de 1975. El documento comienza diciendo “La persona humana, según los datos de la ciencia contemporánea, está de tal manera marcada por la sexualidad, que ésta es parte principal entre los factores que caracterizan la vida del hombre”. A confesión de parte, relevo de prueba. Tengamos la decencia de actualizar la doctrina, para que no esté basada en la ciencia contemporánea de hace más de 40 años.

Y no se trata solo de la doctrina de una iglesia en particular, la idea misma de una Ley Natural que pretenda iluminar la ética humana con una moral de pretensiones universales, debería comenzar por entender en profundidad la naturaleza a la que alude. Y nuestra comprensión moderna de la naturaleza cada vez encuentra más y más ejemplos extraordinarios del balance entre tradición y flexibilidad. Hay una historia que se hereda y se reproduce, una estructura que se repite; y junto con eso, mecanismos que aseguran la diversidad, la exuberancia la creatividad. Al igual que en el caso de las proteínas intrínsecamente desordenadas, la pregunta que las comunidades católicas deben hacerse frente a la homosexualidad es qué nos enseña, cuál es la enorme ganancia evolutiva para la humanidad que explica por qué persiste con una frecuencia contundentemente estable un arreglo de conductas de identificación que no se hereda ni se aprende. Cómo es que aquello que quiebra nuestra visión dogmática de la realidad puede abrirnos a la comprensión del fenómeno humano en toda su gloria y majestad.

Y he ahí cómo el conocimiento profundo de la naturaleza, en este caso de la biología celular y molecular, puede hacer un magnífico forado en ese concepto un poco apolillado e innecesariamente dogmático de la Ley Natural.

Léenos en Google News

Notas relacionadas

Deja tu comentario

Lo más reciente

Más noticias de Opinión