El pensador liberal y su discurso “feminista” antifeminista
"Nada menos feminista que reivindicar la lavadora como un acto de independencia, cuando somos las mujeres quienes dedicamos la mayor parte del tiempo al trabajo reproductivo y de cuidado".
María José Guerrero González es Presidenta del Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC). Integrante de Red Ciudad Futura
Hay que dejar algo claro de entrada: los feminismos y los discursos de derechas/liberales son contradictorios entre sí. El argumento es tan sencillo como drástico: los feminismos cuestionan las bases mismas de la reproducción, y sobre ese cuestionamiento se generan diversos proyectos en nombre de la igualdad. La derecha liberal no cuestiona las bases de la reproducción, sino que las administra.
Los discursos de derecha liberal pueden apuntar a ciertos análisis de género en tanto distinción entre hombres y mujeres, sin embargo, no a postulados feministas. Sobre esto, Nancy Fraser menciona que los procesos desestabilizadores del neoliberalismo dan paso a las captaciones de los discursos de demandas sociales, y los discursos feministas no son la excepción. Lo que se intenta buscar con esta acción (neoliberal) es proteger las identidades útiles al sistema, ya que captando el discurso feminista protegen la identidad femenina de libre mercado.
Esto es patente en el discurso del “liberal” Fernando Claro (Fundación para el Progreso) cuando afirmó hace unos días, en la revista Paula, que la forma de solucionar las discriminaciones que hemos vividos las mujeres por culpa del machismo es hacernos “competir de igual a igual con los hombres”, borrando las bases sexistas de la reproducción.
Es más, Fernando señala que “la mujer nunca había estado tan bien como en esta época de libre mercado. El capitalismo ha permitido que las mujeres sean libres, que tengan anticonceptivos, permite el vientre de alquiler, hasta la máquina lavadora”, dando cuenta del análisis antojadizo de esa captación. Citando nuevamente a Fraser, podríamos decir que Claro se presenta como un doble siniestro del feminismo.
Nada menos feminista que dotar a la administración del cuerpo, para el papel histórico que se ha imputado a la mujer de reproductora (vientre de alquiler), como una bandera revolucionaria. Nada menos feminista que reivindicar la lavadora como un acto de independencia, cuando somos las mujeres quienes dedicamos la mayor parte del tiempo al trabajo reproductivo y de cuidado.
Sobre esto hay algo que Fernando, y todas las personas abanderadas por los enunciados que representa, deben entender: es el sentido del objeto lo que genera que una acción sea feminista o no, y no sólo su materialidad. Si tenemos una lavadora para que las mujeres laven más rápido, y no para que simplemente lave la ropa por quien la usa, es sólo otro tipo de corsé, ya que se sigue entendiendo las labores reproductivas como el papel fundamental de las mujeres.
Es más, cuando el pensador liberal, en nombre de la libertad de expresión, justifica el acoso sexual callejero como un costo de la libertad, enarbola una bandera que dista significativamente de cualquier discurso feminista. Sumado a ello, sus análisis sobre qué significa el acoso sexual en los espacios públicos, las regulaciones y sus riesgos, son tan malos como peligrosos, por lo que es urgente detenerse a revisarlos.
En primer lugar, el concepto “acoso sexual callejero” abarca distintos tipos de manifestaciones, donde uno de ellos es el acoso verbal. Llamarlo “piropo” es desconocer que no hablamos de un halago, sino que de violencia. En la misma línea, los efectos del acoso sexual en los espacios públicos son todo, menos inofensivos. Generan cambios en los trayectos, toques de queda en las mujeres, estrategias de movilidad distintas, síntomas indicativos de estrés postraumáticos, sentimiento de inseguridad, etc.
En segundo lugar, la necesidad legislativa respecto al acoso callejero no es una exageración como algunos pretenden señalar. Lamentablemente, hasta el día de hoy, este tipo de acciones todavía no son reconocidas por nuestras instituciones como violencia sexual, sino que solo alguna de ellas como una ofensa al pudor, la moral y las buenas costumbres. Convengamos que las amenazas de violación que muchas niñas y mujeres reciben (y no “piropo”), no puede ser medido con la misma vara jurídica que la acción de orinar en la calle. Sumado a esto, no hay que perder de vista que las medidas jurídicas no solo tienen una utilidad para perseguir al victimario o infractor, sino que tienen gran relevancia en tanto configuran el derecho de la víctima al reconocimiento de lo sufrido. Es urgente que podamos contar con estos recursos, ya que quién es víctima de exhibicionismo o masturbación pública tiene derecho que se reconozca su experiencia como violencia sexual, y no como a alguien a quien le ofendieron la moral. Solo con la acción de reconocimiento podemos comenzar la acción de la reparación.
Finalmente, los cuestionamientos que buscan el límite de los delitos, así como el argumento de las denuncias falsas, solo se utilizan para negar la importancia de las medidas legislativas que apuntan a enfrentar las violencias sexuales. Para quienes todavía se confunden con esto, les tenemos una buena noticia, y es que el límite es muy sencillo: se está en presencia de una violencia sexual cuando la otra persona no quiere, de la misma manera que se está en presencia de un robo cuando la otra persona, por ejemplo, no quiere hacer entrega de su celular. Más allá de lo lamentable y sintomático de tener que recurrir a un delito contra la propiedad para ejemplificar este límite, lo claro es que la unidireccionalidad siempre es el elemento clave para el límite.
Respecto a las denuncias falsas en términos de violencia sexual, es un argumento que se podría esgrimir en cualquier tipo de delito. Es el rol del ente investigador asegurar si los delitos denunciados efectivamente ocurrieron, ya que todavía no llegamos a un punto donde sea indiscutible el relato de la víctima de violencia sexual. No solo debe probar que fue víctima, sino que además que no quería y que no se lo estaba buscando.
Efectivamente es posible ejecutar políticas de género desde la vereda liberal, pero éstas no apuntan a modificar la base estructural, sino que a administrarla. Por lo tanto, apellidarlas feministas es un trecho político que es importante cuestionar y develar. En el caso de Fernando Claro, sus ideas planteadas esta semana apuntan a una autorregulación de mercado que aseguren la competencia de igual a igual de las identidades patriarcales que los feminismos buscan desencializar.